Capítulo 68

Washington, 7 de febrero de 1916

Un nuevo fracaso ponía todos sus planes en peligro. Lear se acercó furioso al sargento encargado. El resto formaba una fila a pocos pasos.

—Sabes que no admito un segundo error. Si hemos sobrevivido todos estos siglos ha sido precisamente porque no hemos cometido fallos. Esos malditos entrometidos se han escapado dos veces delante de tus narices. Una mujer y dos hombres contra casi treinta caballeros.

—Se atrincheraron en la casa. Los hombres son especialistas, por lo menos disparaban como profesionales.

—No quiero más excusas —dijo Lear levantando la voz.

—Pero…

—Has puesto en peligro la misión, ahora tenemos a toda la policía de Washington buscándonos.

—Lo siento —dijo el hombre, asustado.

Lear tomó su puñal y se acercó sonriente al hombre.

—Todos tenemos que hacer sacrificios —dijo abrazando al individuo. Le hincó el puñal hasta la empuñadura y lo movió dentro de sus tripas.

El hombre apenas soltó un gemido, se aferró a Lear y permaneció unos segundos balbuceando antes de caer muerto al suelo.

—Esto es lo que les espera a los cobardes y a los que cometan más fallos —dijo Lear con el puñal ensangrentado en la mano.

Todos le miraron nerviosos. La orden no podía permitirse más errores, su fuerza estaba en su anonimato. Llevaba actuando en la sociedad durante siglos sin que nadie se diera cuenta. La única forma de hacerse con el control y recuperar su fuerza era de una manera sigilosa.

Lear se quitó la ropa ceremonial y salió a las calles vestido de traje. A pocas manzanas estaba el edificio en el que trabajaba, la Biblioteca del Congreso.