Capítulo 79

En mitad del océano, 8 de junio de 1314

Fragmento del libro de Jack London. Primera expedición templaria

Habían salido de Escocia hacía dos semanas y la tripulación comenzaba a desesperarse. El océano estaba en calma y hacía días que no soplaba el viento. Durante las primeras jornadas habían observado muchas ballenas que viajaban en su dirección y Andrew Pohl estaba seguro de que se movían en la dirección correcta.

En febrero de ese mismo año la infamia que había comenzado años antes se había consumado. Su gran maestre y el resto de sus hermanos habían muerto en París como viles criminales. Él y un gran número de caballeros habían logrado refugiarse en Portugal, Escocia y algunos puertos musulmanes, pero ahora todos juntos se dirigían a una nueva tierra, un sitio en el que empezar de nuevo.

En las bodegas había provisiones para al menos otras dos semanas, pero la mayor parte de su pesada carga era el tesoro que la orden había logrado reunir en los últimos doscientos años. El rey de Francia y el papa no verían jamás sus riquezas, aunque para ello las tuvieran que arrojar a lo más profundo del mar.

Los mapas conseguidos en Tierra Santa les habían ayudado mucho, pero no indicaban la verdadera distancia a aquella tierra desconocida y muchos creían que era mucho más fácil ir hacia el Oriente. También sabían que los árabes lo habían conseguido mucho tiempo antes, pero las posibilidades de morir en el centro del océano les inquietaban en parte, no tanto por el hecho de morir, como por la pérdida que supondría para su orden el hundimiento de todos los tesoros.

Algunas de las reliquias más importantes se habían quedado en Escocia, hasta que se instalaran en las nuevas tierras serían su moneda de cambio. Además el gran maestre no quería deshacerse de algunas de ellas, porque poseían el poder que necesitaban para resistir a todos sus enemigos.

—Almirante —escuchó desde el otro lado del puente.

—Sí, maestre Pedro —dijo Andrew.

—Hemos encontrado restos de árboles en el agua.

—¿Qué?

—Ramas con hojas, y estaban todavía verdes.

—No podemos estar muy lejos. Que un hombre haga guardia de día y de noche hasta que avistemos tierra.

—Sí, almirante.

Aquellas eran muy buenas noticias, en unos días estarían en su destino.