Capítulo 74

Nueva York, 8 de febrero de 1916

—¿Entonces qué hay en la isla de Oak? —preguntó Roosevelt intrigado.

—No lo sabemos —dijo su amigo.

—¿Quieres que invierta todo ese dinero sin estar seguros de lo que hay dentro? Ya sabes que mi mujer no está a favor —dijo Roosevelt.

—Ya te he contado que la cueva fue descubierta en 1795 por casualidad, se cree que es mucho más antigua, incluso anterior a la llegada de los europeos a América.

—Pero tiene que haberse usado con posterioridad, ¿no me contaste que un tal Daniel McGinnis encontró una polea colgada de un árbol y un agujero circular? —dijo Roosevelt.

—Efectivamente —dijo su amigo levantando las manos.

El camarero se acercó hasta la mesa y pagaron la cuenta.

—¿Te importa que sigamos hablando mientras damos un paseo?

—No, ya sabes que me encanta pasear, por lo menos por esta ciudad —respondió Roosevelt.

—McGinnis creía que había encontrado el tesoro de algún pirata. Muchos piratas robaban en el Caribe, pero luego se refugiaban más al norte; sin embargo, enseguida entendió que aquello no lo había hecho un pirata —dijo el amigo.

Las calles de Nueva York eran un hervidero de gente a aquella hora. Todo el mundo corría de un lado para otro. La mayoría había terminado su jornada y estaban deseosos de tomar una copa antes de regresar a casa.

—¿Por qué pensó que no podían haber construido la cueva unos piratas? —preguntó Roosevelt impaciente.

—El suelo estaba pavimentado, no creo que ningún pirata se pusiera a pavimentar el suelo de una cueva. Tuvo que hacerlo una cultura más antigua y sofisticada.

—Entonces, tu teoría es que la cueva la construyó alguna cultura antigua —dijo Roosevelt.

—Sí, pero no india.

Roosevelt le miró sorprendido.

—Pudieron ser vikingos, ya sabes que fueron de los primeros en llegar a América.

—¿Vikingos? ¿Y por qué se iban a molestar en construir una cueva? —preguntó Roosevelt.

—A lo mejor ocultaron allí todo lo que robaron en Europa durante siglos.

—No me encaja —dijo Roosevelt.

—El caso es que McGinnis excavó la cueva y encontró varias plataformas de roble y restos de carbón vegetal, masilla y fibra de coco, pero lo peor es que comenzaron a sacar mucha agua. La cueva estaba en parte anegada y tuvieron que abandonarlo todo —comentó el amigo.

—¡Qué desgracia!

—Sí, pero unos cincuenta años más tarde regresaron para terminar el trabajo. Descubrieron un viejo dique que controlaba las mareas, al parecer estaba roto y por eso se inundaba la cueva. Construyeron uno provisional, pero no resistió mucho —dijo el amigo de Roosevelt.

—Pero ¿por qué alguien iba a tomarse tantas molestias?

—Eso se preguntaron ellos también. Sin duda ahí abajo se encuentra algo que merece la pena —comentó el amigo.

—Es increíble.

—Lo único que se sabe es que se encontró una piedra en la que había una inscripción: «Cuarenta pies más abajo están enterrados dos millones de libras».

—Pero esa inscripción tiene que ser reciente.

—Sin duda, sobre todo si tenemos en cuenta que la libra esterlina fue conocida bajo ese nombre en el reinado de Isabel I —dijo el amigo.

—Por tanto, mediados del siglo XVI.

—Exacto.

—Entonces ¿crees que es rentable invertir en eso? —dijo Roosevelt.

—Creo que merece la pena arriesgarse —comentó su amigo sonriente.

—El riesgo forma parte de la vida —dijo Roosevelt—, aunque en mi familia nadie se haya arriesgado en los últimos cien años.

Los dos amigos se rieron y entraron a beber una última copa antes de regresar a casa.