Capítulo 70

Washington, 8 de febrero de 1916

El secretario de Estado se aproximó al presidente justo después de sus oraciones. Sabía que en ese momento siempre estaba de buen humor, optimista.

—Señor presidente, tengo malas noticias.

—¿Qué sucede? —preguntó el presidente quitándose las gafas.

—Nuestros informadores en Alemania han interceptado un mensaje cifrado. Creen que se va a producir un ataque de gran envergadura contra Francia. Nuestra suposición es que será sobre Verdún.

—¿Qué?

El secretario extendió una nota y el presidente se volvió a poner las gafas.

«Todo preparado, cinco días para la acción. En una semana nos vemos en París, pero antes comeremos en Eix. Saludos.»

—No entiendo nada —dijo el presidente.

—Nuestros especialistas creen que se trata de un ataque de gran envergadura en las proximidades de Verdún —comentó el secretario.

—Pero ¿qué tiene de especial este ataque?

—Hemos observado un desplazamiento de tropas increíble, como nunca antes. Creemos que es el ataque definitivo; si Francia sucumbe, Europa está perdida.

El presidente se quedó pensativo. Dentro de unos meses, cuando tuviera las manos libres para actuar, podría ser demasiado tarde, pero tenía que ganar primero las elecciones.

—Mande un informe urgente al presidente de la República con todos nuestros datos y prométale toda la ayuda material que necesite. Acelere el envío de voluntarios y prepare los planes de guerra, en cuanto empiece mi segundo mandato entraremos en guerra y tenemos que estar preparados.

—Sí, señor presidente.

—Gracias.

—Una cosa menor de agenda, señor. Dentro de dos días tendremos el concierto especial en la Casa Blanca para reunir fondos para los huérfanos de la guerra, tengo la lista provisional de invitados y querría que la aprobara, vamos muy mal de tiempo.

—Adelante, confío en usted.

—Gracias, señor presidente —dijo el secretario alejándose del despacho y dirigiéndose a la puerta.

Wilson se levantó del sillón y caminó nervioso por la sala. A veces ser presidente era muy frustrante. Todos creían que tenía poder para hacer lo que quisiera, pero lo cierto era que era una misión casi imposible controlar al Congreso y al Senado. Era prisionero del sistema y no podía hacer nada para acelerar la maquinaria política.