Staunton, 4 de febrero de 1916
Jack London miró aterrorizado al hombre. ¿Cómo sabían lo que buscaba? La única persona con la que había hablado de sus descubrimientos había sido con el senador Phillips. Era consciente que cualquiera podía pertenecer a la logia que había heredado los misteriosos ritos templarios, pero sin duda tenían la capacidad de enterarse de todo lo que se relacionara con ellos. Tenían contactos en la Casa Blanca, el Capitolio y el mundo de las finanzas. La logia del Rito Escocés Antiguo y Verdadero era una de las más poderosas del país. Desde la guerra civil no había hecho más que crecer gracias a la influencia de Albert Pike.
El anciano se acercó hacia él, Jack lo apartó con la mano, pero el hombre apenas se inmutó. Era como si debajo de aquel aspecto frágil escondiera una tremenda vitalidad.
—¡Maldito! —gritó el hombre con una voz estridente.
Jack comenzó a temblar, pero al final logró ponerse en pie y caminar hacia la puerta. El anciano se aferró a su brazo y comenzó a tirar de él. Tenía mucha fuerza en los dedos, pero logró retirarlo. Cuando miró la mano observó las uñas largas y negras que parecían garras de diablo.
—No escaparás —dijo el anciano con los ojos desencajados.
Con esfuerzo logró salir, corrió por el pasillo esquivando a la gente, intentando encontrar una salida. Llegó hasta una de las puertas y la abrió. El tren circulaba algo lento, pero había un pequeño desnivel bajo sus pies. En otra época no hubiera dudado en lanzarse fuera, pero a su edad era toda una temeridad.
Al fondo del pasillo, el anciano y dos hombres vestidos con largos gabanes negros se aproximaban a toda velocidad.
Jack miró hacia fuera y se sorprendió recitando una oración entre labios, después se arrojó al vacío.