Capítulo 3

Veracruz, México, 30 de enero de 1916

Mientras Alicia se preparaba para la cena, Hércules y Lincoln subieron a cubierta. Hércules abrió su pitillera y se puso un pequeño puro en los labios. Su amigo lo miró molesto.

—No entiendo por qué insiste en ese vicio absurdo.

—Tal vez por eso, querido Lincoln. El tabaco es uno de los pocos placeres que me permito —comentó Hércules encendiendo el puro.

—Es usted incorregible —dijo Lincoln, y se apartó de su amigo.

Los ojos del español centellearon. Sus rasgos eran atractivos a pesar de superar ampliamente los cincuenta años. El pelo canoso y la piel bronceada le daban un aire de terrateniente antillano. Sonrió y dejó que el aire fresco de la noche le despejara un poco. No quería regresar a Europa, la guerra era algo que detestaba profundamente, pensó mientras el humo penetraba por su garganta. Después de alistarse en el ejército y pertenecer a los servicios secretos de la Armada durante la guerra de Cuba, lo último que deseaba era verse metido en otra guerra.

—Señor Guzmán Fox, le veo muy pensativo —dijo el senador Phillips a su espalda.

—Senador —respondió Hércules apoyando su mano en el hombro del norteamericano.

—Espero que este viaje sea más cómodo que la carroza que nos trajo desde Ciudad de México.

—Sin duda, los barcos británicos son los mejores del mundo —dijo Hércules.

—Estoy deseoso de llegar a casa. Después de varios meses recorriendo varios países hispanoamericanos, no veo la hora de regresar.

—Tendrá mucho trabajo acumulado —comentó Hércules.

—Espero que mi asistente haya hecho la mayor parte. El Senado es un gran aparato burocrático, a veces me veo como un simple oficinista —dijo el senador.

—Le aseguro que en mí país, el Parlamento es un simple escaparate ante los demás países, en España nunca ha existido algo parecido a una democracia —dijo Hércules.

—Imagino que será algo inherente al carácter latino —dijo el senador.

—Todavía no me ha contado que le trajo a México —dijo Hércules.

—Es cierto, espero que me disculpe, pero no era un tema adecuado para tratarlo delante de mi hija —dijo el senador bajando la voz.

—Comprendo.

—El viaje ha sido extraoficial, desde hace años estoy realizando una investigación privada. Mi formación humanística siempre me ha animado a buscar más allá de las meras apariencias. Me apasiona la historia.

—¡Qué interesante!

—Busco estelas y otro tipo de inscripciones de los primeros pobladores del continente e investigo qué pueblos antecedieron a los españoles en el descubrimiento de América —dijo el senador.

—No me diga que nos van a quitar también ese mérito —bromeó Hércules.

—No, sin duda Colón fue el primero en descubrir América para el mundo occidental, pero hay pruebas irrefutables de que antes pudieron llegar vikingos, algunos hablan también de fenicios y otros pueblos. En el equipaje llevo numerosas inscripciones, espero donarlas a la Biblioteca del Congreso en cuanto las haya examinado detenidamente —dijo el senador.

—¿Podría verlas? —preguntó Hércules.

—Naturalmente, pasaremos unos días juntos antes de que cojamos otro barco en Florida, si le parece bien puede verlas mañana mismo —comentó el senador.

—Estupendo.

—Le dejo, mi hija me está esperando. Nos vemos en la cena.

Hércules se quedó con la mirada perdida, apagó el puro y lo arrojó al mar. Lincoln se acercó y se apoyó en la baranda junto a él.

—¿Qué quería el senador?

—Simplemente charlábamos de las razones de su viaje a México —comentó Hércules.

—No, ya le contaré. Será mejor que busquemos a Alicia.

Los dos hombres se dirigieron al camarote y apenas percibieron el ruido seco de un bulto que caía desde la cubierta superior.