Capítulo 104

Nueva York, 11 de febrero de 1916

Aquel era el primer templo de la logia de los templarios en América, pero llevaba siglos perdido, pensó Jean mientras sus ojos contemplaban la inmensa sala adornada con todo tipo de símbolos. Allí estaba la cruz templaría, pero también el rostro de Baphomet, el verdadero dios que los templarios adoraban. Encima de la mesa ritual se encontraban la escuadra y el cartabón de oro con piedras preciosas, los mandiles de seda e hilo de oro y las máscaras sagradas.

Hércules, Alicia, Lincoln y Roosevelt permanecían a unos pasos, igual de asombrados pero con la mente puesta en la huida. La media docena de esbirros de Jean estaban bien armados y permanecían atentos a todos sus movimientos. La oscuridad podría protegerlos en cuanto escaparan de los escasos puntos de luz, pero era difícil volver a la superficie por la escalera de madera medio podrida y esquivar las balas al mismo tiempo.

—Gracias señores, han conseguido traerme al templo más sagrado de la orden. Aquí se guarda una sabiduría perdida durante siglos —dijo Jean girándose hacia ellos.

Hércules y sus amigos no dijeron nada, se limitaron a avanzar unos pasos. Jean observó el fondo de la sala. Era una reproducción perfecta del templo del rey Salomón, se acercó hasta ella y abrió sus puertas. La sala estaba oscura, pero sin duda allí se guardaba el tesoro de los templarios. Dos de sus hombres se acercaron con las antorchas, pero cuando levantaron la luz, observaron una gran sala vacía.

Jean se quedó atónito. No estaba el tesoro ni las Tablas de la Ley. Se hizo un largo silencio hasta que el gran maestre de la logia se giró y les miró muy enfadado.

—¿Qué han hecho con el tesoro?

—¿Nosotros? Es la primera vez que entramos en esta sala —dijo Hércules.

—Ya sé que ustedes no se lo han llevado, pero según el maldito diario del senador…, ¿dónde está el tesoro? —dijo Jean muy alterado.

—No lo sabemos, hablan de una cueva más al norte, seguramente en Nueva Escocia —contestó Hércules.

—¿Por qué construyeron todo esto y no escondieron el tesoro aquí? —preguntó Alicia.

—Está claro, los caballeros templarios se encontraban en peligro desde el siglo XVIII; la Orden de Orange, su mortal enemiga, se había hecho con el control de la capilla y temieron que se hiciera también con el tesoro —dijo Roosevelt.

—Entonces, fue la primera expedición la que trajo el tesoro —concluyó Hércules.

—Sí, la primera trajo la mayor parte del tesoro, la segunda se limitó a transportar algunas de las reliquias más valiosas, entre ellas, el famoso «dedo de Dios», las Tablas de la Ley —dijo Roosevelt.

—Entonces, ¿usted sabía que no estaba aquí el tesoro? —dijo Jean confundido.

—Hace mucho tiempo que se transportó a su ubicación actual —dijo Roosevelt.

—Nos tendrá que llevar hasta allí —dijo Jean apuntando al hombre.

—No estoy seguro de que podamos hacerlo —dijo Roosevelt sin perder la compostura.

—¿Qué?

—Allí solo pueden entrar los puros de corazón, los que han realizado sus ofrendas y han sido perdonados por Dios. Usted y sus ritos paganos nos llevarían a todos a la destrucción —dijo Lincoln.

Todos le miraron sorprendidos.

—¿No conocen el libro de Levítico? Allí se explica el ritual a seguir —dijo Lincoln.

En ese momento, Hércules se lanzó a por uno de los hombres y le quitó la antorcha, arrojándola al suelo de madera seca. Enseguida todo empezó a arder y corrieron hacia la salida. Alicia se enganchó el vestido en la escalera y Lincoln tuvo que arrancar un trozo, el humo comenzó a ascender por la escalera. Hércules fue el primero en salir, ayudó a Alicia y a sus amigos. Después cerró la abertura del suelo y colocó un banco encima de la entrada. Al salir a la calle dos de los hombres de Jean comenzaron a dispararles, pero el humo que salía de la iglesia les hizo desistir y huir. En unos minutos toda la ciudad estaría en la capilla intentando sofocar el incendio. La historia de los templarios en América había terminado una vez más de una forma trágica.