Washington, 9 de febrero de 1916
Cuando vio entrar a los agentes tardó unos segundos en reaccionar, había planeado atacar al presidente en la segunda parte del concierto y la irrupción del servicio secreto le dejó completamente fuera de juego.
Los hombres del presidente se lanzaron directamente sobre Wilson, pero el asesino logró herir a uno de ellos y volver a levantar el puñal para hincárselo al presidente. Hércules dio un gran salto y empujó al asesino hacia atrás. Los dos hombres forcejearon en el suelo, y para sorpresa de todos, otros dos músicos sacaron también sus cuchillos y volvieron a la carga para asesinar al presidente.
Lincoln sacó su revólver y apuntó al que se aproximaba más a su objetivo. Disparó y logró darle en la mano. El asesino le miró sorprendido, después sacó de algún lugar un arma y comenzó un tiroteo.
Mientras Hércules seguía en el suelo forcejeando con uno de los asesinos, Alicia sacó su pistola de dos tiros y logró situarse delante del presidente. La gente huía de la sala en medio de la confusión, chocando con los agentes y los camareros.
Lincoln alcanzó a uno de los asesinos en la cabeza. Por fin podía vengar la muerte de su padre.
Hércules logró quitar el cuchillo a su contrincante y le golpeó varias veces hasta que este quedó inconsciente, pero uno de los asesinos había logrado refugiarse detrás de una mesa y coger a un rehén.
—¡Suelta a la mujer! —gritó Lincoln mientras apuntaba al asesino.
El hombre lo miró desafiante. Después puso de nuevo el cuchillo sobre el cuello de la mujer y sonrió.
—No moriré en vano.
Los agentes habían logrado evacuar la sala y el presidente estaba en la otra habitación a salvo.
Hércules se acercó al asesino, pero este volvió a rozar con el cuchillo el cuello de la mujer. Entonces un disparo retumbó en la sala. El asesino abrió sobresaltado los ojos antes de notar que las piernas se le aflojaban. Después cayó muerto al suelo.
—¿Está loco, Lincoln? Podía haber matado al rehén —dijo Hércules.
Lincoln tenía la mirada perdida. Alicia lo miró asustada. Su prometido nunca se había comportado de aquel modo.
—Lo lamento. Me dejé llevar.
Los agentes cogieron al único asesino con vida. Después, la sala quedó en silencio y los cuatro se dirigieron por el pasillo hacia la salida.
—Señores, el presidente desea verles —dijo uno de los agentes.
Los cuatro se miraron sorprendidos y entraron en la Sala Verde. Aquella noche habían cambiado la historia.