Nueva York, 8 de febrero de 1916
A pesar de lo cansados que estaban, Hércules y sus amigos permanecían atentos a las explicaciones de Jean. Lincoln era el único que miraba constantemente el reloj.
—Aunque una de las cosas que la mayoría de la gente ignora acerca de los templarios es que el papa decidió perdonarles —dijo Jean.
Todos le miraron sorprendidos.
—Sí, el papa Clemente V quiso absolver al último gran maestre y al resto de los templarios. Antes se desconocía esto, pero hace poco tiempo apareció un documento histórico vital. Étienne Baluze publicó en el siglo XVII en su obra Paparum Avenionensis, un documento que para la mayoría pasó desapercibido. El pergamino se escribió el diecisiete de agosto de 1308.
—Pero eso debió ser en pleno proceso contra los templarios —dijo Alicia.
—Así es.
—¿Por qué iba el papa a escribir una carta para absolverles y poco después dos bulas condenándoles? —dijo Hércules.
—En el documento el papa absuelve a todos los templarios, especialmente a sus dirigentes, les pide que hagan un acto de penitencia para reconciliarse con la Iglesia y ser readmitidos.
—Eso es increíble —dijo Alicia.
—Al parecer el papa no quería disolver la orden como el rey Felipe IV, su intención era corregir sus errores y unirlos a los Hospitalarios, de esta forma crearía una orden más fuerte a su servicio, pero el rey de Francia no quería que los templarios salieran tan bien parados —comentó Jean.
—¿Por qué? —preguntó Lincoln.
—Tenían algo que el rey ansiaba y no estaba dispuesto a perderlo —dijo Jean.
—El tesoro —adivinó Hércules.
—Siempre se ha creído eso. El rey estaba en bancarrota, pero había algo de mayor valor en manos de los templarios. Un objeto que se habían resistido a entregar.
—¿Qué? —preguntó Alicia impaciente.
—Una reliquia en la que se concentraba mucho poder. O eso era lo que ellos creían —dijo Jean.
En ese momento Laurence entró agitado en la sala. Respiraba fatigado y con los ojos muy abiertos les dijo:
—Han encontrado a la chica.
—No entiendo —dijo Hércules.
—La hija del senador, está cerca de aquí. Al parecer se arrojó de una de las ventanas de la biblioteca.
—¿Estaba aquí? —preguntó Alicia ansiosa.
—Sí, en la biblioteca. Está en observación en el hospital —dijo Laurence.
Hércules se puso en pie y con un gesto se despidió apresuradamente de Jean. El resto de sus amigos lo siguieron. Margaret seguía con vida. Jean les miró inquieto. Lincoln tomó todos sus libros y los guardó en un bolso de cuero.
—Tío, nos veremos más tarde. Por favor, que nadie toque nada —comentó Lincoln.
—No os preocupéis —dijo Laurence— Jean y yo os esperaremos aquí.
Los tres corrieron hasta un taxi y en unos minutos estaban en el hospital.
La policía no les dejó entrar durante un par de horas, hasta que los médicos hicieron todas sus pruebas. Después, permitieron el paso a Alicia.
Cuando la mujer observó el rostro demacrado de la joven tuvo que morderse el labio inferior para no echarse a llorar.
—Margaret —dijo abrazando a la muchacha.
La chica apenas reaccionó. Tenía la mirada ida y el rostro inexpresivo.
—¿Qué tal te encuentras?
—Bien, Alicia.
—Ya ha pasado todo.
—¿Tú crees?
—Sí, no dejaremos que te vuelvan a coger —comentó Alicia con la muchacha todavía entre los brazos.
—Ellos tienen mucho poder. No descansarán hasta verme muerta.
—Te protegeremos. Daré mi propia vida si es necesario.
—No lo entiendes, son muy poderosos. No me refiero a sus influencias, tienen una fuerza que no es de este mundo.
Alicia miró a la chica sorprendida.
—Estás bajo los efectos de una experiencia terrible, en unos días te sentirás mejor.
—No me sentiré mejor, Alicia. Ellos se quedaron con mi alma. Estoy condenada —dijo llorando de repente.
—Tranquila —dijo Alicia volviendo a abrazarla.
—Estoy condenada.
Las palabras de la chica le estremecieron. Su cuerpo delgado temblaba bajo el camisón blanco y tenía un sudor frío, parecía que deliraba, pero Alicia sabía que se encontraba consciente.
—No digas eso. No estás condenada, eres una niña.
—No, Alicia, ellos se han llevado mi alma.
—Pero ¿quiénes son ellos?
—Los diablos, Alicia. Me ofrecieron al demonio y ahora le pertenezco —dijo la chica entre llantos.
—Lo solucionaremos —dijo la mujer intentando tranquilizarla.