Mar Caribe, 30 de enero de 1916
Alicia y sus amigos se sentaron en la mesa del capitán. Era la primera cena a bordo y la tripulación se había esmerado para que todo brillara con esplendor. La guerra en Europa parecía lejana y las grandes fortunas seguían disfrutando de una vida acomodada, libre de peligros y amenazas. Las damas vestían suntuosos trajes y lucían sus mejores joyas mientras los hombres con sus sobrios chaqués hablaban de los mercados financieros y las noticias que llegaban del frente.
Hércules miraba aburrido de un lado para el otro hasta que observó a la hija del senador caminando aturdida por la sala como si buscara a alguien. Después observó las dos sillas que permanecían vacías en la mesa. Ya habían servido el primer plato y el senador no había aparecido. Se levantó de la mesa y se dirigió hacia la muchacha. Lincoln se giró y lo siguió sin mediar palabra.
—Disculpen —dijo Alicia levantándose avergonzada. Mientras, el resto de invitados les miraron sorprendidos.
La mujer alcanzó a sus amigos y cogió del brazo a Hércules.
—¿Se puede saber adónde van? Es de mala educación levantarse de la mesa en mitad de la cena.
—La hija del senador —dijo Hércules señalando a la muchacha.
La chica les reconoció desde lejos y se acercó apresuradamente. Sus ojos estaban hinchados y rojos por las lágrimas.
—¿Qué sucede? —preguntó Hércules.
—Mi padre, no le encuentro por ninguna parte, quedó en ir a buscarme, pero no ha aparecido.
—Le dejé hace media hora y me comentó que se dirigía a su camarote para ir en su busca —comentó Hércules.
—¿Media hora? El barco no es tan grande —dijo Hércules.
Alicia extendió las manos y abrazó a la muchacha.
—No te preocupes, lo encontraremos.
—Quédate con Margaret, nosotros buscaremos al senador —dijo Hércules.
El capitán se había levantado de la mesa y se acercó a ellos.
—¿Qué sucede?
—El senador ha desaparecido —dijo Hércules.
—¿Desaparecido? —preguntó extrañado el capitán.
—Desde hace media hora aproximadamente —dijo Lincoln.
—Ordenaré a mis hombres que comiencen la búsqueda.
Los tres hombres salieron del salón y se dirigieron a la cubierta principal. Hércules y Lincoln fueron al último sitio en el que habían visto al senador. Echaron un vistazo, pero no encontraron ni rastro.
—¿Dónde puede estar? —preguntó Lincoln.
—Se habrá caído por la borda —dijo Hércules asomándose a la barandilla.
—Es posible —comentó el capitán.
—Será mejor que desandemos el camino hasta el camarote. En algún punto tiene que haber desaparecido —dijo Hércules.
Caminaron despacio, observando el suelo, pero no encontraron nada.
—No lo entiendo —dijo Hércules—, apenas hay unos metros de distancia.
—¿Y si no fue directamente? Puede que entrara por la puerta del fondo —dijo Lincoln señalando el corredor que bordeaba la cubierta.
Se dirigieron en silencio por el corredor, encontraron la puerta a los camarotes abierta, pero nada más. No había mucha luz, Hércules levantó la mirada y observó uno de los farolillos apagados. Lo tocó y después se dirigió a su amigo.
—Está frío, lleva un buen rato apagado.
—La puerta estaba abierta, ¡qué extraño!
Hércules se inclinó y comprobó el suelo. Unas manchas negras cubrían parte de la madera. Las tocó con las manos y las olfateó.
—Es sangre —dijo frotándose los dedos, para limpiarse los restos. Después miró alrededor y se acercó a la barandilla.
—¿Ve algo? —preguntó Lincoln mientras examinaba por sí mismo las manchas.
—Páseme ese otro farolillo —dijo Hércules.
Lincoln descolgó la luz y se acercó hasta la barandilla. En la cubierta inferior había un bulto negro, casi debajo de una de las barcas salvavidas. En ese momento dos marineros llegaron por la cubierta inferior y se aproximaron al cuerpo.
—¡No toquen nada hasta que lleguemos! —gritó Hércules mientras corría escaleras abajo. Lincoln le siguió con el farol en la mano hasta que llegaron a los pies del bulto.
El senador Phillips, o lo que quedaba de él, estaba empapado en sangre, con los ojos muy abiertos y una expresión de horror, como si hubiera visto un fantasma antes de morir.