Nueva Escocia, 14 de febrero de 1916
Hércules y Roosevelt miraron sorprendidos al grupo de hombres que ascendían del pozo. Eran media docena y llevaban puestos los equipos de la expedición. Salieron por orden y se colocaron justo delante de ellos. Después el primer hombre se quitó el casco. Duncan miró a su amigo y lo saludó sonriente.
—Lo hemos encontrado, Franklin —dijo estrechándole la mano.
—¿El tesoro? —preguntó Roosevelt.
—Está todo ahí. Necesitaremos un par de días para sacarlo pieza a pieza.
—¿Habéis visto el «dedo de Dios»? —preguntó Roosevelt ansioso.
—Hay demasiadas cosas, pero seguramente se encuentre entre todas ellas —dijo Duncan.
Alicia y Lincoln se unieron al grupo. Roosevelt se acercó a una de las tiendas y descorchó una botella de champán.
—Vamos a celebrarlo —dijo sirviendo a todos una copa.
—Por el tesoro de los templarios —dijo levantando su copa.
—¡Por el tesoro! —dijeron todos a coro.
—¿Cuándo podremos bajar nosotros? —preguntó Roosevelt.
—Si quieres dividiremos en dos los grupos. Nuestros hombres llevan varios días de descensos.
—Perfecto, Duncan.
Hércules se acercó a una de las piezas extraídas de la cueva. Era un gran medallón de oro. En él se veía por una cara a unos caballeros templarios y por la otra el Arca de la Alianza. Después de miles de años, habían recuperado la única huella escrita de Dios o eso era por lo menos lo que creían millones de personas en todo el mundo.