Capítulo 61

Washington, 6 de febrero 1916

Hércules intentaba observar aquello de una manera científica, pero a ratos se le hacía imposible. La música era animada y alegre. El cuerpo se dejaba engatusar por el órgano y la orquesta que tocaba a todo volumen. Un coro de medio centenar de mujeres y hombres dirigía las alabanzas con una fuerza que ponía los pelos de punta. Él había visto en Cuba a negros bailando las ancestrales danzas, pero aquello no tenía nada que ver. Mientras que las ceremonias en las playas sacrificando gallinas tenían para él algo de macabro y oscuro, aquella gente parecía sinceramente feliz, libre.

Alicia lo miró y sonrió. Ella estaba más que ninguno de ellos concentrada en cada detalle de la reunión. Las oraciones de algunos miembros de la congregación entre canción y canción, un par de testimonios y el electrizante ambiente que se creaba eran cosas que Lincoln le había contado decenas de veces.

El grupo tenía la tentación de dejarse llevar, como si una fuerza irresistible quisiera conquistar, pero de inmediato Hércules y sus amigos volvían a recuperar el control.

Después de pasar la ofrenda, un hombre no muy alto, con el pelo canoso, barba y con algo de sobrepeso, subió al púlpito.

—Creo que hoy tenemos la visita de varias personas —comentó sonriente.

Lincoln se hundió un poco más en el banco, pero su padre no estaba dispuesto a dejarle escapar.

—George, ¿puedes presentarnos a tus amigos?

El padre de Lincoln habló con la familiaridad de alguien que acaba de ver a su hijo esa misma mañana en el desayuno.

Lincoln se levantó y presentó al resto del grupo, después de cada saludo, la gente aplaudía. Cuando terminó se volvió a sentar.

—Hoy me gustaría hablaros del hijo pródigo. Lo siento, George, pero no sabía que estarías en la iglesia —comentó el pastor y la congregación rio a carcajadas.

En ese momento, a Lincoln le hubiera gustado que se lo tragara la tierra, pero permaneció serio sin moverse un milímetro.

—En muchas ocasiones nos han hablado de un Dios justiciero que busca constantemente martirizar al hombre. El Dios vengativo que espera una ocasión para destruir al ser humano, pero, por el contrario, la verdadera imagen de Dios es la del padre que espera al hijo pródigo. Un hijo que ha pedido la herencia del padre y la ha derrochado, pero que cuando vuelve en sí, se da cuenta que en la casa de su padre vivía mejor. —El predicador hizo una pausa y miró al público. Nadie hablaba, todo el mundo permanecía atento y en silencio—. ¿Qué visión tienes tú de Dios? ¿Cómo crees que te acogerá si hoy vuelves a él? Nos dice la Biblia que cada día aquel padre salía al camino para ver si su hijo regresaba y que el día que vio de nuevo a su hijo corrió hacia él, le dio nuevas vestiduras, un anillo y organizó una gran fiesta.

El auditorio hizo un gesto de asombro y algunos expresaron a viva voz su alegría.

—Dios no nos reprocha nuestros pecados, ya que sabe que somos pecadores, pero los perdona si venimos a él. Regresa a la casa de tu padre.

El coro comenzó a cantar suavemente un espiritual y la iglesia se fue uniendo progresivamente. El coro de voces inundó la sala. Algunos de los presentes comenzaron a llorar y se dirigieron a la parte delantera de la iglesia para que el pastor orara por ellos.

Cuando el servicio terminó, el pastor pasó por el pasillo central y se puso a la puerta de la iglesia. Hércules y sus amigos salieron de su banco y se dirigieron a la salida.

—Reverendo Lincoln —dijo Hércules—, muchas gracias por su sermón.

—De nada, es mi trabajo predicar la palabra de Dios —dijo el padre de Lincoln, sonriente.

Lincoln se adelantó un paso y su padre le abrazó. Al principio Lincoln se quedó rígido e inexpresivo, pero al final terminó por rodearle con los brazos.

—Hijo, me alegro mucho de verte. Tu tío me había dicho que estabas en la ciudad, no sabía si ibas a venir a verme.

—No podía dejar de hacerlo.

—¿Os vendréis a comer a casa?

—No podemos, padre, estamos en medio de una importante investigación —contestó Lincoln.

—El día del Señor es para descansar, además solo serán unas horas.

—No sé —dijo Lincoln mirando a sus amigos.

—Estaremos encantados —dijo Alicia aproximándose al reverendo.

—Tengo que presentarte a mis amigos. Alicia Mantorella, una amiga.

La mujer le miró sorprendida; llevaban meses prometidos, pero por alguna razón Lincoln prefirió omitir ese detalle.

—Hércules Guzmán Fox, un gran amigo y compañero de fatigas. El señor Jack London, famoso escritor e investigador.

—Encantado, espero que tengan una feliz estancia en la ciudad de Washington. Son muy bienvenidos. Si me esperan un momento, termino de despedir a la congregación y nos iremos a mi casa a comer.

El grupo se apartó del pastor y un gran número de personas se acercó a saludarles. La mayoría abrazaba a Lincoln como si formaran parte de su familia.

—George, no has cambiado —dijo una atractiva mujer.

Lincoln se ruborizó y Alicia dio un paso para presentarse.

—Alicia Mantorella.

—Encantada, mi nombre es Ana Jefferson, George y yo somos amigos desde niños.

Una mujer mayor se acercó al grupo y le dijo a Lincoln:

—¿Sigues sin casarte, hijo? Aquí muchas se acuerdan de ti.

Ana sonrió e intentó cambiar de tema.

—Mi madre siempre está bromeando. Creo que comeremos con vosotros en casa de tu padre. Desde hace años, preparamos su comida de los domingos. Cada día de la semana una mujer de la iglesia le lleva la comida, es la única manera de asegurarnos de que se alimenta bien.

—¿Dónde está mi hermana Elisabeth? —preguntó Lincoln.

—Hace más de un año que se casó y se fue a vivir a Maine —dijo Ana—, tu padre se ha sentido muy solo, pero ya comienza a acostumbrarse.

El grupo abandonó la capilla y fue caminando al otro lado del jardín, donde se encontraba la casa pastoral. Pasearon en silencio, disfrutando del sol que derretía la nieve acumulada en los jardines.

—Todo sigue igual —dijo Lincoln.

—Aquí no cambia nunca nada —dijo Ana, resignada.

—Me parece una hermosa iglesia —dijo Alicia.

—Gracias —dijo el reverendo—, nos costó más de cinco años terminarla. Todo el mundo ayudó, hasta George. Y eso que a él las cosas de la iglesia nunca le interesaron. Siempre quiso volar solo.

Lincoln frunció el ceño. No entendía por qué su padre tenía que hablar de su vida privada. Ana se le agarró del brazo y Alicia los miró enfadada.

—Lo importante es que hoy nos ha venido a ver —comentó Ana.

Entraron en la casa. El reverendo los llevó al salón y se sentaron directamente a la mesa, que ya estaba puesta. Las mujeres añadieron cuatro cubiertos más y se fueron a la cocina a por la comida.

—Siéntense, por favor.

Todos ocuparon su sitio y el pastor comenzó a hablar.

—Tu tío me comentó que estáis investigando algo sobre la masonería.

Lincoln le miró sorprendido, había advertido a su tío que no dijera nada.

—Es una investigación peligrosa y es mejor que no sepas lo que estamos investigando.

—Bueno, Lincoln, no creo que suceda nada porque tu padre sepa… —comentó Alicia.

—A él no le interesa lo que estamos investigando.

—George, no le hables así a la señorita. ¿Es que has olvidado tus modales? —dijo el padre de Lincoln enfadado.

—Disculpe a su hijo, está sometido a mucha presión y su deseo es protegerle. Normalmente investigamos organizaciones criminales muy peligrosas y es mejor que dejemos al margen a personas inocentes —dijo Hércules—, pero en este caso no creo que importe mucho hablar del tema. Si al señor Jack London le parece bien.

—No tengo ningún inconveniente —dijo el escritor.

—Investigamos la muerte de un senador —dijo Hércules.

—¡Qué extraño!, no he leído nada en los periódicos —dijo el padre de Lincoln.

—¿No ha salido en los periódicos? —preguntó Lincoln.

—No, ya sabes que yo leo dos o tres todas las mañanas. Una noticia como esa no me habría pasado desapercibida.

—Tal vez el Gobierno prefiera no airear la muerte para descubrir a los asesinos —comentó London.

—Es posible —dijo Hércules.

—Me parece sorprendente. Creía que la prensa en Norteamérica no se sujetaba a los dictados del Gobierno —comentó Alicia.

—En nuestro país muchas cosas no son lo que parecen. Hace casi cincuenta años que se hizo una guerra para que los negros fueran libres y pudieran votar, pero en la mayoría de los estados se nos trata peor que a esclavos y se nos impide ejercer nuestro derecho al voto y ejercer ciertos oficios —dijo el padre de Lincoln.

En ese momento llegaron Ana y su madre con la comida. Sirvieron a los invitados y después se sentaron a la mesa. El pastor rezó una breve oración y comenzaron a comer.

—Entonces investigan el asesinato de un senador —dijo el padre de Lincoln.

—¡Qué horror! —dijo Ana.

—No se preocupe, el pobre senador murió muy lejos de aquí, cerca de las costas de Nueva Orleans —dijo Hércules.

—Pero ¿qué tiene eso que ver con la masonería? —preguntó el padre de Lincoln.

—Eso es lo que estamos investigando —dijo Hércules.

—Yo nunca he aprobado la masonería, de hecho nuestros feligreses tienen prohibido pertenecer a una logia, aunque hay otros pastores que lo ven bien.

—Hay muchos tipos de masonería —dijo London.

—Sin duda, pero creo que no es lógico que personas adultas hagan ciertas cosas en secreto. Si les soy sincero, todo eso me parece cosa del diablo —dijo el padre de Lincoln.

—¿Del diablo? —preguntó London.

—Sin duda, algunos creen que el diablo no existe, pero créanme, yo lo he visto en acción.

—¿Usted ha visto al diablo? —preguntó Alicia asombrada.

—He tenido que liberar a muchas personas de posesiones demoníacas y más de una vez he experimentado su desagradable presencia. Son gajes del oficio —dijo el reverendo.

—Perdóneme, pero me cuesta creer ese tipo de leyendas —dijo Hércules.

—¿Leyendas? El diablo tiene muchas rostros, señor Guzmán Fox, espero que nunca tenga que verlo cara a cara —dijo el reverendo, mientras su expresión se ensombrecía por unos momentos.

El sol comenzó a ocultarse por el horizonte y las sombras se alargaron en el salón. La oscuridad los atenazó por unos instantes, el príncipe de la noche parecía algo lejano e irreal por el día, pero en cuanto la oscuridad lo cubría todo, el temor se apoderaba del corazón de los hombres.