Nueva Escocia, año de gracia de 1737
Quedábamos cuatro caballeros, todos los demás habían muerto. Nos dirigimos al centro de la isla. Según la leyenda, allí se encontraba la puerta del infierno. La buscamos durante dos días pero sin éxito, hasta que el tercer día, el hermano Jorge la encontró oculta entre unos árboles. Era apenas una gran hendidura en el suelo, los listones de madera que enmarcaban la entrada eran la única muestra de que en otro tiempo había sido una mina.
Los primeros en llegar hasta allí habían sido los escandinavos; en secreto habían explotado la mina de oro durante siglos. Nuestra orden sabía desde el siglo XIII de la existencia de un continente al otro lado del océano, pero no fue hasta las persecuciones del siglo XIV que se había mandado una expedición para comprobarlo. Cuando la persecución arreció en Francia y el papa excomulgó a todos los que pertenecían a los templarios, muchos pensaron en venir aquí, pero el gran maestre creía que la persecución sería transitoria, que cuando surgieran un nuevo papa y un nuevo rey en Francia tendríamos una nueva oportunidad, pero al final la orden se dividió y sobrevivió con diferentes nombres en los reinos de España, en Portugal y en nuestra amada Escocia.
Ahora estaba en peligro nuestro tesoro, las reliquias que durante siglos habíamos guardado, hasta que la Iglesia rectificara su apostasía, pero en la isla las cosas se habían puesto peligrosas, la nueva casa de Hannover no conocía la causa templaría y simplemente deseaba sus tesoros.
Entramos en la gruta y comenzamos a bajar las cajas. Como éramos solo cuatro, tardamos varios días en depositar el tesoro en la gruta. Trabajamos sin descanso hasta que nuestras fuerzas comenzaron a decaer. Uno de nuestros hermanos enfermó y murió; ahora éramos solo tres.
La última noche escuchamos cánticos extraños. Los indígenas nos habían encontrado. Estuvimos vigilando hasta el amanecer y guardamos las últimas cajas. Entonces nos atacaron. Esta vez los vimos cara a cara, aunque habríamos preferido
no hacerlo. Llevaban el rostro pintado y el cuerpo semidesnudo a pesar del frío. La mayoría tenían arcos y flechas, portaban hachas y cuchillos, pero también carabinas.
Nos atacaron sin piedad, pero resistimos dos días. Al final decidí que la única manera de guardar el tesoro era que voláramos la entrada y usáramos el resto de la pólvora para espantarlos.
Preparamos las cargas explosivas por la noche. Cuando los guerreros regresaron por la mañana, esperamos a que se acercaran y explotamos la entrada de la cueva, el estruendo les asustó. Una gran masa de fuego sacudió los cimientos de la entrada y una nube de humo tapó el sol, pero cuando incendiamos la pólvora y la segunda y tercera carga explosionaron a sus pies, los que sobrevivieron corrieron espantados.
Escapamos hacia una de las barcas y remamos con las pocas fuerzas que nos quedaban. Dos días más tarde, exhaustos, llegamos a un pequeño pueblo de pescadores. Ellos nos cuidaron y dos meses más tarde regresamos a Europa. Ahora la guerra se cierne de nuevo sobre Escocia. Nuestros hermanos luchan por la causa jacobita, aunque no hay muchas esperanzas de triunfo. Los españoles y franceses nos apoyan, los miembros de varias logias actúan desde Londres, pero los ingleses son muy fuertes y astutos. Si nuestra llama se apaga en Europa, volveremos a reorganizarnos en el Nuevo Continente. Desde allí recuperaremos nuestro poder y algún día regresaremos a América y reapareceremos, pero ahora toca sufrir y morir, nos llevaremos nuestros secretos a la tumba hasta que el elegido levante de nuevo la orden y los templarios con sus cruces rojas inunden el mundo y recuperen Tierra Santa.