Capítulo 72

Memphis, 8 de febrero 1916

El tren parecía avanzar más rápido de lo normal, pero Jack London no se percataba. Tenía la mirada perdida en el paisaje aún salvaje e interminable de su país. Después de dos días, se sentía cansado y desesperado por llegar a casa.

Había alquilado un compartimento privado, lo último que quería era un vecino de viaje al que tuviera que dar conversación. Había comprado unos libros en una de las paradas de tren, pero apenas les había echado un vistazo, como si estuviera demasiado nervioso para concentrarse. En los últimos días sentía un fuerte dolor en el pecho que sus pastillas apenas aliviaban.

Justo cuando el tren entró en el túnel, el corazón del escritor se aceleró. No le gustaba la oscuridad, y menos después de sus últimas experiencias. El maquinista tocó el silbato y el tren se introdujo debajo de la montaña. London se apoyó en el asiento y cerró los ojos.

Un ruido le hizo abrir de nuevo los pesados párpados. La pequeña luz del compartimento apenas iluminaba los sillones y el espejo que estaba justo encima de su cabeza. Sintió una presencia extraña, pero intentó pensar en otra cosa. Respiró hondo y volvió a cerrar los ojos.

Un frío inexplicable invadió todo el recinto. London se abrazó, pero sus manos estaban heladas. Notó como algo se sentaba a su lado y el sonido de una respiración. London comenzó a rezar.

Apenas lo había hecho en su larga vida, pero fue lo único que le devolvió en parte el sosiego.

—¿Está rezando, señor Jack London? —preguntó una voz desgarradora y burlona.

El corazón del escritor se aceleró aún más. Se apartó levemente de la voz e intentó decirle a su mente que aquello era imposible. Nadie había abierto la puerta.

—Los seres humanos son muy necios, ¿no cree? Toda una vida dedicada a la escritura, defendiendo que solo lo racional, lo que perciben nuestros sentidos existe y ahora juega a descubrir cosas que le superan.

London no respondió, tenía la infantil idea de que si ignoraba la voz, esta terminaría por desaparecer. Había escuchado muchos casos de personas que oían voces, sin duda se estaba volviendo loco.

—No hace falta que conteste, no he venido hasta aquí para charlar.

—Entonces, ¿para qué ha venido? —preguntó London sin poder refrenar sus palabras.

—Viejo Jack, creo que lo sabe. Ha estado muchas veces al borde del abismo como para no saber lo que hay en el fondo, pero esta vez es la definitiva.

Jack pensó en su mujer. Siempre había imaginado su muerte en la cama de su casa en California. Un sueño tranquilo y después la nada, pero supo que no iba a ser así.

—No lo piense más, lo importante no es cómo, sino que vamos a tener toda una eternidad para conocernos, viejo amigo.

La voz parecía salir del mismo infierno y London se agarró al asiento hincando sus uñas en la piel. Sintió como si se elevara y flotara en medio del compartimento. Comenzó a gritar, pero no consiguió escuchar su propia voz. Después abrió los ojos. A pesar de la oscuridad, la figura monstruosa podía verse con cierta claridad. Sus ojos rojos lo miraron y London comenzó a temblar de miedo. Movió los brazos intentando apartarle, pero esa cosa se acercó sonriente y le aferró de la mano. De repente el tren salió del túnel.