Capítulo 24

Mar Caribe, 31 de enero de 1916

La cara del prisionero reflejó por primera vez temor. Hércules estaba muy enfadado, aquel tipo le había llevado al límite de su paciencia. Le tomó de los brazos y le levantó con ímpetu hasta que este hizo una mueca de dolor. Después lo soltó con fuerza y cayó al suelo. Entonces comenzó a darle patadas. Lincoln le sujetó por el brazo y le detuvo.

—No, Hércules, déjeme a mí.

El norteamericano llevó al prisionero hasta el baño, llenó la bañera de agua fría y lo introdujo en ella. Después le sumergió la cabeza durante unos segundos. El hombre luchó por salir, pero Lincoln apretó con más fuerza, después le sacó la cabeza y el prisionero dio una fuerte bocanada de aire.

—Ahora me vas a decir a qué grupo perteneces.

No hubo respuesta y tuvo que volver a sumergirle. A la cuarta, el prisionero se mostraba más colaborador.

—Somos Pauperes commilitones Christi Templique Solomonici —dijo en latín.

—¿Qué? —preguntó Lincoln asombrado.

Alicia, que permanecía fuera del baño entró para escuchar al prisionero.

—¿Sois templarios? —preguntó Hércules.

—Los templarios se extinguieron en el siglo XIV —dijo Alicia.

—Nos estás mintiendo —dijo Lincoln volviendo a sumergir al prisionero.

El hombre salió del agua aturdido y temblando por el frío.

—Es cierto, somos caballeros templarios. La orden sigue existiendo —explicó el hombre.

—¿Por qué matasteis al senador? —preguntó Hércules.

—No queríamos matarle, pero luchó contra nosotros y cayó al vacío. Tenía algo que nos pertenece, algo que nuestros hermanos trajeron a esta tierra hace siglos —dijo el hombre.

—¿Adónde han llevado a la chica? —preguntó Alicia.

—No lo sé, imagino que a la casa de la orden —dijo el hombre.

—¿Dónde está? —preguntó Lincoln.

—En Washington, pero no puedo decirles nada más. He jurado morir antes que revelar los secretos de mis hermanos.

Lincoln, furioso, volvió a sumergir al hombre y este comenzó a ahogarse. Alicia le tiró del brazo para que le sacara.

—Basta ya, Lincoln.

—Lo siento, Alicia, pero la vida de Margaret depende de lo que él nos quiera contar.

El hombre salió del agua agitando los brazos. Después se tranquilizó un poco. Lincoln lo soltó unos instantes, pero fue suficiente para que sacara de algún sitio un cuchillo y se rebanara el pescuezo de un solo tajo. La sangre empezó a manar con mucha fuerza y a teñir el agua de rojo. Lincoln intentó tapar la herida, pero el líquido elemento se le escurría por las manos. Alicia tomó una toalla y se la colocó en el cuello, pero ya era demasiado tarde.

Hércules miró la escena con cierta indiferencia. Sabía hasta qué punto podía llegar el fanatismo humano. Después apartó a Alicia y le dijo a Lincoln que dejara al cadáver.

Los tres salieron del baño y Hércules les ofreció una toalla para que se limpiaran la sangre.

—Me temo que esta vez nos enfrentamos a la peor de nuestras pesadillas —dijo Hércules.

—Caballeros templarios. Nunca lo habría imaginado, creía que eran una leyenda —dijo Lincoln.

—No son una leyenda, en España he podido visitar varios templos construidos por ellos. En una época fueron la orden más poderosa de la cristiandad. Lo que no entiendo es qué hacen en América y por qué actúan así —dijo Alicia.

—Sin duda buscan algo importante para ellos y no ahorrarán medios hasta conseguirlo —dijo Hércules.

—¿Qué podemos hacer nosotros? —preguntó Lincoln.

—Tenemos que salvar a Margaret —dijo Alicia.

—No te preocupes, Alicia, no nos iremos de Estados Unidos hasta que la hayamos encontrado —dijo Lincoln abrazando a la mujer. Alicia comenzó a llorar, no quería pensar en el miedo que debía de tener la chica. Ya había pasado por la muerte de su padre y su madre, ahora estaba rodeada de gente peligrosa, dispuesta a cualquier cosa para conseguir sus propósitos.