Capítulo 12

Mar Caribe, 31 de enero de 1916

Después de un buen rato, Alicia logró convencer a Margaret para que pasearan un poco por cubierta. El cielo estaba nublado y hacía algo de fresco, pero las dos mujeres agradecieron la temperatura, que les despejó la mente por completo. Dos marineros las custodiaban de cerca.

—Desde aquí puede verse Cuba —dijo Alicia señalando el horizonte—, yo me crie en La Habana hasta la adolescencia, era poco mayor que tú cuando regresé a España. No fue fácil para mí, en Cuba era una privilegiada, pero en Madrid siempre fui vista como una inmigrante y una extranjera.

—Cuba…, debe ser bonito —dijo Margaret.

—Para mí es el lugar más bello de la tierra, sobre todo por la gente. Su hospitalidad, cariño y amabilidad son lo más bello de la isla —dijo Alicia.

—¿Querías mucho a tus padres?

—Los amaba con todo el alma, en especial a mi padre. Era un buen hombre y un gran padre —dijo Alicia después de suspirar.

—Siempre mueren los mejores —dijo la muchacha manifestando una madurez que sorprendió a Alicia.

—¿Por qué vinisteis a México?

—Yo nunca viajaba con mi padre y menos en esta época del año. Además México no es el mejor sitio para hacer turismo, pero mi padre no quería dejarme sola. Apenas hace un año que mi madre…

La chica se quedó en silencio y tragó saliva para contener las lágrimas.

—Pero no era un viaje oficial, ¿verdad?

—No, visitamos algunos restos arqueológicos en la costa maya. Después fuimos a Ciudad de México, creo que mi padre se entrevistó con algún experto en culturas antiguas americanas. Eso es todo lo que sé —dijo la muchacha.

—¿No escuchaste nada? —preguntó Alicia.

—La verdad es que no hacía mucho caso a las conversaciones de mi padre con los hombres con los que se entrevistó en México. Sé que buscaba unas tallas con inscripciones, también comentaron algo de barcos, expediciones y tesoros.

—¿Tesoros? —preguntó Alicia.

—Una leyenda sobre un tesoro, pero en América hay cientos de cuentos sobre tesoros —dijo Margaret—. ¿Ha leído La isla del tesoro?

—Sí, me encantó el libro.

—Pues al parecer el Caribe está repleto de tesoros ocultos por los piratas, puede que mi padre estuviera buscando uno de ellos —comentó la muchacha.

—¿Sabes si tu padre tenía enemigos?

—Enemigos no sé, adversarios muchos. Mi padre era un defensor a ultranza del presidente Wilson, muchos demócratas desconfían de él porque creen que al final el presidente nos embarcará en la guerra —dijo Margaret.

—¿Cómo sabes tú todo eso?

—Vivo en Washington. Mis amigas son hijas de otros senadores y a veces el rechazo significa que te aparten a un lado. Algunas de mis amigas dejaron de hablarme por mandato de sus padres.

—Me sorprendes.

—Dicen que es el juego de la democracia, pero a mí me parece que lo único que quiere toda esa gente es hacerse rica, al menos eso es lo que siempre decía mi padre.

—¿Este año son las elecciones?

—Sí, señorita Alicia. El presidente Wilson se presenta a la reelección. Mi padre regresaba a Estados Unidos para ayudar al presidente con la campaña electoral.

—Entiendo. No debe ser fácil ser hija de un político. Siempre viajando y no pudiendo tener una vida normal.

—Ahora ya no tendré que hacerlo, pero le aseguro que lo haría mil veces si pudiera volver a tenerle conmigo —dijo la muchacha, comenzando a sollozar.

—¿Quién sabe? A lo mejor algún día lo vuelves a ver en el cielo —comentó Alicia.

—¿Usted cree?

La pregunta quedó en el aire. Alicia no estaba segura de la respuesta. Muchas veces habían hablado ella y Lincoln sobre ese tema, pero a ella le costaba creer en el más allá, aunque lo intentaba con todas sus fuerzas.