Mar Caribe, 31 de enero de 1916
La mañana se levantó fría, como si después de la resaca de emociones del día anterior, ahora tuvieran que soportar la ducha helada de la realidad. Margaret había dormido con Alicia, mientras que Lincoln y Hércules se habían turnado para vigilar. El capitán les había facilitado protección, pero hasta que las cosas se aclararan no se podían fiar de nadie.
Después de un desayuno ligero, Hércules y Lincoln registraron el camarote del senador. Esperaban que los asaltantes del día anterior no hubieran conseguido su objetivo. No sabían exactamente lo que buscaban, aunque por lo que había hablado el día anterior con el senador debía de tratarse de algún tipo de tallas en piedra.
Tras una hora de búsqueda infructuosa, al menos recuperaron el diario del senador; aquello podía ser la pista que necesitaban. Después, acudieron a ver al capitán.
—Caballeros, les agradezco todas las molestias que se están tomando. Les aseguro que la compañía sabrá premiarles —dijo el capitán mientras les ofrecía un trago en su despacho.
—No hacemos esto por dinero, simplemente nos gusta colaborar con la justicia y echar una mano si alguien nos necesita. No podemos dejar sola a la pobre hija del senador, y sin que nunca sepa por qué murió su padre —dijo Lincoln.
Hércules miró de reojo a Lincoln, le gustaba su espíritu quijotesco, pero a veces pecaba de teatralidad.
—El caso es que no parece que hayamos avanzado mucho. ¿Han encontrado al tal Jules Fauré? —preguntó Hércules.
—Sí, le tenemos vigilado. No queremos que se vuelva a escapar, pero no le hemos interrogado, pensamos que ustedes podrían obtener más información —dijo el capitán.
—¿Dónde le encontraron? —preguntó Lincoln.
—Estaba en el bar con unos compañeros —dijo el capitán.
—¿Se resistió a la detención? —preguntó Lincoln.
—No, pero sí se mostró muy sorprendido. Lo cierto es que parecía sincero, pero su aspecto no es muy de fiar: moreno, rasgos muy fuertes. Da la sensación de que provenga de Oriente o sea mestizo —dijo el capitán.
Lincoln se sintió molesto, para los blancos era muy fácil juzgar y condenar a un hombre por el simple hecho de tener un color de la piel demasiado oscuro. Lo había visto cientos de veces, no importaba la posición que ocupara el hombre moreno o negro, ni como vistiera, siempre era el principal sospechoso.
—Cómo sean sus rasgos no nos dice mucho —comentó Lincoln.
—Bueno, en la actualidad hay toda una rama de la ciencia que se ocupa de esto, la criminología antropológica —dijo Hércules.
—Esos investigadores son una panda de racistas disfrazados de científicos. ¿No sabe cuáles fueron las afirmaciones del padre de la criminología? —preguntó Lincoln.
—¿Se refiere a Cesare Lombroso? —preguntó Hércules.
—El mismo. Según Lombroso, los italianos del sur eran más propensos al crimen porque tenían menos sangre aria, ¿qué le parece? La sangre determina el comportamiento criminal. Es una verdadera vergüenza —dijo Lincoln indignado.
—En eso se equivocó, pero en su definición de los tipos de criminales estableció las bases de la criminología moderna —dijo Hércules.
El capitán tosió y después se dirigió a los dos hombres.
—Me parece muy interesante la discusión, pero perdonen que les apremie. Quiero que resolvamos esto antes de llegar a Nueva Orleans, no deseo llevar un asesino a bordo —dijo el capitán.
—Disculpe —dijo Lincoln.
—Después de interrogar al sospechoso, su amiga y la hija del senador podrían identificar al sospechoso —comentó el capitán.
—Desgraciadamente los dos hombres que irrumpieron en el camarote llevaban el rostro cubierto —dijo Hércules.
—¿Eran dos? Eso agrava aún más la cosa. Aunque tengamos retenido al sospechoso, otro de sus compinches puede andar a sus anchas por el barco —dijo el capitán, alarmado.
—Resolveremos el caso lo antes posible —sentenció Lincoln.
—Se lo ruego, si el pasaje se entera, todo el mundo saldrá despavorido del barco —dijo el capitán.
—Una última cosa —dijo Hércules—, ¿tiene un servicio de caja fuerte?
—Sí, es por seguridad. Algunas damas dejan sus alhajas y los caballeros su dinero. No es que tengamos muchos robos, pero es mejor curarse en salud.
—¿Podría comprobar si el senador depositó algo en la caja fuerte? —preguntó Hércules.
—Lo comprobaremos.
—Ahora por favor, llévenos a ver al sospechoso —dijo Hércules.
Los tres hombres salieron del despacho y caminaron por los pasillos hasta las bodegas del barco. Después de descender más de cinco plantas, llegaron a un camarote custodiado por dos soldados.
Hércules observó al sospechoso por el ojo de buey. Por unos instantes los ojos del hombre se cruzaron con los suyos. Una sombra de malignidad brotó de la mirada del detenido, como si no pudiera ocultar su alma ante la ventana más expresiva del cuerpo, su propia cara.
—Abra la puerta —ordenó Hércules pasando al camarote—. Mi nombre es Hércules Guzmán Fox, espero que colabore por el bien de todos. ¿Por qué asesinó al senador Phillips?