Washington, 9 de febrero de 1916
Todo estaba preparado. Aquel era el primer concierto que se daba en la Casa Blanca desde la muerte de la mujer del presidente y la llegada de su nueva esposa. De alguna manera Wilson quería alejar de su mente los últimos rescoldos de dolor y rehacer su vida. Observó la sala decorada y no pudo evitar pensar en Ellen. Era una mujer tan llena de energía y optimismo que aún le costaba pensar en ella sin imaginar que aparecería en cualquier momento por la puerta.
Edith se acercó hasta él y le tomó de la mano discretamente.
—¿Te encuentras bien, querido?
—Sí, en las últimas semanas el trabajo ha sido agotador, creo que nos merecemos algo de diversión.
—Además he escuchado que ese pianista es fantástico —dijo la mujer.
—Eso espero, lo hemos traído desde España —comentó el presidente.
—Un día me gustaría ir a España y conocer otros países de Europa —dijo Edith.
—En cuanto deje la presidencia, ya sabes que no está bien visto que el presidente visite otros países y deje el timón de la nación.
—Sí.
—Pero bueno, tenemos que prepararnos para el concierto. Esta noche estará aquí lo más granado de la ciudad. En cierto sentido, es tu presentación oficial —dijo el presidente colocando la mano sobre el hombro de la mujer.
—Las cotillas de Washington tendrán tema de conversación durante semanas. ¿Estás seguro de que esto no perjudicará tu campaña?
—Llevamos casados un año, no creo que eso nos perjudique, aunque ¿sabes una cosa? No me importa. Antes que presidente soy hombre. Si no aceptan eso, no tengo nada más que hacer por este país.
—Lo aceptarán, te quieren demasiado —dijo Edith sonriente.
—Eso espero, querida. Eso espero.