Capítulo 1

Veracruz, México, 30 de enero de 1916

El ajetreo del puerto animó a la niña, que apenas había hablado desde que salieran de Ciudad de México. Su piel lechosa y sus grandes ojos azules le recordaban a ella misma cuando era la joven tímida y retraída que siempre prefería pasar desapercibida. Margaret Phillips debía tener diecisiete años y era casi tan alta como su padre, el senador Eric Phillips. Alicia miró a la niña mientras esta le explicaba en su mal español las ganas que tenía de regresar a casa y ver a sus amigas de Washington. Hércules y Lincoln conversaban con el senador en el otro lado de la diligencia mientras el cochero esquivaba a la multitud de porteadores, viajeros y marineros que llenaban uno de los puertos más modernos y grandes del mundo.

—Fue usted muy valiente al venir a México en un momento como este —dijo Lincoln al senador.

—Creo que los hombres han de poner su vida al servicio de una causa superior, el miedo es el peor obstáculo para el progreso de la humanidad, ¿no cree? —dijo el senador, nervioso. Aún no se había acostumbrado a tratar con aquella familiaridad a un hombre negro. A pesar de las leyes federales, la mayoría de los hombres de color seguían ocupando tareas serviles y no se codeaban con los caballeros de la capital federal.

Lincoln hablaba animadamente; después de varios meses conversando exclusivamente en español, aquel desahogo lingüístico le había producido un gran placer. Era el último día que pasaban en México antes de coger el barco que les llevaría a Florida y desde allí a Inglaterra. Su amigo Hércules apenas intervenía en la conversación; hablaba inglés, pero llevaba mucho tiempo sin practicarlo.

—Entonces, ¿ustedes regresan a Europa? —preguntó el senador.

—Sí, nuestra estancia en América ha concluido —dijo Hércules en inglés.

—Comprendo, pero Europa está en plena guerra. Creo que los alemanes han llegado a bombardear París con sus dirigibles —dijo el senador.

—Hemos sufrido los bombardeos alemanes en Londres —dijo Alicia entrando en la conversación— y puedo asegurarle que fue algo terrible.

—Nuestro plan es establecernos en Suiza hasta que esa horrorosa guerra termine —comentó Lincoln.

—La guerra puede durar todavía años. El presidente Wilson quiere que intervengamos en el conflicto, pero primero tiene que asegurarse la reelección —advirtió el senador con aire solemne.

Hércules miró a través de la ventana y ante sus ojos apareció el buque Queen Elizabeth. Aquel gigante destacaba del resto de navíos del puerto. Su impresionante casco de color negro parecía romper el cielo azul de Veracruz y proyectaba su inmensa sombra sobre ellos.

—Lo que no entiendo, es cuál ha sido su cometido en México, los Estados Unidos no atraviesan su mejor momento diplomático con el Gobierno de Carranza —dijo Hércules.

—Hace apenas un año que abandonamos la ciudad de Veracruz, tras el último enfrentamiento contra nuestros vecinos —dijo el senador—. México y los Estados Unidos nunca se han llevado bien.

—Puede que tenga que ver con el continuo expolio de territorio que Washington ha realizado aquí —dijo Hércules muy serio.

Lincoln frunció el ceño. Él era norteamericano y no entendía como su amigo español era tan proclive a denostar a su Gobierno.

Era como si los españoles nunca pudieran superar la pérdida de sus últimas colonias en América y necesitaran criticar constantemente a los Estados Unidos.

—Los estadounidenses han extendido la civilización en Norteamérica. Arizona, California o Nuevo México antes eran tierras semiabandonadas y salvajes —dijo Lincoln frunciendo el ceño.

—El territorio robado a México es mucho más grande que todo el estado federal actual —dijo Hércules.

—Bueno, los pueblos tienen una misión providencial y ahora le ha tocado a nuestro país —comentó el senador.

Alicia miró fijamente a Hércules para que cambiara de tema. El viejo lobo de mar, antiguo miembro de la Armada española y filántropo, podía ser muy incisivo cuando se lo proponía.

—No le haga caso a mi amigo —comentó Alicia al senador—, siempre está intentando provocar polémica. Es la forma de ser latina, ya me entiende.

—No se preocupe, esto es pan comido comparado con el Senado. Allí mis colegas son capaces de sacarte los ojos con tal de ganar un debate —bromeó el senador.

La carroza se detuvo frente a la pasarela del barco y las dos mujeres descendieron primero. Después salió el senador seguido por Hércules y Lincoln. Observaron detenidamente el inmenso barco y comenzaron a subir por la pasarela.

—¿Cuál es el verdadero motivo de su viaje? —preguntó Hércules al senador.

—Es un asunto muy complicado, pero no se preocupe, esta noche con un buen whisky en las manos les relataré un importante descubrimiento —dijo el senador, sonriente. Su gran bigote se ensanchó debajo de su piel rojiza y sus ojos, azules y pequeños, se achinaron por unos instantes. Hércules le observó en silencio.

—Si hay algo que nos guste a mis amigos y a mi es una buena historia antes de irnos a dormir —dijo Lincoln.

—Pues creo que esta será de su agrado. Puede que haya resuelto uno de los misterios más antiguos de este gran continente.