Washington, 4 de febrero de 1916
La capital federal estaba cubierta de nieve. Lincoln observaba el panorama desde la ventanilla del taxi sin ocultar su satisfacción, por primera vez desde hacía años se sentía en casa. Alicia lo contemplaba satisfecha. Por fin su prometido había perdido su expresión melancólica, como si al sentir que encajaba en un lugar, su percepción de la vida también se transformara de repente.
—Le veo entusiasmado —dijo Hércules.
Lincoln lo miró sonriente y después dirigió de nuevo la vista a la calle.
—Puede que sea pasión, pero Washington me parece una de las ciudades más bonitas de América.
—Sin duda, muchos de sus monumentos son espectaculares, está claro que los Padres Fundadores querían impresionar a las generaciones venideras —dijo Hércules, justo cuando pasaban delante del Capitolio.
—Si les parece bien, nos aseamos y nos damos una vuelta por la ciudad —dijo Alicia.
—Les enseñaré cada rincón, incluso aquellos que los turistas nunca encuentran —comentó Lincoln.
Llegaron al hotel Independencia, uno de los más lujosos de la ciudad, se instalaron y acomodaron. Después se reunieron en el hall. Alicia apareció con un hermoso vestido rojo que resaltaba su pelo y la piel pecosa, Lincoln y Hércules se quedaron boquiabiertos.
—¿Cómo es posible que consiga esos vestidos? —le dijo Lincoln.
—Las mujeres tenemos nuestros recursos.
—Estás bellísima, Alicia —dijo Hércules abrazándola. A veces le costaba creer que era la misma niña que había conocido en La Habana, la única hija del almirante Mantorella.
—¿Nos ponemos en marcha? —preguntó Alicia cogiendo a los dos hombres por el brazo.
Cogieron un taxi hasta la avenida Pennsylvania. Después pasearon por los jardines hasta llegar frente al Capitolio. Hércules había estado en otras dos ocasiones en la ciudad, pero para Alicia era la primera vez.
—Tengo una idea, antes de ver el Capitolio y visitar el resto de monumentos quiero presentarles a alguien.
Se dirigieron a un edificio cercano al Capitolio. La inmensa fachada recordaba a París, con un complejo sistema de escalinatas por las que se accedía a un inmenso hall.
Los tres se quedaron fascinados observando las enormes vidrieras y los llamativos colores del techo.
—Nunca había entrado aquí —dijo Hércules.
—Es precioso —dijo Alicia tomando la mano de Lincoln.
Permanecieron un rato observando el edificio y después se dirigieron a la sala de lectura. Lincoln se acercó a un bibliotecario negro y lo saludó efusivamente.
—¡Tío Laurence!
El hombre le miró a través de sus lentes redondas con el ceño fruncido. Después sonrió y salió apresuradamente de detrás del mostrador.
—George, ¿qué haces aquí? Pensaba que estabas en Europa.
Los dos se abrazaron ignorando al resto del grupo.
—Deja que te presente a unos amigos. Hércules Guzmán Fox, el culpable de que me pase la vida viajando por el mundo y Alicia Mantorella, una buena amiga.
Alicia apretó los labios y se cruzó de brazos. El hombre dio la mano a Hércules y saludó a la mujer con una leve inclinación de cabeza.
—Mi tío es una de los bibliotecarios más antiguos de la biblioteca, pero también es un amante de la arquitectura y de la historia. Había pensado que nos enseñaras tú la ciudad.
Laurence se quedó pensativo. Después se acercó a uno de sus compañeros, le comentó algo y regresó sonriente.
—Me puedo escapar un rato, pero tengo que volver a la hora del almuerzo.
—Está bien —dijo Lincoln abrazando de nuevo a su tío.
—Pues creo que lo mejor será que les explique un poco de historia.
Apenas habían cruzado el umbral de la sala cuando el tío de Lincoln comenzó a relatar la fundación de la ciudad y su curioso origen.