Washington, 8 de febrero de 1916
Aquella mañana el frío regresó a la ciudad como un mal presagio. El pequeño cementerio baptista parecía un jardín muerto. La nieve había cubierto de nuevo todo y un centenar de personas se apretujaba delante de la tumba.
Lincoln y Alicia estaban juntos, Hércules permanecía en un segundo plano, a un paso de la pareja. El pastor leyó el salmo 23 y después habló de las virtudes del reverendo Abraham Lincoln. Se escuchaban algunos llantos apagados y al finalizar la ceremonia una larga cola de feligreses saludó a la pareja.
Cuando todos se hubieron marchado, Hércules y el tío de Lincoln se aproximaron en silencio.
—Será mejor que nos pongamos en marcha —dijo Lincoln.
—No se preocupe por la investigación, puede esperar —comentó Hércules.
—Lo que menos necesito ahora es quedarme parado pensando en la muerte de mi padre. Cuanto antes investiguemos, antes olvidaré todo esto.
—Creo que Hércules tiene razón, cariño —dijo Alicia agarrando el brazo de Lincoln.
—Prefiero encontrar a los que han hecho esto a mi padre y sobre todo a quien lo ordenó.
Sus amigos lo miraron sorprendidos, no estaban acostumbrados a ver esa expresión de rabia en su rostro. Su tío se acercó y le abrazó.
—Sé cómo te sientes. Os ayudaré en todo lo que pueda.
Jack London, cabizbajo, se aproximó al grupo y en voz baja les dijo:
—Lo siento, caballeros, pero hoy mismo regreso a casa. Cuando emprendí este viaje creía que simplemente sería una aventura en la que descubriríamos un misterio oculto durante siglos, pero esto me sobrepasa. Tengo a mi mujer en casa, me queda poco tiempo de vida y no quiero pasar los últimos meses corriendo de un lado para otro lejos de mi esposa.
Hércules se acercó y le puso la mano en el hombro.
—Lo comprendemos.
—Les dejo el libro y mis anotaciones por si les pueden ser útiles —comentó entregándole todo a Hércules.
—Ha sido un placer conocerle —dijo Alicia acercándose al escritor y dándole un abrazo.
—Muchas gracias por todo —dijo Lincoln dándole la mano.
Jack London se despidió del grupo y caminó por el sendero hasta la salida. Era la primera vez que dejaba algo a medias, pero no se sentía con fuerzas ni con ánimo para seguir adelante. Desde el exterior, un par de hombres lo observaban con atención y comenzaron a seguirlo cuando se adentró en las calles de la ciudad.