Alexandria, 5 de febrero de 1916
Los llevaban observando toda la mañana, los peores presagios de Lear se habían cumplido, los investigadores se habían reunido con Jack London, pero además había un hombre mayor negro al que conocía.
Tenían órdenes de capturarlos a todos y hacerse con lo que hubieran encontrado. Para ello debían ponerse en contacto con la promesa de liberar a la chica, aunque la hija del senador ya estaba destinada a ser la víctima propiciatoria del ritual que liberaría la fuerza de su dios.
Se aproximaron al café y entraron. Se sentaron en una mesa próxima y esperaron a que salieran, justo en el regreso a Washington sería el mejor momento para asaltarles.
El hombre viejo era el que hablaba más animadamente, mientras los demás escuchaban. Apenas les llegaba algo de la conversación, pero sin duda hablaban sobre sus descubrimientos.
Un camarero se acercó a ellos y pidieron dos cafés para no levantar sospechas. Como miembros de la orden tenían prohibido el alcohol, cualquier estimulante y naturalmente las mujeres, aunque en sus ceremonias solemnes tomaban una especie de droga que los caballeros habían conocido en su estancia en Tierra Santa, la misma droga que la secta de los Assassini había utilizado durante siglos.
Eran cinco y ellos solo tres, pero no creían que opusieran mucha resistencia. Tres de ellos eran de una edad bastante avanzada, una mujer y el hombre negro más joven. Iban bien armados; además de sus cuchillos tradicionales llevaban armas de fuego.
Preferían cogerlos a todos vivos, pero si era necesario no dudarían en matarlos. Lo más importante era recuperar los objetos, el diario del senador y el libro que poseía Jack London.
Al otro lado de la calle les esperaba su sargento, London lo había visto en el tren y podría reconocerlo con facilidad. En una hora la misión estaría cumplida y la Orden del Temple recuperaría la llave que le devolvería su antiguo esplendor.