Capítulo 14

Mar Caribe, 31 de enero de 1916

En el rostro de Jules Fauré se evidenciaban las horas sin dormir y el nerviosismo del que se sabe acusado, sin conocer muy bien de qué. El capitán lo había descrito correctamente. Moreno, con unos grandes ojos negros, la nariz aguileña y la expresión astuta y desconfiada. Su aspecto era claramente de Oriente Próximo, pero Enrique Costanzo Granados y Campiña había asegurado que era escocés.

—Señor Fauré, como le decíamos, estamos seguros de que usted mató al senador Phillips —dijo Lincoln.

—No sé de qué están hablando, ni siquiera conozco a ese senador. Soy un músico que viaja de gira. Partimos de Cádiz en dirección a La Habana y nuestro destino final es Washington y Nueva York —respondió el hombre en un tono de voz neutro.

—Eso ya lo sabemos. ¿Dónde se encontraba anoche a las nueve? —preguntó Lincoln.

—Estaba con un par de amigos. El señor Martínez y el señor Rialt, ellos pueden corroborar lo que digo —comentó el hombre.

—¿Qué hacían? —preguntó Lincoln.

—Habíamos comprado algo de ron en nuestra parada en Cuba y estábamos bebiendo algo antes de ir al comedor.

—¿Sabe que está prohibido consumir alcohol en el barco? —preguntó Lincoln.

—Sí, por eso lo hicimos a solas en nuestro camarote antes de ir a cenar —dijo el hombre.

—Pero cuando le buscaron en el camarote no estaba —dijo Lincoln.

—Después de la cena, a eso de las once, nos dimos un paseo. Queríamos caminar un poco antes de irnos a dormir, y después tomamos un café en el bar —se justificó el hombre.

Hércules observó atentamente al sospechoso intentando encontrar alguna muestra de nerviosismo o tensión en su rostro, pero fue inútil.

—¿Dónde aprendió a hablar español? —preguntó Hércules.

Por primera vez el hombre se sorprendió, como si aquella sencilla cuestión le hubiera turbado más que las otras.

—Soy escocés, pero he vivido muchos años en Barcelona.

—No tiene acento catalán. Cuando uno aprende un idioma es inevitable que adquiera ciertos vicios lingüísticos, pero su castellano es perfecto.

—También he vivido en Madrid y Valladolid —explicó el hombre.

—No tiene manos de músico. Sus dedos son fuertes y las manos demasiado grandes —dijo Hércules.

El hombre ocultó instintivamente las manos. Después comenzó a parpadear y se quedó en silencio.

—¿Qué instrumento toca? —preguntó Lincoln.

—El violonchelo —contestó el hombre.

—¿No lleva anillos? Me imagino que son incómodos para tocar —dijo Hércules.

—No tengo —comentó el hombre extendiendo las manos.

Hércules las observó detenidamente. En la mano derecha se notaba la marca de un anillo.

—¿Qué llevaba en esa mano? —preguntó Hércules.

El hombre se quedó en silencio, como si pensara la respuesta.

—Llevaba un anillo de compromiso, pero antes de emprender viaje rompí con mi prometida —explicó el sospechoso.

—Alguien nos contó que su anillo de compromiso era muy extraño. En él estaba escrita la leyenda: «Deus meumque jus».

—No entiendo —dijo el hombre frunciendo el ceño.

—«Dios y mi justicia» —tradujo Lincoln.

—¿Qué idioma es? ¿Latín? —preguntó el hombre.

—Usted sabrá, el anillo era suyo —dijo Hércules.

—Reconozco que llevaba un anillo con unas palabras escritas, me lo regaló mi novia, pero desconocía su significado. Cuando lo dejamos me lo quité —dijo el hombre.

—¿Podemos verlo? —preguntó Lincoln.

—Antes de llegar a La Habana lo arrojé al mar —dijo el sospechoso.

Hércules cuchicheó algo al oído de Lincoln.

—Eso es todo. Puede irse —dijo Hércules.

El hombre sonrió. Tenía varias fundas de oro. Los dos investigadores se sorprendieron, pero no hicieron ningún comentario hasta que estuvieron solos.

—¿Se ha fijado en sus dientes? La costumbre de ponerse fundas de oro es oriental —dijo Hércules.

—Es curioso —comentó Lincoln.

—Además miente con respecto al anillo, pero no tenemos pruebas contra él —dijo Hércules.

—Podríamos retenerle hasta que lleguemos a Nueva Orleans —dijo Lincoln.

—No, es más práctico dejarle suelto y ver cómo actúa. Ahora será mejor que interroguemos a sus dos compañeros.

Durante el resto de la mañana hablaron con los dos compañeros de Fauré, con los marineros encargados de la cubierta superior e inferior, pero apenas obtuvieron pruebas sólidas. La muerte del senador seguía siendo un misterio. Estaban a punto de dejar la investigación para almorzar cuando el capitán los alcanzó en dirección al comedor.

—Caballeros.

Los dos hombres se giraron a la vez.

—¿Se acuerdan que me pidieron que comprobara si el senador había guardado algo en la caja fuerte? Hemos tenido suerte. A su nombre registró un paquete. Si me acompañan, se lo enseño.

Hércules y Lincoln se dirigieron con el capitán hasta su despacho. Aquello podía ser la primera pista para descubrir al asesino y los secretos del senador Phillips.