Nueva York, 5 de febrero de 1916
La Orden Negra llevaba siglos luchando contra sus enemigos. Apenas unos años después de la llegada de la Orden del Temple a las colonias, la Orden Negra ya estaba establecida en América. Mientras que los miembros de la Orden del Temple luchaban por desestabilizar las posesiones británicas y provocar la insurrección, la Orden de Orange y la exclusiva Orden Negra apoyaban a la monarquía.
Después de tantos años de lucha era normal que ambas órdenes se conocieran bien, en ambos casos, tenían espías que investigaban a su enemigo, pero todavía se les escapaban los grandes arcanos ocultos. En la masonería los grandes misterios se reservaban para los grados más altos y era tremendamente difícil que un espía llegara hasta ese punto. Aunque la Orden del Temple lo había conseguido por primera vez; uno de sus miembros formaba parte del Consejo de la Orden Negra y estaba a punto de descubrir los misterios de esta y de la Orden de Orange.
El gran maestre no podía ni imaginar que tenía un traidor justo en el alma de su organización. Pensaba que cada vez estaba más cerca de conseguir su objetivo: destruir a sus enemigos y hacerse con todos sus secretos.
—Gran maestre —dijo uno de los hermanos.
—¿Sí?
—El resto del Consejo ya está aquí.
—Gracias, ahora mismo bajo.
El gran maestre observó la ciudad a sus pies. Mientras que la mayoría de las logias tenían sus sedes en la capital, cerca del poder político, él había preferido situarla justo en el corazón del poder financiero. Hacía mucho tiempo que las decisiones verdaderamente importantes se tomaban allí. Otro de los poderes que cada vez era más importante controlar era la prensa, no en vano él poseía el mayor número de periódicos de todo el país.
Tomó el ascensor y bajó hasta la planta sótano, cuando entró en la sala ya estaban todos sentados.
—Hermanos, he convocado esta reunión urgente preocupado por la situación en la que se encuentran nuestros planes. Como sabrán, estamos a punto de descubrir el misterio que la Orden del Temple ha buscado durante siglos, pero al mismo tiempo nos enfrentamos a un peligro.
Un murmullo invadió la sala.
—Durante todo este tiempo hemos pensado que el misterio oculto era un tesoro y en parte lo es, pero hay algo más. La orden ocultó una misteriosa reliquia que tiene un gran poder sobrenatural; ellos creen que resucitando ese poder recuperarán su antigua posición.
—Eso son cuentos de viejas —dijo uno de los miembros del Consejo.
—Puede que sea así, pero no podemos arriesgarnos. Ahora es más importante que nunca que nos hagamos con ello.
—¿No tenemos hombres que persiguen a los amigos del senador Phillips? —preguntó uno de los miembros del Consejo.
—Les perdimos la pista en alta mar. Imaginamos que se dirigen a Washington, pero no hemos logrado localizarlos —dijo el gran maestre.
El Consejo comenzó a inquietarse y el gran maestre tuvo que poner orden.
—Hermanos, en unos días los habremos localizados y el misterio será nuestro, pero debemos reforzar nuestros medios. Tengo el candidato perfecto para realizar esta misión.
El gran maestre miró a uno de los consejeros más jóvenes. Se hizo un gran silencio y todos le miraron.
—¿Quién, yo?
—Nuestra orden lleva siglos protegiendo al imperio, ahora somos americanos, pero nuestro deber es salvaguardar los valores protestantes, luchar por el progreso y la libertad. Usted hizo un juramento.
—Pero yo soy inexperto.
—No se preocupe, encomiéndese al Todopoderoso y él le ayudará. Pase al centro.
El joven pasó al centro, justo en medio de las mesas. Todos se pusieron en pie y le rodearon, después pusieron sus manos sobre él y levantaron una plegaria.