Mar Caribe, 31 de enero de 1916
Alicia había examinado el lugar de los hechos y había llegado a la conclusión de que eran dos hombres los que habían agredido al senador. Phillips medía casi un metro noventa, se conservaba en forma y era difícil pillarle desprevenido. Además había sobrevivido al golpe y a la caída desde una cubierta a la otra, demostrando una gran fuerza física. Con respecto a lo que había escrito en el suelo, sin duda era una pista sobre lo que estaba investigando, no una acusación contra sus asesinos.
Margaret se mantuvo a su lado en silencio, con la mirada ida y una expresión de tristeza que le preocupaba.
—Será mejor que tomemos un poco de té antes de la cena —dijo Alicia para animar a la muchacha.
Esta asintió y las dos se dirigieron hacia uno de los salones.
—¿Sabes si tu padre se entrevistó con alguien concreto en México? —preguntó Alicia.
—Vio a varias personas, uno de los días fuimos a la universidad y vimos a un profesor muy conocido.
—¿Recuerdas su nombre?
—Emiliano…
—Emiliano —repitió Alicia.
—Díaz, creo, pero no estoy segura.
—Bueno, por lo menos es una pista. ¿Tú viste los objetos que traía? ¿Te hizo algún comentario sobre ellos? —preguntó Alicia.
—Traía dos o tres, pero a mí me chocó una figura pequeña, tallada en madera blanca, puede que fuera marfil —dijo Margaret.
—¿Marfil? ¡Qué extraño! ¿Cómo pudo conseguir una figura de marfil en un yacimiento precolombino? —dijo Alicia, extrañada.
—No lo sé.
—Descríbeme la figura —dijo Alicia.
—Parecía un caballero medieval, con su armadura y yelmo.
—¿Un caballero medieval? A lo mejor era la representación de un español. También llevaban armadura y casco —dijo Alicia.
—No sé mucho sobre esas cosas —dijo Margaret.
Llegaron al salón y pidieron dos tazas de té frío con limón. Aquella tarde el calor era agobiante, como si a medida que se acercaban a los Estados Unidos el ambiente se volviera más denso y cargado.
—¿Te gustaría que te acompañáramos a Washington? —preguntó Alicia.
—¿Harían eso por mí? —dijo Margaret, emocionada.
—Claro.
La chica se abrazó a Alicia. La sola idea de regresar a casa le horrorizaba. Nadie la esperaba, y eso le causaba una gran desazón.