Maryland, año de gracia de 1737
Tras la muerte de varios hombres, todos comenzábamos a preguntarnos si estábamos cumpliendo la voluntad de nuestro Señor. Habíamos sido los guardianes de aquel tesoro durante casi setecientos años, pero cada vez se encontraba más lejos de la tierra a la que pertenecía, ya que tras la batalla de Glen Shiel el gran maestre tuvo que sacar todo el tesoro de su escondite y transportarlo de un lugar para otro; ahora que la causa jacobita estaba perdida, lo más adecuado era alejarlo de los Orange.
El gran maestre eligió a sir James MacLean para que llevara el tesoro al Nuevo Continente, los gastos habían corrido a cargo del hermano Dominic O’Hegerty, un acaudalado armador. El barco estaba tripulado por treinta caballeros de los que ahora apenas quedamos quince. Los malos presagios comenzaron desde la misma partida del barco del puerto de Aberdeen. En la carga del puerto uno de nuestros hermanos quedó aplastado al desprenderse una de las inmensas cajas que guardan nuestros secretos. Ningún marinero quiso llevar el barco y nosotros mismos nos echamos a la mar.
Tras un largo viaje de quince días y tras sufrir varias tormentas que estuvieron a punto de destruir la nave, llegamos a las costas de Maryland, aunque nuestra intención era ir más al norte. Cuando nuestro barco divisó tierra, el número de hermanos con vida era de veinte.
El desembarco fue otro de los momentos en los que la ira de Dios se vio más claramente, cuando uno de nuestros hermanos murió al intentar que una de la cajas más valiosas no cayera a tierra y un misterioso haz de luz lo abrasó vivo.
El temor ha invadido nuestros corazones. La nieve cubre esta tierra inhóspita y medio deshabitada de interminables bosques. Avanzamos con trineos y a nuestro paso los animales del bosque, osos, lobos y todo tipo de ciervos y aves, se ponen a los lados del camino y nos observan, como si la naturaleza reconociera lo que llevamos oculto en cajas.
Por las noches no dejan de escucharse los aullidos, los gritos inexplicables y la inmensa oscuridad sin luna ni estrellas.
Llevamos tres días de camino y otros cinco hombres han muerto. Dos devorados por los lobos, dos ahogados en un río y otro simplemente ha desaparecido. No sé si alguno de nosotros regresará con vida.