Washington, 1 de febrero 1916
—¡Es inadmisible! Soy el presidente de los Estados Unidos —dijo Wilson golpeando la mesa.
—Eso no importa. Si el Congreso no aprueba el envío de más armas, no podemos hacerlo —dijo el secretario Robert Lansing.
—Robert, no podemos dejar solos a nuestros hermanos ingleses —dijo el presidente.
Robert le miró con sus grandes ojos y se tocó el bigote canoso.
—Ya sabe que abogo por una neutralidad benevolente. Desde el hundimiento del Lusitania hemos enviado tres advertencias a los alemanes, pero seguimos sin estar preparados para intervenir en una guerra a gran escala. El país ha tenido una política aislacionista y nuestro ejército sólo puede sofocar pequeñas guerras en Centroamérica, pero Alemania, Austria y Turquía son tres países fuertemente armados. Además la opinión pública no es partidaria.
—Todo eso lo sé, pero no podemos quedarnos con los brazos cruzados —dijo el presidente.
—Naturalmente, para este tipo de cosas es para las que he creado el DSS. Podemos destinar parte de los fondos del Servicio de Seguridad Diplomática para apoyar el envío de armas. El Congreso no puede meterse en las actividades de una agencia de seguridad secreta —dijo el secretario.
—Eso es estupendo. Por cierto, ¿cómo van las investigaciones? Me temo que los alemanes están ampliando su red de informadores ante una posible declaración de guerra.
—Los tenemos controlados, no se preocupe.
—Perfecto. Esperemos que antes de un año podamos apoyar abiertamente a nuestros amigos. Esta guerra se está alargando demasiado. Hay millones de muertos y Europa está devastada. Nosotros tenemos el deber de guardar a Occidente —dijo Wilson.
Cuando el secretario abandonó el despacho, Wilson se aproximó a la ventana. Se sentía solo, aquella casa podía ser muy fría y grande para un viudo, aunque su nueva mujer intentaba llenar ese vacío. Cada vez estaba más convencido de que únicamente volviéndose a ilusionar recuperaría el equilibrio que le faltaba. Suspiró y regresó a la mesa, un gran número de asuntos le esperaban. Un presidente no tenía derecho a pensar en sí mismo, Wilson estaba casado con el pueblo norteamericano.