Mar Caribe, 30 de enero de 1916
—No lo entiendo, ¿en qué idioma está? —preguntó el capitán.
—Es latín: Deus meumque jus —recitó Hércules.
—¿Está escrito en latín? —dijo el capitán sorprendido.
—Al parecer el senador no murió en el acto y grabó con las uñas esas palabras en el suelo. Puede que con ello quisiera acusar a alguien o simplemente darnos una pista de la razón por la que lo mataban —dijo Lincoln.
—Lo más seguro es que intentara acusar a alguien —dijo el capitán.
—Creo que está en lo cierto, cuando era inspector de policía en Nueva York hubo varios casos parecidos y todos apuntaron a los culpables —dijo Lincoln.
—No debemos descartar nada, pero la víctima no ha escrito un nombre, la frase en latín puede interpretarse de muchas maneras —dijo Hércules.
—¿Qué significa? —preguntó uno de los oficiales.
—«Dios y mi derecho» —dijo Hércules.
—Realmente la «j» no existe en latín. Sus funciones las cumple la «i» —dijo un desconocido de repente.
Todos le miraron sorprendidos. El hombre estaba en mitad de las sombras y cuando se acercó a ellos, su capa negra apenas les permitió ver la forma de su cuerpo. Su sombrero de copa y su cara pálida y hundida les eran familiares, pero no sabían dónde lo habían visto antes.
—¿Quién es usted? No debe hablar de este asunto a nadie en el barco, no queremos que se desate el pánico —dijo el capitán, enfadado.
—No se preocupen. Mi nombre es Enrique Costanzo Granados y Campiña, para serviles a ustedes.
—Usted es músico. Lo escuché en una ocasión en Madrid —dijo Hércules.
—Debió ser hace un par de años. Perdonen que los haya interrumpido —dijo, marchándose.
—Un momento, conoce bien el latín —preguntó Hércules.
—Ciertamente no, pero la frase es la usada en el blasón de Ricardo Corazón de León, aunque yo la vi por primera vez en un anillo. El anillo de uno de los músicos que me acompaña en la gira por América —dijo el músico.
—¿Hay un hombre en este barco que lleva un anillo con esa inscripción? —preguntó el capitán.
—Sin duda —dijo el músico.
—¿Cuáles son sus camarotes? —preguntó uno de los oficiales, extrayendo un cuadernillo.
—Creo que el 45, 46 y 47 —dijo el músico.
—Gracias.
—¿Cuál es el motivo de su viaje, señor Granados? —preguntó Lincoln.
—Tengo que dar un concierto en Nueva York, y también en la Casa Blanca. A los norteamericanos les apasiona mi adaptación musical de las obras de Goya.
—¡Claro! Goyescas es el concierto que escuché —dijo Hércules recordando al fin.
—Tendremos que interrogar a todos los músicos —dijo el capitán.
—Colaboraremos en todo lo que podamos, lo que les ruego es que no molesten a mi esposa, se encuentra algo indispuesta después de tantos días en barco. En vez de ir directamente a Nueva York tomamos este barco que llevaba a La Habana y desde allí remontaba todo el Atlántico hasta Nueva York. Mi esposa quería ver a unos familiares, pero creo que se ha arrepentido con creces de su decisión —dijo el músico.
—No se preocupe, seremos discretos —contestó el capitán.
—¿Dónde vio por última vez al músico y cuál es su nombre? —preguntó Hércules.
—Justo antes de la cena. Su nombre es Jules Fauré. A pesar de su extraño nombre, es británico, aunque su aspecto es más bien mediterráneo. Moreno, pelo corto, ojos muy negros y nariz aguileña —dijo el músico.
—Perfecta descripción —dijo Hércules haciendo un gesto a Lincoln—, debemos encontrarle cuanto antes, no podemos dejar que las pistas se enfríen. Si nos disculpa.
Hércules y Lincoln salieron corriendo de la cubierta. El español tenía una corazonada, aunque esperaba estar equivocado.