Charleston, 3 de febrero 1916
—¿Dónde estamos? —preguntó Alicia. Habían logrado llegar a tierra después de casi veinte horas navegando. Se sentía agotada, hambrienta y deseosa de asearse un poco.
—Estamos en Carolina del Sur. A un par de días en barco de Washington, unos cuatro en tren —respondió Lincoln.
—Creo que será mejor que viajemos en tren el resto del viaje —dijo Hércules.
—Le aseguro que prefiero el tren —dijo Lincoln, que había estado mareado todo el trayecto.
—¿Crees que darán con nosotros? —preguntó Alicia.
—Eso creo, todavía tienen a=Margaret, pero si al menos supiéramos a qué nos enfrentamos… —dijo Hércules.
—Cuando nos encontremos con el hombre que el senador iba a ver cerca de Washington seguramente nos aclare muchas cosas —dijo Lincoln.
—Este parece el caso más complicado de los que hemos investigado hasta ahora. No sabemos a ciencia cierta quién mató al senador, tampoco qué buscaban, ni siquiera si estamos acercándonos a alguna parte —dijo Alicia.
Hércules se quedó pensativo. Desconocía prácticamente todo acerca de los templarios y la masonería. En Cuba había tenido relación con masones, pero nunca había intentado meterse en una de aquellas poderosas logias. No le gustaban los secretos ni las organizaciones que de una manera u otra querían salvar el mundo, aunque este no tuviera ninguna necesidad de ser salvado.
—Pasaremos la noche en la ciudad, tenemos que comprar algo de ropa y descansar —dijo Hércules.
—Dormir en una cama y tomar una buena cena —dijo Lincoln ilusionado.
Alicia se acercó a él y lo besó. Su boda parecía alejarse de nuevo, pero al menos cada vez se sentía más cerca de Lincoln, había logrado atravesar la barrera que separaba al norteamericano del resto del mundo. El matrimonio sería la simple culminación de algo que ya tenían juntos.
Los tres se dirigieron a un pequeño hotel en la zona del puerto. Mientras ellos descansaban, Margaret corría un serio peligro.