Las Vegas, 31 de enero de 1916
La ciudad le encantaba, pero estaba de paso. Aquella sería su última aventura en una vida repleta de emociones. Había viajado por todo el país, había estado en Canadá y había recorrido medio mundo en su yate. En ocasiones, su temperamento inquieto le había jugado malas pasadas, pero también había contribuido a su éxito. Jack se acomodó en el tren, sabía que le quedaban casi cuatro mil kilómetros antes de llegar a su destino, pero decidió tomárselo con filosofía. El paisaje le apasionaba y le entretenía. No quería pensar en lo que le llevaba a Washington, mucho menos cuando notaba que la muerte le rondaba como un perro rabioso. Había tenido esa sensación antes, pero ahora sabía que esta vez iba en serio.
Jack observó el desierto y se dio cuenta de que por dentro sentía la misma sensación de vacío y soledad. Había amado a dos mujeres, pero nunca había conocido el amor de su madre o de su padre. Sentirse huérfano en el mundo le hacía sentirse libre, pero al mismo tiempo perdido y desdichado.
No sabía mucho de sus dos hijas, las había mantenido hasta la juventud, pero no había intentado ningún acercamiento. Eso lo martirizaba: él, que sabía lo necesario que era un padre, no había logrado mantener una mínima relación con ellas.
London comprendía que la vejez no era horrorosa por las dificultades físicas o la muerte, lo que verdaderamente horrorizaba a los hombres sinceros eran sus fracasos personales. Se sentía absolutamente frustrado. Era un mal padre, esposo y escritor. El sacerdote William Judge, el Santo de Dawson se lo había dicho cuando era apenas un muchacho: «Nuestra mejor inversión es amar a los demás sin esperar nada a cambio». No le había hecho caso, Jack se amaba solamente a sí mismo.
Tal vez este esfuerzo le sirviera para redimir sus culpas, para lavar su conciencia. La última oportunidad de vivir por encima de su mediocre egoísmo, pero reconocía que no iba a ser fácil. Había fuerzas ocultas que se oponían, fuerzas de las que él se habría reído a carcajadas veinte años antes, pero a las que ahora tenía miedo.