Capítulo 13

Washington, 31 de enero de 1916

—Hermano, ¿cree que esta vez daremos con ello? —preguntó el hombre al terminar la ceremonia.

—Estamos más cerca que nunca, pero la última palabra la tiene la Divina Providencia.

Lear, el gran maestre, se acercó a los dos hombres. Estos se estremecieron al ver que se dirigía a ellos.

—No tienen que hablar de ese tema, no olviden sus votos. Nuestra organización tiene casi mil años y ha sobrevivido todo este tiempo por la disciplina de sus miembros. Una vez nos traicionaron, fuimos demasiado confiados, pero eso no volverá a ocurrir.

—Perdone, gran maestre —dijo uno de los hombres.

—El perdón es una muestra de debilidad. Tenemos que ser implacables, y para ello hay que olvidarse de la misericordia. Cuando poseamos lo que nuestros antepasados perdieron, recuperaremos nuestro lugar en el mundo —afirmó Lear con la mirada fija en sus hermanos.

—Pero ¿cómo descubriremos la ubicación actual? ¿Cree que el senador lo sabe?

—Sí, por eso le hemos seguido hasta México y le robaremos sus secretos. Nadie se interpondrá en nuestro camino dijo con tono amenazante Lear.

—¿No es peligroso meterse con un senador?

—Muchos de los nuestros son congresistas, jueces y senadores. ¿Por qué iba a ser peligroso deshacerse de una manzana podrida? Una sola pieza podría contaminar a todo el resto.

Los dos hermanos se despidieron y Lear quedó solo en medio de la sala. Aquellos símbolos milenarios que cubrían el recinto de la logia eran tan antiguos

como el mundo. Llevaban siglos ocultos, viviendo en la clandestinidad, pero volverían a resurgir y su reino no tendría fin.