Capítulo 65

Washington, 6 de febrero 1916

Todos se arrojaron al suelo. Los cristales de las ventanas comenzaron a estallar y las balas silbaban por todo el salón. Lincoln escuchó el alboroto desde la cocina, sacó su arma y se disponía a ir a ver lo que pasaba cuando dos hombres entraron por la puerta de atrás. Los tipos iban vestidos de negro y llevaban el rostro cubierto. Lincoln disparó a uno de ellos y después a la lámpara del techo. La cocina se oscureció y tiró de Ana para que se colocara detrás de la mesa.

El intruso se introdujo en la cocina y se lanzó sobre Lincoln. A este no le dio tiempo de disparar. Los dos forcejearon y el intruso logró quitarle el arma. Sacó un cuchillo y comenzó a acercárselo al cuello.

—¡Maldito! —dijo Lincoln al límite de sus fuerzas. Aquel tipo era demasiado fuerte.

El puñal ya rozaba su garganta cuando Ana se lanzó sobre su espalda clavándole un puñal. El intruso bramó y se estiró hacia atrás, lanzando a Ana por los aires. Lincoln se incorporó y empujó al intruso. Este perdió el equilibrio y se cayó de espaldas, hincándose el cuchillo hasta el fondo.

Mientras, en el salón cuatro hombres disparaban contra Hércules y sus amigos.

—La policía no tardará en venir —dijo Alicia.

—En este barrio la policía no se atreve a entrar —dijo el padre de Lincoln.

—¿Qué?

—Pensaran que es un ajuste de cuentas entre delincuentes —dijo el padre de Lincoln.

La anciana estaba aterrorizada, temblando, en el suelo, y Hércules se mantenía a resguardo antes de actuar. Se preguntaba dónde estaba Lincoln.

Escucharon unos pasos en el pasillo y observaron que parte de los disparos se dirigían hacia la cocina; eso era lo que Hércules estaba esperando.

El español se levantó y disparó a dos de los hombres, uno cayó abatido. Después se dirigió reptando hasta otra parte del salón y alcanzó a otro.

Lincoln logró matar a uno más, pero unos segundos más tarde otros cuatro hombres entraron en la casa.

—Pero ¿cuántos son? —gritó Hércules.

—Creo que esta vez quieren asegurarse de que no escapamos —dijo Alicia, que había sacado su pistola de dos tiros. Se levantó y con un disparo certero mató a uno de los intrusos.

De repente los tiros cesaron y uno de los asaltantes comenzó a hablar:

—Están rodeados. No queremos que muera gente inocente. Dennos lo que han conseguido y les dejaremos marchar.

—¿Qué pasa con Margaret? —preguntó Alicia.

—También la liberaremos.

—Tráiganla aquí —dijo Hércules.

—Las condiciones las ponemos nosotros. Entréguenos el diario del senador, las figuras y el libro, después nos marcharemos y hoy mismo liberaremos a la muchacha.

—No, primero traigan a Margaret —dijo Alicia.

El hombre hizo una señal y los intrusos comenzaron a disparar de nuevo. A pesar de lograr abatir a varios asaltantes, la situación comenzaba a ser crítica. Empezaba a escasear la munición.

Uno de los disparos alcanzó a Hércules en el hombro.

—Maldita sea —dijo el español mientras se sujetaba el brazo.

—Deme el arma —dijo el padre de Lincoln. Se puso en pie y mató a uno de los asaltantes, pero un tiro lo alcanzó y cayó al suelo.

Siguieron intercambiando disparos hasta que se escucharon tiros desde fuera. Al parecer un grupo de feligreses se había acercado con sus armas para defender la casa del pastor. Los asaltantes huyeron, dejando tras de sí varios cadáveres.

Cuando los feligreses entraron en la casa encontraron varios heridos y todo destrozado.

Uno de ellos limpió la mesa y puso sobre ella al pastor. Otros atendieron las heridas de Hércules y la anciana.

Lincoln se acercó al salón preocupado, su padre estaba sobre la mesa semiinconsciente. Tuvo que tragar saliva para contener las lágrimas. Esos malditos bastardos le habían herido.