Nueva Escocia, 15 de febrero de 1916
Apenas durmieron nada. Se sentían excitados y ansiosos por descender. A la salida del sol ya estaban preparados, con los equipos puestos y analizando el plan de rescate de las piezas. El primer turno era para Duncan con dos de sus hombres, Roosevelt y Hércules. A las doce del mediodía les sustituirían Alicia y Lincoln con los otros tres hombres de la expedición.
Habían agregado una especie de jaula de madera a la inmensa polea. El primer grupo descendió hasta los noventa metros. Después tenían que atravesar un túnel de diez metros hasta la sala principal.
Roosevelt y Hércules descendieron nerviosos, no sabían lo que se iban a encontrar en las profundidades de Oak. Cuando atravesaron el túnel y entraron en la gran sala, apenas pudieron proferir palabra. Se trataba de una reproducción subterránea del templo de Salomón. La sala resplandecía y allí no era necesario llevar los faroles de petróleo.
—Increíble —dijo Hércules.
—La luz proviene de fuera y se proyecta en los espejos —aclaró Duncan señalando las paredes.
—¿Dónde estamos? —preguntó Roosevelt.
—Antes no se entraba a la cueva por aquí —dijo Duncan señalando el pozo—, la entrada está ahora sumergida en el mar.
El pozo servía para que entrara aire puro que renovara el ambiente.
—Increíble —dijo Roosevelt.
—La perforación se ha realizado a la altura de lo que se llama el lugar santo. Esa gran sala es el atrio y aquello de allí es el sanctasanctórum, el sitio en el que se guardaba el Arca de la Alianza —dijo Duncan señalando una sala separada por una pared.
—Será mejor que echemos un vistazo —dijo Roosevelt.
Hércules le detuvo con la mano.
—Según la tradición hebrea solo podía pasar el sumo sacerdote una vez al año después de hacer el sacrificio de expiación por todo el pueblo y por él.
—No creo que eso tenga nada que ver con nosotros —dijo Roosevelt apartando la mano.
—Señor Roosevelt, no se trata de una cuestión de fe, es pura prudencia.
—Está bien. Esperaremos a la tarde y haremos todo el ceremonial.
Caminaron por el atrio maravillados. Por todas partes se veían cofres repletos de oro, plata y piedras preciosas. Allí se encontraba parte del tesoro de Salomón, riquezas acumuladas durante siglos por los templarios y todo tipo de reliquias.
—No hay ninguna figura de Cristo —dijo Hércules extrañado.
—Los templarios se apartaron de sus creencias y se centraron en un monoteísmo al estilo musulmán —dijo Roosevelt.
Al llegar a la gran puerta de entrada se detuvieron.
—Las puertas de bronce han detenido durante todos estos siglos el agua. Al otro lado está el mar. Cuando la marea está alta se filtra agua, pero no llega por encima de los tobillos —dijo Duncan.
—¿Resistirá? —preguntó Roosevelt.
—No veo qué puede hacer que se hunda. Lleva así más de cuatrocientos años —contestó su amigo.
—Entonces, todo esto fue construido en el primer viaje —dijo Hércules.
—Seguramente, todo lo que vimos en la isla de Manhattan era una primera ubicación del tesoro.
—Pero sí hicieron todo esto era porque tenían pensado quedarse definitivamente en América —dijo Hércules.
—Sin duda, su sueño fue reconstruir su reino aquí —contestó Roosevelt.
—¿Qué hará con el tesoro?
—Donarlo al Gobierno de los Estados Unidos. Esto es patrimonio de toda la humanidad.
—Todavía no me creo que estemos viendo el mayor tesoro de la historia —dijo Hércules levantando la vista.
—Hemos descubierto uno de los mayores misterios de la humanidad —dijo Roosevelt sonriente.