30

—Ahora tengo una clase —dijo Kate.

Rebus la esperaba fuera de la residencia. La muchacha, sin más palabras, se alejó camino del aparcamiento de bicicletas.

—La llevo en coche —dijo Rebus.

Ella no contestó y abrió el candado de la cadena de su bici.

—Tenemos que hablar —insistió Rebus.

—No hay nada de qué hablar.

—Bueno, podría ser cierto… Ella alzó la mirada hacia él.

—Pero sólo si optamos por no mencionar a Barney Grant y a Howie Slowther.

—Yo, sobre Barney, no tengo nada que decirle.

—Le ha prevenido él, ¿verdad?

—No tengo nada que decir.

—Sí, claro. ¿Y de Howie Slowther?

—No sé quién es.

—¿No?

Ella meneó la cabeza en actitud desafiante agarrando el manillar de la bicicleta.

—Perdone… pero llego tarde.

—Sólo otro nombre —replicó Rebus alzando el dedo índice—. Chantal Rendille… Quizá lo pronuncio mal.

—No conozco ese nombre.

Rebus sonrió.

—Es muy mentirosa, Kate… Le brillaron los ojos cuando le pregunté por ella la primera vez. Claro que entonces yo no sabía el nombre, pero ahora sí. Con Stuart Bullen encerrado, no necesita seguir escondiéndose.

—Stuart no mató a ese hombre.

—De todos modos —replicó Rebus encogiéndose de hombros— me gustaría que me lo dijese ella —añadió metiendo las manos en los bolsillos—. Últimamente hay mucha gente asustada por ahí. ¿No crees que es hora de poner fin a esta situación?

—Mi intervención no cuenta para nada —dijo ella en voz muy baja.

—¿Es una decisión de Chantal? Pues hable con ella y dígale que no hay por qué tener miedo. Todo está a punto de acabar.

—Ojalá tuviera yo su misma confianza, inspector.

—Puede que yo sepa cosas que usted ignora…, cosas que Chantal debería saber.

Kate miró a su alrededor. Sus compañeros pasaban camino de la clase, algunos con ojos de sueño, pero otros observando con curiosidad al hombre con quien hablaba; era evidente que no se trataba de un estudiante ni un amigo.

—Kate —insistió Rebus.

—Primero tengo que hablar con ella a solas.

—Muy bien. ¿Vamos en coche —añadió señalando con la cabeza— o está cerca?

—Depende de lo que le guste caminar.

—Francamente, ¿le parece que tengo pinta de caminante?

—Pues no —replicó ella casi sonriendo pero aún nerviosa.

—Pues, entonces, vamos en el coche.

A pesar de que finalmente aceptó ocupar el asiento delantero, Kate tardó un instante en cerrar la portezuela y más aún en abrocharse el cinturón de seguridad, por lo que Rebus temió que fuera a echarse atrás.

—¿Qué dirección tomamos? —preguntó Rebus en un tono casi intrascendente.

—Es en Bedlam —contestó ella apenas en un susurro que dejó indeciso a Rebus—. Al teatro de Bedlam —añadió Kate—. Es una iglesia en desuso.

—¿Enfrente de Greyfiars Kirk? —preguntó Rebus arrancando.

Ella asintió con la cabeza. Por el camino la joven le explicó que Marcus, el estudiante de la habitación enfrente de la suya, era muy activo en el grupo de teatro universitario con sede en Bedlam. Rebus dijo que había visto los carteles en la habitación de Marcus y le preguntó cómo había conocido a Chantal.

—Edimburgo es como un pueblo a veces —respondió ella—. Un día que la vi venir hacia mí por la calle, me di cuenta enseguida.

—¿Se dio cuenta, de qué?

—Del país del que era… Es difícil de explicar. Dos senegalesas en pleno Edimburgo —añadió encogiéndose de hombros—. Nos echamos a reír y comenzamos a hablar.

—¿Y cuando le pidió ella ayuda?

La joven le miró como si no entendiera.

—¿Qué pensó? ¿Le contó ella lo que sucedió?

—Por encima… —respondió Kate mirando por la ventanilla—. Ella misma se lo explicará si quiere.

—¿Queda claro que yo estoy de parte de ella? Y, vamos, también de parte de usted.

—Lo sé.

El teatro Bedlam estaba en el cruce diagonal formado por Forrest Road y Bristo Place, frente al amplio espacio del puente George IV. Años atrás era la parte de Edimburgo preferida de Rebus, con sus librerías raras y el mercado de discos de segunda mano. Ahora dominaban la zona los establecimientos de las cadenas Subway y Starbuck’s, y el mercado de discos era un bar de franquicia. Tampoco había mejorado el aparcamiento, y Rebus finalmente dejó el coche en raya amarilla, confiando en la buena suerte de volver antes de que avisaran a la grúa.

La puerta principal estaba cerrada, pero Kate le condujo hacia un lateral del edificio y sacó una llave del bolsillo.

—¿Se la ha dejado Marcus? —aventuró Rebus.

Ella asintió con la cabeza, abrió la modesta puerta y se volvió hacia él.

—¿Quiere que espere aquí? —añadió.

La joven le miró a los ojos y suspiró.

—No —dijo—. Ya que ha venido, entre.

Había poca luz dentro. Subieron un tramo crujiente de escalera y entraron en la parte alta del auditorio, que dominaba un escenario provisional. Había filas de bancos, casi todos llenos de cajas de cartón vacías, decorados y elementos de iluminación.

—¿Chantal? ¿Estás ahí? —dijo Kate alzando la voz—. C’est moi.

Un rostro surgió de detrás de una fila de asientos. La joven, despertada de su sueño en un saco de dormir, parpadeó y se restregó los ojos, y, al ver que Kate estaba acompañada, se quedó boquiabierta.

Calme-toi, Chantal. Il est policier.

—¿Por qué lo traes? —replicó Chantal con voz chillona, asustada.

Al levantarse y salir del saco de dormir, Rebus vio que estaba vestida.

—Soy oficial de policía, Chantal, y quiero hablar con usted —dijo Rebus despacio.

—¡No! ¡No hablamos! —replicó ella agitando las manos como si aventara humo.

Sus brazos eran delgados, llevaba el cabello muy corto y su cabeza parecía desproporcionada para aquel cuello tan fino.

—¿Sabe que hemos detenido a los hombres? —preguntó Rebus—. Los hombres que pensamos que mataron a Stef. Van a ir a la cárcel.

—Ellos me matarán.

Rebus la miró a los ojos, mientras ella negaba con la cabeza.

—Van a estar mucho tiempo en la cárcel, Chantal. Han hecho muchas cosas malas. Pero si queremos castigarles por lo que hicieron a Stef… creo que será imposible si no nos ayuda.

—Stef era buen hombre —dijo ella con el rostro contraído de dolor al recordarlo.

—Sí, lo era —dijo Rebus—. Y tienen que pagar por su muerte —añadió sin dejar de acercarse despacio hasta casi medio metro de ella—. Stef se lo pide, Chantal, como un último esfuerzo.

—No —replicó ella, pero sus ojos lo desmentían.

—Necesito que me lo cuente usted misma, Chantal —añadió él en voz baja—. Tengo que saber qué es lo que vio.

—No —repitió ella, mirando a Kate, implorante.

Oui, Chantal —dijo Kate—. Tienes que hacerlo.

Sólo Kate había desayunado, y se dirigieron al cercano café de Elephant House en el coche de Rebus, que encontró sitio para aparcar en Chambers Street. Chantal quería chocolate, Kate una infusión, y Rebus pidió una ración de cruasans y pastelillos y un café solo doble para él, más botellas de agua y zumo de naranja. Si no las bebían, lo haría él, probablemente con un par más de aspirinas de suplemento a las tres que había tragado antes de salir de casa.

Se sentaron a una mesa al fondo, junto a una ventana con vistas al patio de la iglesia, donde unos borrachos iniciaban su jornada pasándose una lata de cerveza extra fuerte. Pocos días antes unos jóvenes habían profanado una tumba y jugado al fútbol con un cráneo. Por los altavoces del local sonaba suavemente Mad World, y Rebus pensó que con toda razón.

Rebus hacía tiempo, dejando que Chantal devorase el desayuno. La joven dijo que los pasteles eran demasiado dulces, pero comió dos cruasans acompañándolos con una botella de zumo.

—Sería mejor fruta fresca —comentó Kate.

Rebus, que daba cuenta de un trozo de tarta de albaricoque, no supo exactamente si lo decía por él o por su amiga. Al llegar el momento de repetir café, Chantal dijo que iba a tomar otro chocolate y Kate se sirvió otra taza de infusión color frambuesa. Rebus observó a las dos mujeres mientras aguardaba en el mostrador. Hablaban tranquilamente sin alterarse. Chantal no estaba nerviosa. Por eso había elegido el Elephant House, mejor que la comisaría. Cuando volvió a la mesa con el café y el chocolate, la joven sonrió y le dio las gracias.

—Bueno —dijo Rebus llevándose la taza a los labios—, por fin he podido conocerla, Chantal.

—Es muy persistente.

—Tal vez sea mi única virtud. ¿Quiere contarme qué sucedió aquel día? Creo que conozco parte de ello. Stef era periodista y sabía muy bien lo que era un buen reportaje. Me imagino que fue usted quien le dijo lo de Stevenson House.

—Él ya sabía algo —dijo Chantal titubeante.

—¿Cómo se conocieron?

—En Knoxland. Él… —comenzó a decir.

Se volvió hacia Kate y largó una parrafada en francés, que esta tradujo.

—Stef se dedicaba a preguntar a los inmigrantes que se encontraba por el centro de Edimburgo, y ahí nacieron sus sospechas.

—¿Y Chantal le dio datos y se hizo amiga suya? —aventuró Rebus.

Chantal asintió con la mirada.

—Y luego Stuart Bullen le sorprendió husmeando…

—No fue Bullen —replicó ella.

—Sería Peter Hill —dijo Rebus describiendo al irlandés.

Chantal se reclinó ligeramente en el respaldo como impresionada por lo que decía.

—Sí, fue él. Le persiguió y… le apuñaló —explicó bajando la vista y recogiendo las manos en su regazo.

Kate puso encima una mano compasiva.

—Usted echó a correr —continuó Rebus despacio.

Chantal comenzó de nuevo a hablar en francés.

—No tenía otro remedio —dijo Kate—. Porque, si no, la habrían enterrado en el sótano con los otros.

—No había nadie enterrado —replicó Rebus—. Era un truco.

—Ella estaba aterrada —añadió Kate.

—Pero regresó al lugar a poner flores.

Kate lo tradujo a Chantal, quien asintió con la cabeza.

—Ha cruzado todo un continente para llegar a un país donde sentirse segura —dijo Kate— y lleva casi un año en Edimburgo sin entender aún lo que sucede aquí.

—Dígale que no es la única. Yo llevo intentándolo más de medio siglo.

Mientras Kate traducía sus palabras, Chantal sonrió levemente. Rebus no sabía muy bien qué relación habría tenido con Stef. ¿Había sido algo más que una fuente de información o se había servido exclusivamente de ella como hacen muchos periodistas?

—¿Hay alguien más implicado, Chantal? —preguntó—. ¿Había alguien más aquel día?

—Uno joven… con poco pelo… y sin un diente aquí —dijo ella dándose un golpecito en el centro de su blanca dentadura.

Rebus comprendió que se refería a Howie Slowther. Podría obligarle a comparecer en rueda de reconocimiento de sospechosos.

—Chantal, ¿por qué cree que se enteraron de lo que hacía Stef? ¿Cómo sabían que iba a publicarlo en los periódicos?

—Porque él se lo dijo —respondió ella alzando la vista.

—¿Él se lo dijo? —inquirió Rebus entornando los ojos.

La joven asintió con la cabeza.

—Él quería que su familia viniera con él y sabía que ellos podían hacerlo.

—¿Avalarlos para que salieran de Whitemire?

Ella volvió a asentir, y Rebus se inclinó sobre la mesa.

—¿Intentaba chantajearlos?

—No decir lo que sabía a cambio de tener a su familia.

Rebus se reclinó en el asiento y miró la calle a través del cristal. Sus ojos se centraron con avidez en la lata de cerveza extra fuerte. Un mundo loco de verdad. Más le habría valido a Stef Yurgii suicidarse. No se había reunido con el periodista del Scotsman porque era sólo un farol para que Bullen viera de lo que era capaz. Y todo por su familia… Chantal era una amiga si acaso. El pobre no era más que un hombre desesperado, esposo y padre, metido en un juego peligroso y muerto por su coraje.

Muerto por el peligro que representaba. A él no iban a disuadirle unos esqueletos.

—¿Vio lo que sucedió? —preguntó—. ¿Vio cómo mataban a Stef?

—Yo no podía hacer nada.

—Llamó por teléfono. Hizo lo que pudo.

—Pero no bastó… no bastó… —añadió ella, echándose a llorar.

Kate la consolaba. Dos ancianas de otra mesa les miraban, dos señoras de Edimburgo, con su rostro empolvado y el abrigo abotonado casi hasta la barbilla, que probablemente no habían tenido otra vida que tomar el té y cotillear. Rebus las fulminó con la mirada hasta que volvieron la cabeza a otro lado y continuaron untando de mantequilla sus tostadas.

—Kate —dijo—, tendrá que repetir lo que vio, para que conste oficialmente.

—¿En la comisaría? —preguntó Kate.

Rebus asintió con la cabeza.

—Convendría que la acompañases —añadió él.

—Sí, desde luego.

—Hablará con otro inspector que se llama Shug Davidson. Es buena persona y sabe tratar a la gente mucho mejor que yo.

—¿Usted no estará?

—No creo. El encargado es Shug —dijo Rebus tomando un sorbo de café y saboreándolo antes de tragarlo—. Yo no tenía que intervenir en este caso —añadió como para sus adentros mirando otra vez hacia la calle.

Llamó a Davidson con el móvil, le explicó su gestión y dijo que acompañaría a las dos mujeres a Torphichen.

Chantal no dijo una palabra en el coche y sólo miraba por la ventanilla, pero Rebus tenía otras preguntas que hacer a su amiga, que ocupaba el asiento de atrás.

—¿Qué tal fue la conversación con Barney Grant?

—Bien.

—¿Va a seguir abriendo The Nook?

—Sí, hasta que vuelva Stuart. ¿Por qué se ríe?

—Porque no sé si es eso lo que Barney desea.

—No acabo de entenderle.

—No importa. Esa descripción que le di a Chantal es de un hombre llamado Peter Hill, un irlandés, probablemente con contactos paramilitares. Sabemos que ayudaba a Bullen a cambio de que este le ayudara a pasar droga en la barriada.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

—Tal vez nada. El más joven, ese al que le falta un diente, se llama Howie Slowther.

—Ya mencionó antes su nombre.

—Sí. Lo hice porque después de tu charla con Barney Grant en el club, Barney subió a un coche en el que estaba Howie Slowther —añadió cruzando su mirada con la de ella en el retrovisor—. Barney está implicado de lleno en esto, Kate, y tal vez en algo más. Así que si piensas fiarte de él…

—No se preocupe por mí.

—Me alegro de que lo digas.

Chantal dijo algo en francés y Kate le contestó en el mismo idioma, pero Rebus sólo entendió alguna palabra.

—Te ha preguntado si van a deportarla —aventuró él, y vio por el retrovisor que Kate asentía con la cabeza—. Dile que le juro que haré cuanto pueda por evitarlo.

Notó una mano en su hombro. Se volvió y vio que era Chantal.

—Le creo —dijo la joven.