Capítulo 59

Washington, 6 de febrero 1916

Al otro lado del Potomac la ciudad perdía su nombre. Los edificios oficiales y los monumentos dejaban paso a una zona residencial de casas desvencijadas, basura acumulada en las cunetas y niños que corrían de un lado al otro, vestidos con ropa vieja. Desde que el coche entró en el barrio de Lincoln, Alicia no había quitado ojo de la ventanilla, sabía que conocer el lugar donde se había criado su prometido la ayudaría a entenderlo mejor. Lincoln, sin duda, era un luchador. Había logrado sobrevivir a todo eso y dejarlo atrás, pero muchos de sus temores y complejos tenían su origen en aquel lugar.

—¿Qué piensas al regresar después de tantos años? —preguntó Alicia.

—Tengo sentimientos contrapuestos. Por un lado siento una gran nostalgia, conozco cada rincón de esta zona y pasé buenos momentos con mis amigos. Cuando uno es niño no es consciente de las diferencias sociales ni se compara con nadie, pero al crecer opiné que este ambiente degradado me aprisionaba —dijo Lincoln.

—Al cruzar al otro lado vería el contraste —dijo Hércules.

—Sí, pero no me importaba tanto el contraste entre ricos y pobres, creo que siempre habrá pobres, por mucho que el hombre intente paliar las necesidades, lo que no soportaba era que los pobres fueran negros y los ricos, blancos. El nacer condenado a vivir míseramente por el color de tu piel —dijo Lincoln.

—¿Y tu padre no estaba de acuerdo? —preguntó Alicia.

—Sí lo estaba.

—Entonces, ¿por qué llevas años sin hablar con él? —preguntó Alicia.

—Él es de los que piensa que el deber de la gente que prospera o logra educarse es quedarse aquí para ayudar a la comunidad, yo creo que es mejor integrarse en la sociedad y demostrar que un negro puede hacer las mismas cosas que un blanco.

—Su padre tenía razón —dijo Jack London que hasta ese momento había permanecido en silencio.

—¿Qué? —preguntó extrañado Lincoln.

—Le digo que su padre tenía razón. Aquí es más necesario. Allí fuera sigue siendo un negro, un negro capaz de hacer cosas, pero para la mayoría no es mejor que un mono de feria que ha aprendido a dar vueltas a una rueda. Llevo toda la vida dando tumbos y denunciando las injusticias de este país, pero la única manera de conseguir la dignidad de su pueblo es que todos se unan.

Lincoln miró fijamente al hombre. Era fácil opinar de las cosas que no se conocían, pero ya estaba acostumbrado a sentirse incomprendido.

—Quedarse era morir, vivir una vida para la que no estaba preparado. Mi padre quería que fuera pastor pentecostal y eso era imposible. Soy incapaz de amar hasta ese punto, no puedo darme sin más a los demás.

Alicia pasó su brazo por detrás y le abrazó. Entonces el coche se detuvo frente a una iglesia pintada impolutamente de blanco. Era hermosa, como un diamante arrojado en mitad del estiércol.

Lincoln levantó la vista y observó a los feligreses que caminaban sonrientes hacia la puerta principal. Estaba en casa, aunque sintió la incertidumbre del hijo pródigo que no sabe cómo será recibido.

—Adelante —dijo Hércules bajando del vehículo.

—No he estado en un servicio pentecostal en mi vida, aunque cuando comenzó la moda en la calle Azusa en Los Ángeles se montó un gran revuelo, miles de personas pasaban todos los días por esa iglesia —comentó Jack London.

—¿Están preparados para algo realmente diferente? —preguntó Lincoln recuperando el ánimo.

Abrió la puerta y todos contemplaron la capilla completamente llena. Se sorprendieron de la efusiva bienvenida y de cómo la gente se besaba, se abrazaba y saludaba.

—Será mejor que nos sentemos, la reunión está a punto de empezar —dijo Lincoln.

Lo que desconocían era que una ceremonia mucho más macabra estaba comenzando al otro lado de la ciudad.