Mar Caribe, 31 de enero de 1916
Lincoln forcejeó con uno de los asaltantes, mientras que el otro se lanzaba hacia Hércules. Llevaba un cuchillo en la mano. El español le apuntó, pero al final decidió no disparar; necesitaba atrapar a esos dos tipos vivos.
Los dos hombres rodaron por el suelo. Hércules sujetó la mano del asaltante mientras este intentaba hincarle el cuchillo en plena cara. Logró girar y puso al asaltante debajo de él. Observó los ojos negros del hombre y su expresión de odio.
Lincoln se mantenía contra la barandilla, con medio cuerpo fuera. El otro hombre le empujaba, amenazándole con otro cuchillo. Al final, el norteamericano dio un quiebro, desestabilizó a su atacante y este cayó por la barandilla a la otra cubierta. El cuchillo retumbó en el suelo y Lincoln se lanzó a por él.
Hércules volvió a caer con la espalda contra el suelo. El individuo cada vez tenía el cuchillo más cerca de su ojo. En ese momento notó como Lincoln se aproximaba y golpeaba con la empuñadura del cuchillo la cabeza del hombre, que se derrumbó inconsciente sobre su amigo.
—Gracias a Dios —dijo Hércules.
—Veo que ya no está en forma —dijo Lincoln.
—Este individuo era fuerte como un oso —dijo poniéndose en pie y examinando al asaltante.
—No se crea que el mío era un enclenque —bromeó Lincoln.
Hércules tomó el cuchillo y lo examinó intrigado.
—¡Qué curioso! Mire el mango.
Los dos hombres observaron el cuchillo. El mango tenía forma de cruz y portaba varias letras: X X X 111.
—¿Qué significará? —preguntó Lincoln.
—Creo que él podrá decírnoslo —dijo Hércules señalando al asaltante.
Lo cogieron entre los dos y lo llevaron hasta el camarote, Lincoln le ató las manos y los pies a una silla y esperaron a que volviera en sí. Después Lincoln avisó al capitán para que recogieran el cuerpo del otro hombre. Se llevó todos sus objetos personales y los examinaron con cuidado.
Los dos hombres tenían pasaporte británico. Provenían de una región de Escocia. Llevaban unas cuantas libras y dólares, nada que les diera una pista de con quién trataban.
Media hora más tarde el hombre empezó a despejarse. Hércules se acercó a él y le levantó la cara.
—Me temo que esta vez no han logrado su objetivo —dijo Hércules al hombre.
Este le miró desafiante, pero se mantuvo en silencio.
—¿Qué querían de nosotros? ¿Por qué mataron al senador?
Ni una palabra.
—Veo que no va a colaborar. Las autoridades norteamericanas no serán tan comprensivas —dijo Hércules.
Lincoln se aproximó al hombre.
—Usted y su amigo son escoceses. ¿Qué hacen dos escoceses en el barco? ¿Adónde se dirigían? —preguntó el norteamericano.
—Me temo que tendremos que usar un método más eficaz —dijo Hércules sacando el cuchillo.
El hombre se apartó algo asustado. Hércules apretó el cuchillo contra el pecho del prisionero y comenzó a rasgar la camisa y después los pantalones hasta que este quedó en cueros. No parecía tener ninguna marca, pensó mientras lo examinaba, pero de repente observó la cara de sorpresa de su amigo.
—Mire esto —dijo Lincoln señalando la espalda. Hércules se giró y observó la parte de atrás. Un gran tatuaje ocupaba casi toda la espalda y se extendía por los hombros.
—¡Cielo santo! —dijo Lincoln al comprender el símbolo que llevaba dibujado el asaltante.