Capítulo 57

Alexandria, 5 de febrero de 1916

—¿Cómo regresaremos a Washington? —preguntó Alicia al ver la calle desierta.

—No se preocupen, hay un servicio de autobuses y taxis muy bueno —comentó Laurence, el tío de Lincoln.

—Será mejor que regresemos en taxi, creo que todos estamos muy cansados —dijo Hércules.

Caminaron bajo la noche estrellada. Recorrieron los jardines del monumento y observaron el edificio en penumbra.

—Parece un faro muerto —dijo Jack London.

Apenas alguna ventana estaba iluminada, pero la luna lograba limitar la oscuridad.

Escucharon unos pasos y Hércules se dio la vuelta. Tres figuras se acercaban hacia ellos. A unos metros, las tres figuras se separaron, como si intentaran rodearlos.

—¡Corran! —gritó Hércules señalando el edificio.

Todos corrieron hasta las escalinatas y comenzaron a ascender hasta la entrada principal. Los perseguidores aceleraron el paso.

Lincoln tiró con fuerza del pasador, pero la puerta no se movió.

—Está cerrado.

—Maldición —dijo Hércules, intentando pensar una nueva solución.

—Hay otra entrada —dijo Laurence, y comenzó a mover su pesado cuerpo hacia uno de los laterales.

Hércules sacó su revólver y Lincoln lo imitó. Se aproximaron a una puerta pequeña, una planta por debajo de la principal. Laurence empujó y esta se abrió.

Entraron fatigados al edificio, no había mucha luz, pero la suficiente para verse las caras y sentirse a salvo.

—No tardarán en entrar. Alicia, lleva a Jack y Laurence a un sitio seguro —comentó Hércules.

La mujer frunció el ceño, no le gustaba la sobreprotección de su amigo, pero al final extrajo una pequeña pistola de dos tiros de la liga y se llevó a los dos hombres hasta una sala contigua.

—No sé cuáles son las intenciones de estos tipos, pero será mejor que primero disparemos y después preguntemos —dijo Hércules.

Se apartaron de la puerta y se cubrieron detrás de una mesa. Esperaron cinco minutos, pero no pasó nada.

—¿Por qué no entran? —preguntó Lincoln.

—Me temo que les es más fácil esperar a que salgamos. No quieren empezar un tiroteo en un lugar público.

De repente, la puerta se abrió y entraron varios hombres, la mayoría de ellos de avanzada edad. Conversaban amigablemente y en todo momento ignoraron a Hércules y Lincoln.

—Debe haber una reunión de la logia —explicó Lincoln.

Después de que casi medio centenar de hermanos entraran por la puerta y se dirigieran a una gran sala al fondo, la paciencia de los dos amigos había llegado a su límite.

—Será mejor que salgamos y nos enfrentemos a ellos —dijo Lincoln.

—No estoy seguro. Ellos están al acecho, no conocemos el terreno y está demasiado oscuro.

Un hombre se acercó por su espalda. Lincoln dio un respingo y Hércules se giró.

—No teman. He visto a sus amigos y me han contado que están en problemas. Este edificio tiene una salida secreta. No crean que los masones siempre hemos sido respetados por la comunidad, hubo un tiempo en el que se nos perseguía, por eso la mayoría de nuestros edificios tienen algún sistema de escape —dijo el hombre señalando hacia una dirección.

Los dos amigos se miraron extrañados, pero escapar era la mejor solución. El rostro del anciano reflejaba paz y sosiego, como si estuviera acostumbrado a hacer aquello todos los días.

Se unieron al resto del grupo y después se dirigieron a la sala principal en la que estaba la estatua de Washington, justo detrás había una puerta disimulada que se habría con un resorte. El anciano entró primero con una lámpara y los demás lo siguieron. Caminaron unos veinte minutos por un pasillo húmedo, pero amplio y prácticamente plano. Después salieron por una trampilla en el suelo.

El anciano no salió del agujero, simplemente les sonrió y se dio la media vuelta. Caminaron hasta alcanzar la calle principal y tomaron un taxi. Una hora más tarde estaban descansando plácidamente en el hotel.