Capítulo 21

Washington, 31 de enero de 1916

El coche corría a gran velocidad por las avenidas de la ciudad. Desde la muerte del presidente McKinley todos sus sucesores habían extremado la seguridad. Nunca salían sin escolta, ya no paseaban por la ciudad y un cuerpo especial de policía examinaba los lugares en los que iba a intervenir el presidente. Aquello era una de las incomodidades del cargo, pero tenía también alguna ventaja. El presidente gozaba de una sensación de seguridad y protección de la que no podía presumir ningún otro ser en el mundo.

Wilson observó el paisaje nevado y suspiró dentro del coche. Las noticias que llegaban de Europa no eran buenas. Cada vez se alejaba más la posibilidad de una paz negociada. Nadie quería una guerra en la que no hubiera un vencedor indiscutible. El káiser y su primer ministro se jugaban su prestigio, y el emperador de Austria necesitaba una victoria para mantener cohesionados sus territorios; los rusos estaban al borde del colapso y solo una victoria podía contentar al pueblo. El caso de los franceses era más complejo, deseaban la revancha después de la guerra franco-alemana del siglo XIX, y los británicos pretendían seguir siendo los guardianes del mundo.

—Se espera una gran ofensiva contra Francia —dijo el jefe de los servicios secretos.

—Tendremos que informar cuanto antes al Estado Mayor francés —dijo el presidente.

—Lo hemos hecho, pero no se toman nuestra información en serio. Afirman que es imposible que la ofensiva sea por una zona tan bien protegida como Verdún. Allí los franceses han vencido a numerosos ejércitos a lo largo de la historia —dijo el jefe de los servicios secretos.

—Esos franceses son tozudos como mulas —se quejó el presidente.

—La guerra consiste en eso, señor presidente. Hombres tozudos que no dan su brazo a torcer.

El presidente miró el reloj y observó el edificio del Congreso. La peor pesadilla del ocupante de la Casa Blanca era no contar con mayoría parlamentaria en el Congreso ni en el Senado. Esperaba que, después de revalidarse su mandato, la actitud de muchos de los congresistas cambiara.

El coche paró justo delante de las escalinatas. Un hombre le abrió la puerta y el presidente subió los peldaños con la mente en otro sitio. Necesitaba el apoyo de los congresistas para preparar una futura guerra, pero no sabía cómo iba a convencerles.