Capítulo 2

Washington, 29 de enero de 1916

La nieve cubría la ciudad con un manto de pureza blanco, pero en las entrañas de la capital, unos hombres repetían sus oscuros ceremoniales como lo llevaban haciendo desde hacía cientos de años. Las cloacas del poder siempre se ocultaban de la vista del ciudadano medio, muchos preferían no saber, pero otros simplemente se resignaban a creer que la mayor democracia del mundo era imperfecta, porque los hombres que la componían también lo eran.

El grupo estaba sentado a la luz de las velas. Aquella galería subterránea estaba ricamente adornada. Los tapices tapaban la pared de ladrillos y las artesonadas sillas de los miembros estaban teñidas de púrpura.

El gran maestre se puso en pie y pronunció unas palabras en un extraño idioma desaparecido mil años antes. Después, todos los miembros se pusieron en pie repitiendo las mismas palabras.

Uno de los hombres se acercó al gran maestre e inclinó su cabeza, y comenzó a hablar al resto del grupo.

—Por fin estamos cerca de encontrarlo. Lleva desaparecido casi trescientos años, pero es el tiempo que la Providencia ha escogido para revelar sus últimos misterios —dijo el hombre.

—Nosotros, los hijos de la viuda, te comisionamos para que lo encuentres y traigas aquí el mayor tesoro de la humanidad —dijo el gran maestre con sus brazos extendidos.

Los hermanos extendieron las manos y comenzaron a gritar unas palabras que apenas lograban entenderse, después el hombre salió de la sala y dejó sus símbolos en la entrada. Cuando llegó a las nevadas calles de Washington, el intenso manto blanco le deslumbró por unos momentos. La luz no era la mejor compañera de los secretos y él era el hombre que portaba uno de los más sagrados.