Mar Caribe, 31 de enero de 1916
Alicia respiró hondo, pero no logró tranquilizarse. Lincoln le ofreció un vaso de agua y ella lo bebió con avidez.
—¿Se encuentra bien? —preguntó Lincoln.
La mujer los miró con sus grandes ojos verdes enrojecidos por las lágrimas. Tenía el pelo enmarañado y los mechones pelirrojos le cubrían en parte la cara, como si hubiera estado forcejeando. Después se aflojó algo el corpiño y se sentó en una silla.
—Margaret —logró susurrar.
—¿Qué le ha pasado a Margaret? —preguntó Lincoln nervioso.
—La han secuestrado.
—¿Qué? —preguntó Hércules.
Alicia comenzó a llorar de nuevo. Su cuerpo temblaba. Lincoln agarró sus manos heladas e intentó calmarla.
—No puede estar muy lejos. Esto es un barco —dijo Hércules.
—Vi como la bajaban hasta una de las barcas salvavidas. No pude hacer nada —dijo la mujer entre sollozos.
—¿Cómo ocurrió? —preguntó Hércules impaciente.
—Estábamos comprobando las dos cubiertas en las que atacaron al senador y de repente unos hombres se abalanzaron sobre nosotras. Eran muy altos y fuertes. Uno de ellos logró meter a Margaret en la barca. El otro me agarraba a mí, pero logré zafarme y vine corriendo. Cuando vieron que varios marineros se dirigían hacia ellos, bajaron la barca y se alejaron.
—¿Los marineros no intentaron seguirles? —preguntó Hércules.
—En un primer momento creí que era eso lo que harían, pero se limitaron a gritarles desde la cubierta —dijo Alicia.
—Estamos muy cerca de Nueva Orleans. No les costará mucho llegar a la costa —dijo Lincoln.
—Creo que estará segura mientras conservemos los papeles y los objetos de su padre —dijo Hércules.
—Ahora nuestra investigación es más urgente que nunca —dijo Lincoln.
Hércules tomó un vaso de agua y lo lanzó contra el prisionero.
—Se acabó tu tiempo, vas a hablar ahora mismo —le advirtió mientras le tomaba de la cara con fuerza.