Capítulo 75

Washington, 8 de febrero de 1916

La sala comenzó a oscurecerse. Las lámparas apenas iluminaban las mesas, mientras Jean continuaba narrándoles la relación entre el Rito Escocés y la masonería. Laurence les había vuelto a dejar y el grupo se reducía a Hércules, Alicia y Lincoln.

—¿Por qué dijo antes que el Rito Escocés intentó tomar el poder en América? —preguntó Hércules.

Jean lo miró en silencio. Aquella historia no era muy conocida y la masonería había intentado tenerla oculta durante los últimos cincuenta años.

—La guerra civil americana constituyó uno de los hechos históricos más traumáticos de los Estados Unidos. El país todavía estaba articulándose y organizándose cuando comenzó la contienda, y su fractura había dejado al descubierto la debilidad de las instituciones republicanas.

—Pero Jean, ¿tuvo algo que ver la masonería en el estallido de la guerra? —preguntó Alicia.

—Muchos piensan que sí, que en el bando rebelde había un claro componente masón —dijo Jean.

—Yo siempre he pensado que era un problema entre esclavistas y antiesclavistas —dijo Lincoln.

—En parte sí. Todo comenzó cuando los confederados o sureños emprendieron las hostilidades el 12 de abril de 1861. Tras la victoria presidencial de Abraham Lincoln, candidato del Partido Republicano, los estados del Sur declararon la secesión. Los sureños temían que Lincoln aboliera de inmediato la esclavitud, con lo que eso supondría para la economía de su región y ante el temor de que los negros, viéndose libres, se vengaran de sus antiguos amos. Las fuerzas confederadas atacaron el fuerte de Sumter, en Carolina del Sur, demostrando que su declaración de secesión iba en serio. Lincoln intentó que un asfixiante bloqueo naval ahogara la economía sureña, que dependía de sus exportaciones de materias primas y de la importación de armas y todo tipo de maquinaria. El Plan Anaconda, que fue como se llamó al bloqueo, era la solución para derrotar sin esfuerzo a los sureños. El bloqueo no fue efectivo. Los confederados siguieron comerciando indirectamente con los británicos a través de las Bahamas, apoyándose también en Cuba y en otras partes del Caribe.

Hércules se quedó sorprendido. A pesar de ser un antiguo lobo de mar, desconocía por completo las luchas navales entre los dos contendientes.

—En 1862, los confederados crearon su propia armada y se enfrentaron a los unionistas en la batalla de Ironclads, donde la armada confederada fue derrotada. A pesar de todo, la astucia de varios generales del Sur logró parar los avances del Norte. Los confederados habían conseguido hacer acuerdos comerciales con Gran Bretaña y Francia. Aunque los unionistas lograron abortar una de las negociaciones más importantes y capturar a enviados del Gobierno británico, Londres pidió la liberación de sus hombres y Lincoln cedió ante el temor de que los británicos entraran en la guerra, por lo que los acuerdos entre confederados y algunas potencias europeas continuaron.

—Pero ¿qué tuvo que ver la masonería? —preguntó Lincoln impaciente.

—Uno de los datos curiosos de la guerra es que mucha gente se inscribió en las logias masónicas en los Estados Unidos entre los años 1860 y 1863. Las logias de la Confederación superaron los traumas del famoso caso Morgan y crecieron a un ritmo vertiginoso. El ejército del Sur fue uno de los más influenciados por este crecimiento de las logias. Se cree que la motivación de los norteños, para integrarse masivamente en las logias era buscar la posible protección que les permitiría la hermandad de las logias, una vez terminada la guerra.

—¿El caso Morgan? —preguntó Alicia.

—Bueno, el caso Morgan es un asunto muy sucio. El asesinato de un antiguo miembro de una logia que decidió salirse y escribir un libro en el que contaba los secretos de los masones —explicó Jean.

—No lo sabía —confesó Hércules.

—Pero continuemos. El gran maestre de la Orden del Temple de los Estados Unidos pronunció un discurso tras la primera batalla entre Norte y Sur, en el que pidió el mínimo derramamiento de sangre entre los hermanos masones de ambos bandos. Un mes más tarde, los grandes maestros de la logia de Kentucky, la mayoría de ellos oficiales del ejército Sureño, pidieron lo mismo. En Carolina del Sur, el lugar en el que se originó la guerra, el gran maestre escribió una carta a los miembros de la logia en la que les decía que aquella guerra no podía enfrentar a los hermanos de la misma logia. Son muchos los testimonios que hablan de liberaciones de prisioneros de uno y otro bando; cuando eran reconocidos, se les liberaba, como ya había pasado en la guerra de Independencia. Uno de los casos se dio en Charleston, en donde unos prisioneros fueron liberados por dos guardias cuando demostraron ser hermanos masones. Otros mejoraron sus condiciones de captura, tras declarar su pertenencia a una logia.

No podían dar crédito al poder que tenía la masonería en el país. Siempre habían pensado que era una organización secreta al margen de la sociedad. Jean parecía disfrutar mientras hablaba sobre los masones. Paró unos instantes y contempló la cara de fascinación de la mujer y el español. Lincoln se mantenía más escéptico y no disimulaba su antipatía.

—Hubo militares e importantes políticos masones en ambos bandos. En el gobierno de Lincoln había sesenta cargos de importancia ocupados por masones. Entre ellos destacamos a Edward Bates, fiscal general; Anson Burlingame, embajador en Austria; Simón Cameron III, secretario de guerra; William Campbell, general federal; Thomas Corwin, embajador de México; John Evans, gobernador de Colorado; John S. Phelps, gobernador militar de Arkansas o a Gideon Welles, secretario de la Armada, entre muchos otros. En el bando confederado los masones eran aún más numerosos. El presidente sureño Jefferson Davis, al igual que Lincoln, no era masón. Algunos han señalado a Robert E. Lee como masón, pero tampoco lo era. Otros muchos generales y políticos sí lo eran. Se han contabilizado trescientos sesenta y dos altos cargos militares masones durante la guerra civil, la mayor parte en el bando confederado —dijo Jean.

—Pero todo eso no prueba nada, hubo masones en los dos bandos —dijo Lincoln.

Jean ignoró el comentario de Lincoln y continuó con la explicación:

—Lo increíble fue que en ese momento surgió un grupo llamado el Círculo Dorado.

—Nunca había escuchado nada sobre este grupo —comentó Lincoln.

—Los Caballeros del Círculo Dorado fueron una sociedad secreta que promovía los intereses de los sureños en los Estados Unidos. Los caballeros preparaban el camino para la anexión de una serie de territorios de Centroamérica a los que denominaban El Círculo de Oro.

—¿El Círculo de Oro? —preguntó Alicia.

—El Círculo de Oro era una alianza política de todo el Caribe esclavista. La idea del Círculo está inspirada en un grupo de hacendados del Sur, que conspiraron con el vicepresidente Aarón Burr para crear un Estado separado de los Estados Unidos, el nuevo territorio anexionaría parte de México, Cuba, Puerto Rico, etcétera. Burr fue detenido por traición y nunca se conocieron las implicaciones políticas de la conspiración. Uno de los colaboradores en la trama fue James Wilkinson, oficial del ejército que se unió a Burr en la conspiración, pero que en el último momento le traicionó. Burr intentó llegar a un acuerdo con los británicos para separar al Sur del resto del país. Burr ofreció al ministro británico Anthony Merry la entrega de Luisiana a cambio de la ayuda del Reino Unido —dijo Jean.

—Pero ¿quiénes eran? —preguntó Hércules.

—El Círculo de Oro consistía en una alianza política entre varios Estados del Caribe. Comprendía alrededor de dos mil cuatrocientos kilómetros cuadrados. Todos estos territorios formarían una federación esclavista. Para conseguir este objetivo se creó en 1854 los Caballeros del Círculo de Oro o los Caballeros del Círculo Dorado. Su fundador, George W. L. Bickley, un médico nacido en Virginia, editor y que residiera en Cincinnati, logró extender la organización por varios estados de la Unión. Al finalizar la guerra civil, muchos sudistas se trasladaron a países de Centroamérica. El auge de los Caballeros se produjo durante la guerra mexicano-americana de 1846, cuando el sueño de anexionar la mayor parte de México estuvo a punto de cumplirse. Los Caballeros eran muy activos en Texas, donde existieron más de treinta y dos logias durante la guerra con México. En 1860, un grupo de caballeros intentó invadir el país vecino tras la decisión del gobierno de no anexionar todo el territorio, pero el estallido de la Guerra Civil, concentró a los caballeros contra sus enemigos del Norte. Los Caballeros del Círculo de Oro aportaron una pequeña fuerza al ejército confederado. Se unieron al teniente coronel John Robert Baylor en las luchas en Nuevo México y consiguieron desplazar a los federales.

—¿Todavía existen? —preguntó Alicia.

—Sí, aunque con otro nombre. A finales del 1863, la orden se convirtió primero en la Orden de los Caballeros de América y más tarde en la Orden de los Hijos de la Libertad.

—Según su teoría, esta orden querría dividir el país, hacer una alianza con algunos países de Centroamérica y crear un nuevo Estado —dijo Hércules.

—Sí, ese es su plan a grandes rasgos —dijo Jean.

—Para ello necesitarían mucho dinero, que el Gobierno federal se viera involucrado en una guerra y aliados externos —comentó Hércules.

—Exacto, si el presidente Wilson entra en la guerra y los caballeros encuentran lo que sea que buscan, pueden intentar tomar el poder —dijo Jean.

—Pero ¿qué es lo que buscan? —preguntó Alicia.

—Lo que buscan se explica en este libro —dijo Jean sujetando un viejo tomo desgastado.

—Entonces, ¿usted cree que los templarios y los caballeros del Círculo Dorado son una misma cosa? —preguntó Lincoln.

—Eso creo.

Las miradas de todos se centraron en el libro. Jean lo abrió y señalando un párrafo les dijo:

—¿Les suena el nombre de el pergamino Chinon?

Todos negaron con la cabeza. No entendían bien las implicaciones de aquel descubrimiento. Alicia únicamente quería liberar a Margaret. Hércules en cambio sentía una profunda curiosidad por los grandes misterios, y Lincoln disfrutaba descubriendo a los malos, pero la muerte de su padre había cambiado las cosas. Ahora se trataba de un asunto personal. Aquella investigación era un medio para perseguir a los asesinos de su padre.

—Aquí puede estar la clave —dijo Jean—, los templarios y muchos otros llevan siglos detrás de ello, pero hasta ahora ninguno lo ha conseguido. Gracias al diario del senador, el libro que nos trajo su amigo London y esos símbolos podemos resolver este misterio.