Capítulo 53

Washington, 5 de febrero 1916

—Nos han informado de que Pancho Villa está armando un ejército para atacar el sur de los Estados Unidos —dijo el secretario.

—Eso es absurdo, ¿por qué un mosquito querría pinchar a un elefante? —dijo Wilson.

—Porque el mosquito está loco —dijo el secretario de Estado.

—¿Saben de cuántos hombres dispone? —preguntó el presidente.

—Es difícil de asegurar.

—Bueno, refuercen las fronteras, imagino que los alemanes quieren entretenernos en el sur, por si acaso decidimos entrar en la guerra —dijo Wilson.

—La situación en la República Dominicana tampoco es muy buena. Esperamos que la situación se desestabilice en breve. Isidro Jiménez no tiene la fuerza para controlar el poder —dijo el secretario de Estado.

—Pues tendremos preparado un contingente de intervención, no podemos permitir que los militares recuperen el poder —dijo Wilson.

Después de dos horas tratando los asuntos más urgentes, lo único que quería era descansar un poco.

—¿Hay alguna cosa más? —preguntó el presidente.

—No, bueno hay una última cuestión. Hemos tanteado al electorado y el resultado es muy ajustado —dijo el secretario de Estado.

—¿Qué quiere decir con muy ajustado? —preguntó el presidente.

—Si se celebraran hoy las elecciones posiblemente las perderíamos.

Wilson lo miró sorprendido, no pensaba que las cosas estuvieran tan mal.

—¿Cómo es posible?

—La opinión pública teme que entremos en guerra.

—Pero si los republicanos entran en el Gobierno también nos llevarán a la guerra. La gente no entiende que hay decisiones que no son políticas, muchas decisiones son inevitables.

—Ya, presidente, pero los republicanos han utilizado su promesa de no intervención para ganar votos.

—Pues tendremos que contraatacar. Proponga una reunión por la paz en Washington, invite a los embajadores y a los representantes de todos los bandos —dijo Wilson.

—Pero es inútil, ya lo hemos intentado antes —dijo el secretario.

—Ya lo sé, pero debemos reforzar nuestra posición neutral, que la gente vea que los Estados Unidos lo intentarán todo antes de entrar en la guerra.

—Lo haremos, señor —dijo el secretario de Estado.

—Gracias, pueden retirarse.

El secretario de Estado y el asistente del presidente lo dejaron solo. Intentó pensar en otra cosa y relajarse, pero el poder era absolutamente adictivo. Uno no podía desconectar sin más; como una droga te enajenaba y te hacía sentir tremendamente vulnerable, pero también poderoso e invencible.

La ciudad continuaba nevada, y él odiaba los interminables inviernos de la capital. Ahora los graves asuntos de la guerra en Europa no le dejaban viajar, aunque desde el principio de su mandato se había propuesto visitar el Viejo Continente, Canadá y algunos países de América Latina.

Se aproximó a la ventana, miró los árboles y pensó en los monumentos levantados en la ciudad. Todos aquellos hombres que le había precedido, que habían puesto los cimientos de la nación le observaban. Norteamérica llevaba demasiado tiempo aislada, desde Theodore Roosevelt la mayoría de los presidentes se habían conformado con regir los destinos de los Estados Unidos e influir en el continente, pero su visión era mucho más amplia; Norteamérica debía ser el guardián de la libertad en el mundo. Cuando la guerra terminara en Europa, alguien tenía que reconstruir las relaciones internacionales, crear un sistema que solucionara los problemas sin tener que acudir a la guerra, ese era su gran sueño. Un mundo en paz, liderado por su país.