Mar Caribe, 31 de enero de 1916
Las dos estaban sentadas a la mesa, pero Hércules y Lincoln no aparecían por ninguna parte. La muchacha devoraba los platos, mientras que Alicia jugueteaba con el tenedor.
—¿No tienes hambre? —le preguntó Margaret.
—No demasiada.
La mujer comenzaba a sentirse incomoda con la situación. El hecho de cuidar a la muchacha le impedía unirse a la investigación y la actitud de Hércules y Lincoln era de indiferencia, como si no les importara excluirla del caso. Aquello le había pasado en numerosas ocasiones, y aunque siempre se había revelado, ahora se sentía demasiado desanimada para hacerlo. Para colmo, Lincoln apenas le prestaba atención, justo ahora que se habían prometido y se dirigían a Europa para casarse. Durante el viaje por México se había imaginado muchas veces como sería el día de su boda, lo que se pondría, pero ahora la simple idea la ponía nerviosa.
Intentó animarse y decidió que a partir de ese momento, aunque tuviera que ir con Margaret, intentaría investigar por su cuenta.
—¿Has terminado? —preguntó Alicia a la muchacha.
—Sí —dijo limpiándose la cara con una servilleta.
—Quiero que salgamos un poco. Tengo que ver el sitio exacto en el que sucedió todo.
—Yo la acompañaré —dijo la muchacha.
—Tienes que ser fuerte. Los hombres creen que nosotras somos demasiado sentimentales y débiles para solucionar nuestros propios problemas, pero están equivocados. Las mujeres tenemos un sexto sentido para ciertas cosas, ya me entiendes. Vemos detalles que a ellos se les escapan. Será mejor que nos pongamos manos a la obra —dijo Alicia recuperando el ánimo.
—Prefiero ayudarte que seguir pensando en mi padre —dijo la muchacha.
Las dos abandonaron el salón y se dirigieron hacia la cubierta. Alguien salió detrás de ellas sin que se percatasen.