Washington, 8 de febrero 1916
La Biblioteca del Congreso volvió a sobrecogerle de nuevo. Los edificios de la ciudad se habían construido para reflejar el poder del pueblo norteamericano y, en muchos sentidos, imitaban las viejas instituciones y grandeza del Imperio romano. El tener un guía de excepción como Laurence, el tío de Lincoln, enfatizaba esta sensación de introducirse en el corazón mismo de la historia, pero la euforia de la investigación había sido empañada por la tristeza de todo el grupo.
—El otro día no pude contarles la historia de esta insigne biblioteca —dijo Laurence.
—Por favor, sería un placer escucharle —lo animó Alicia.
—La primera biblioteca fue creada por el Congreso en 1800 y estaba ubicada en el Capitolio. La invasión británica de 1812 había terminado con una buena parte de los libros de la primera biblioteca y muchos habían desaparecido. Thomas Jefferson vendió su colección personal para aumentar un poco sus fondos. Durante todo el siglo XIX aumentaron los libros, pero el proyecto de crear una biblioteca nacional fue retrasándose. En 1851 un incendio arrasó dos terceras partes de los libros y el Congreso se limitó a reemplazarlos, pero la biblioteca no terminaba de progresar.
—¿Cuándo se construyó este edificio? —preguntó Hércules.
—Un bibliotecario llamado Ainsworth Rand Spofford convirtió la colección del Congreso en una biblioteca nacional como la de otros países occidentales. Su estrategia fue muy sencilla: consiguió que el Congreso aprobara una asignación de dinero para la compra de libros y la reserva de una copia de todos los libros editados en Estados Unidos, de esta manera el crecimiento de la biblioteca obligaría a la construcción de un edificio que albergara todos los libros. El edificio Thomas Jefferson fue construido entre los años 1890 y 1897 —explicó el tío de Lincoln señalando a su alrededor.
—No imaginaba que fuera un edificio tan reciente —dijo Alicia.
Recorrieron las salas hasta una de las zonas internas. Los pasillos por los que los bibliotecarios caminaban con carritos repletos de libros no eran tan lujosos y el depósito de las obras más importantes parecía más la caja acorazada de un banco que una biblioteca.
—Aquí tenemos las obras más importantes —dijo Laurence orgulloso.
—Me pasaría la vida aquí dentro —comentó Lincoln recuperando por primera vez el ánimo.
Se acercaron a una mesa y se sentaron. Sacaron los libros y todo el material, tenían que terminar esa investigación antes de que fuera demasiado tarde para Margaret y que aquellos criminales se salieran con la suya.
—Ahora mismo les traeré todo lo que tenemos sobre masonería, templarios y América. Me temo que es mucho, pero intentaré hacer una selección.
Hércules comenzó a recapitular sobre lo que ya sabían. Conocían la orden que estaba detrás del asesinato y que su intención era recuperar un fabuloso tesoro llevado por los templarios en el siglo XVII, en pleno conflicto entre jacobitas y los Hannover, pero desconocían todo lo demás.
Lincoln tomó el libro de Jack London y releyó sus notas, después leyeron el diario del senador y sus descubrimientos.
—Parece que no avanzamos —dijo Alicia.
—Hay algo que se nos escapa. Si supiéramos qué estamos buscando… —dijo Lincoln.
—Creo que esa es la clave. Si descubrimos qué es tan valioso para que la orden mate y sea capaz de cualquier cosa para conseguirlo, resolveremos el misterio —dijo Hércules.
Laurence apareció con un carrito de libros tan lleno que apenas se veía su gran figura. Se paró delante y asomando la cabeza por un lado dijo, sonriente:
—Con esto pueden comenzar, el resto se lo traeré luego. He hablado con uno de los eruditos de la biblioteca especializado en masonería en Estados Unidos, dentro de un rato vendrá a verles.