Washington, 9 de febrero de 1916
Mientras el taxi se acercaba a toda prisa a la Casa Blanca, Lincoln trataba de idear un plan para proteger al presidente Wilson. ¿Cómo iban a explicar que uno de los músicos del concierto benéfico que se celebraba en la Casa Blanca era un asesino de una orden desaparecida hace más de setecientos años?, se preguntaba Lincoln.
—¿Conoces a alguien del servicio secreto que siga en activo? —le preguntó Hércules.
Lincoln lo pensó unos instantes, llevaba muchos años fuera del servicio secreto, más de una década y casi dos años fuera de los Estados Unidos.
—Puede que esté uno de mis compañeros, éramos los dos únicos negros del servicio secreto hace casi veinte años. La última vez que lo vi, trabajaba en la protección a altos cargos. Tras el asesinato del presidente McKinley, la Agencia comenzó a ayudar con la protección de los puestos vitales del Gobierno. Aunque creo que ahora trabaja en el Capitolio.
—Por favor, diríjase al Capitolio —dijo Hércules al conductor.
El coche dio un giro brusco y corrió a toda velocidad por la calle semidesierta. El sol ya había desaparecido y el frío glacial no animaba a que los habitantes de la ciudad pasearan por la noche, pero había dejado de llover. En cinco minutos se encontraron frente a las puertas del Capitolio. Lincoln se acercó rápidamente al policía de guardia y le dijo algo que sus amigos no lograron oír. Este corrió hacia el interior del edificio.
—¿Por qué corre? —preguntó Alicia.
—Le he dicho que estamos en código rojo, el más alto de seguridad nacional y que buscara de inmediato al agente Jefferson.
Diez minutos más tarde el policía regresó con un gigantesco hombre de color vestido con un traje gris.
—Lincoln, ¿qué demonios pasa? Espero que no se trate de una broma —dijo el agente malhumorado.
—Te aseguro que lo que sucede es muy serio. Alguien intentará asesinar al presidente esta noche —dijo Lincoln.
—¿Por qué no lo has comunicado a la Casa Blanca?
—¿Estás loco? Con toda esa burocracia del servicio secreto matarían al presidente antes de que el primer papel llegara a tramitarse —dijo Lincoln.
—Está bien, cuéntame todo mientras nos dirigimos para allí.
—¿Qué hora es? —preguntó Alicia.
—Son las siete de la tarde —contestó el agente.
—El concierto está a punto de comenzar.