Mar Caribe, 31 de enero de 1916
El tatuaje representaba una cabeza de demonio con dos inmensos ojos de fuego, debajo dos columnas y en la base la frase latina Deus meumque jus. Hércules y Lincoln se miraron sorprendidos. El español, que había sido marinero muchos años, nunca había contemplado un tatuaje así. Lincoln tampoco había visto uno igual en todos sus años como agente de la ley.
—Tiene la misma frase que la del anillo del músico —dijo Lincoln.
El prisionero les sonrió malévolamente y Lincoln sintió un escalofrío.
—Queda poco, llevamos siglos esperando este momento, pero la hora se aproxima, nuestro tiempo ha llegado. Cuando recuperemos «el dedo de Dios» todo será nuestro.
Hércules acercó su cara a la del hombre.
—No me das miedo. La gente como tú vive del temor de los demás, pero a mí no me das miedo.
El individuo enseñó sus fundas de oro y comenzó a hablar en un idioma extraño. No supieron interpretar sus palabras, pero sin duda se trataba de algún tipo de ritual. Simultáneamente ambos empezaron a sentir que la cabeza les daba vueltas, como si estuvieran en un tiovivo.
—Lincoln, tápese los oídos.
El prisionero siguió hablando en voz alta, hasta que Hércules le dio con un objeto en la cabeza y el hombre perdió la consciencia.
—¿Qué era eso? —preguntó Lincoln asustado.
—En algunas culturas tiene la capacidad de hipnotizar a otros. ¿Nunca ha visto un espectáculo de hipnotismo? —dijo Hércules.
—Usted sabe que no me gustan ese tipo de cosas, pero por un momento pensé que estaba endemoniado. Ya sabe que mi padre ha sido pastor protestante la mayor parte de su vida, en la iglesia en la que me crie pude observar fenómenos como este.
—¿Posesión diabólica? Eso es absurdo, la mente humana es capaz de muchas sugestiones. Este tipo estaba intentando jugar con nuestra mente.
Los dos hombres se quedaron en silencio observando la espalda del prisionero. Junto a las dos columnas y la frase descubrieron una pequeña cruz.
—Esa es la cruz templaría —dijo Hércules señalando la espalda.
—No lo sé, ya sabe que la historia no es mi especialidad.
—El hombre habló del dedo de Dios. ¿A qué se referiría? —dijo en voz alta. Después escucharon golpes en la puerta, se sobresaltaron y Hércules abrió.
Alicia parecía fatigada y asustada, como si hubiera visto un espectro.