Capítulo 82

Washington, 9 de febrero de 1916

No había dormido en toda la noche. La chica había escapado y ahora toda la operación estaba en peligro. La sala de la orden en la Biblioteca del Congreso no tardaría en ser descubierta y la chica conocía su identidad.

—Tenemos que acabar con ella cuanto antes —dijo Lear visiblemente alterado.

—El hospital está tomado por la policía —comentó uno de sus hombres.

—Es normal, después del reguero de muertos que hemos dejado —dijo Lear.

—Las cosas se torcieron.

—¡Que las cosas se torcieron! Maldita sea, no hemos conseguido casi nada. No me importa la policía, tenemos a varios hermanos en el cuerpo, que ellos se encarguen; pero esta noche, ella y sus amigos deben morir.

—Lo intentaremos —dijo el caballero.

—¿Lo intentaremos? He sido demasiado paciente hasta ahora. Si no se cumplen mis órdenes comenzarán a rodar cabezas y no estoy hablando metafóricamente. ¿Entendido? —dijo Lear.

—Sí, gran maestre.

—Ahora quiero estar solo.

Lear se sentó en el escritorio de su despacho. Le dolía la cabeza y sentía un nudo en el estómago que le impedía tomar nada. Él era el hombre elegido por la Providencia para recuperar el tesoro y desatar todo el poder antiguo, no podía flaquear. Su Dios les protegería. Puso la mente en blanco y notó como la fuerza le invadía de nuevo. Sus temores eran sustituidos por el hálito de su Dios. Después se dejó llevar. Los espíritus de la ciudad estaban revueltos, deseosos de poner todo su poder en marcha, pero lo harían a través de él. No había otra forma, siempre había sido así.