Capítulo 43

Staunton, 4 de febrero de 1916

Jack London comprobó con agrado que le quedaban menos de veinticuatro horas para llegar a Washington. Llegaría justo a tiempo a la cita con el senador. Esperaba que no hubiera sucedido nada, la última vez que se comunicaron había sido por medio de una carta enviada por el senador desde México D. F. Él acababa de llegar de Hawái y fue una grata sorpresa recibir noticias frescas sobre el tema que le obsesionaba. Le parecía casi providencial que los dos estuvieran llegando a la misma conclusión con pruebas tan diferentes.

Jack tomó el libro y antes de ponerse a leer pensó en el intrigante último párrafo de la carta: «Creo que sé dónde se encuentra lo que buscamos».

Observó el paisaje de Virginia por la ventana: hacía frío y estaba todo nevado, nada que ver con su amada California. La nieve le transportó a sus años en Canadá. Aquella había sido la experiencia más impactante de su vida. Había conocido lo mejor y lo peor del ser humano: la ambición y la generosidad de los mineros, la degradación moral que produce la riqueza o la envidia. Aunque la lección más importante fue la de conocerse a sí mismo. Gracias a la situación extrema de Canadá sabía el aguante de un cuerpo frente al frío, el hambre o el dolor. También allí había experimentado cosas inexplicables, pero era demasiado joven para intentar darle un sentido sobrenatural, ahora justo cuando su mente estaba más abierta, intuía que aquel misterio era mucho más que un tesoro escondido y un descubrimiento arqueológico, era una lucha ancestral entre el bien y el mal.

Escuchó pasos en el pasillo y se quedó muy callado, aguantando la respiración. Notó como alguien se paraba en la puerta y permanecía unos segundos quieto, dejando ver su silueta a través de las cortinillas. Después la puerta se abrió lentamente.

—Señor London, tiene algo que nos pertenece y he venido a por ello.

La cara del anciano del vagón restaurante parecía más sombría y monstruosa que el día anterior. Los ojos saltones le miraron fijamente y él se quedó petrificado. Aferró el libro y se echó hacia atrás, como si la distancia pudiera protegerle.