Cuando llegaron a The Nook se encontraron con otros dos policías: Siobhan y Les Young. Era la hora en que se vaciaban las oficinas y algunos hombres con traje cruzaban la puerta entre los dos gorilas. Rebus preguntó a Siobhan qué hacía allí y en ese momento vio que uno de los porteros hablaba por el pequeño micrófono de los auriculares tapándolo con la mano y con la cabeza vuelta, pero él comprendió que los había visto.
—¡Está comunicando a Bullen nuestra presencia! —exclamó.
Todos se apresuraron a irrumpir en el local por entre medias del grupo que entraba empujando a los porteros. La música sonaba fuerte, había más clientela que en la primera visita y más bailarinas. Siobhan se rezagó para mirarlas bien mientras Rebus encabezaba la marcha hacia el despacho de Bullen. La puerta del pasillo estaba cerrada y, al mirar a un lado y a otro, vio al camarero de la barra y recordó su nombre: Barney Grant.
—¡Barney, venga aquí! —gritó.
Barney dejó el vaso que estaba sirviendo, salió de la barra y marcó los números. Rebus dio una embestida a la puerta e inmediatamente sintió que el suelo le faltaba bajo los pies; en el corto pasillo que conducía al despacho habían abierto una trampilla, por la que cayó aterrizando de mala manera sobre unos escalones que se perdían en la oscuridad.
—¿Qué demonios es esto? —exclamó Storey.
—Una especie de túnel —dijo el camarero.
—¿Adónde conduce?
El hombre hizo un gesto que daba a entender que no lo sabía. Rebus recobró torpemente el equilibrio al final de los escalones. Se había hecho una buena rozadura, aparte de torcerse el tobillo izquierdo. Alzó la vista y dijo a quienes miraban:
—Salid fuera a ver si averiguáis a dónde conduce.
—Vete a saber —farfulló Davidson.
Rebus escrutó en la oscuridad qué dirección seguía el túnel.
—Creo que va hacia Grassmarket —dijo, cerrando los ojos para que su visión se adaptara a la oscuridad.
Echó a andar palpando las paredes. Al cabo de un rato abrió los ojos parpadeando y distinguió un suelo de tierra húmeda y un techo abovedado, excavado probablemente hacía siglos. La Ciudad Vieja era un laberinto casi inexplorado de túneles y catacumbas que habían servido de refugio a la población contra los invasores y de lugar de citas secretas, conjuras y contrabando. Y en época más reciente la gente los había usado para criar desde champiñones hasta cannabis. Algunos habían sido habilitados para atracción turística, pero en su mayoría eran como aquel, estrechos y malolientes.
El túnel hacía un recodo a la izquierda. Rebus sacó el móvil, pero no había cobertura y no podía indicárselo a los de fuera. Oyó ruido más adelante, aunque no veía nada.
—¿Stuart? —exclamó, y el túnel hizo eco—. ¡No haga el tonto, Stuart!
Siguió avanzando y vio luz a lo lejos: una figura que desaparecía y de nuevo la oscuridad. Bullen acababa de cerrar otra puerta en la pared. Rebus la palpó con las manos para situar bien el marco y tocó precisamente un pomo. Lo hizo girar tirando de él, pero la puerta abría hacia adentro. Empujó y notó que había algo pesado detrás. Gritó pidiendo ayuda y empujó más con el hombro al tiempo que oía un ruido al otro lado, como si alguien intentara apartar una caja, tras lo cual la puerta se abrió dos o tres palmos y él se escurrió por el resquicio a gatas. Al ponerse en pie vio que la barricada eran unas cajas de libros y que un viejo le miraba.
—Se ha largado a la calle —dijo el hombre.
Rebus asintió con la cabeza y fue hacia la puerta cojeando. Afuera reconoció inmediatamente dónde estaba: en West Port. Había salido a la luz por una librería de viejo a cien metros de The Nook. Vio que el móvil que conservaba en la mano ya tenía cobertura. Miró a su derecha hacia los semáforos de Lady Lawson Street, y luego hacia Grassmarket y vio lo que esperaba: Stuart Bullen en medio de la calle conducido por Felix Storey, que le retorcía un brazo en la espalda, hacia donde él estaba. Llevaba la ropa desgarrada y sucia. Rebus miró la suya, que no estaba mucho mejor; se subió la pernera y advirtió con alivio que sólo tenía rozaduras sin sangre. Apareció Shug Davidson corriendo por Lady Lawson Street, sofocado por el esfuerzo, mientras él doblaba la cintura y apoyaba las manos en las rodillas. Ansiaba fumar un cigarrillo, pero no tenía resuello ni para eso. Se irguió del todo y se encontró cara a cara con Bullen.
—No creas; te estaba dando alcance —dijo al joven.
Le llevaron a The Nook. Había corrido la noticia y no quedaban clientes. Siobhan interrogaba a las bailarinas sentadas en fila en la barra, a quienes Barney Grant servía refrescos.
Del reservado especial salió un cliente solitario, sorprendido del súbito silencio: ni música ni voces. Se hizo cargo de la situación y se dirigió de inmediato a la salida ajustándose el nudo de la corbata. Rebus, que entraba cojeando, chocó hombro con hombro con él.
—Perdone —dijo el hombre.
—Perdone usted, concejal —dijo Rebus mirando cómo se retiraba.
A continuación se acercó a Siobhan y dirigió un saludo con la cabeza a Les Young.
—¿Qué hacéis aquí?
—Tenemos que hacer unas cuántas preguntas a Stuart Bullen —contestó Young.
—¿Sobre qué? —preguntó Rebus sin dejar de mirar a Siobhan.
—Algo en relación con el asesinato de Donald Cruikshank.
Rebus miró a Young.
—Pues por extraño que te resulte, vais a tener que aguardar turno, porque hemos llegado antes.
—¿Hemos?
Rebus señaló a Felix Storey, que finalmente, aunque a regañadientes, había soltado a Bullen, que ya iba esposado.
—Ese hombre es de Inmigración y tenía sometido a vigilancia a Bullen hace semanas por tráfico de personas, esclavismo y qué sé yo.
—Tenemos que interrogarle —replicó Les Young.
—Pues plantea la solicitud —dijo Rebus estirando el brazo hacia Storey y Shug Davidson.
Les Young miró muy serio a Rebus, pero se dirigió hacia ellos. Siobhan le miraba también furiosa.
—¿Qué sucede? —preguntó él con cara de inocente.
—¿No es conmigo con quien estás de mala leche? Pues no la tomes con Les.
—Les ya es mayorcito para arreglárselas por sí mismo.
—Sí, claro; lo que pasa es que él juega limpio, no como otros.
—Siobhan, eso son palabras muy duras.
—De vez en cuando te conviene oírlas.
Rebus se encogió de hombros.
—Bueno, ¿qué relación hay entre Bullen y Cruikshank? —preguntó.
—En casa de la víctima encontramos pornografía casera en la que aparecía una de las bailarinas de este local.
—¿Y eso es todo?
—Tenemos que hablar con él.
—Me apuesto lo que sea a que a algunos de los que intervienen en el caso va a extrañarles y se preguntarán a qué tanta investigación porque hayan matado a un violador. —Hizo una pausa—. ¿No crees?
—Tú lo sabes mejor que yo.
Rebus se volvió hacia donde estaban Young y Davidson hablando.
—Oye, ¿no tratarás de impresionar al joven Les?
Siobhan puso la mano en el hombro de Rebus para llamar de nuevo su atención.
—Es un caso de homicidio, John. Tú harías lo mismo que hago yo —dijo.
Rebus esbozó una sonrisa imperceptible.
—Era una broma, Siobhan —replicó dirigiéndose a la puerta abierta que conducía al despacho de Bullen—. La primera vez que vinimos aquí, ¿no advertiste esta trampilla?
—Pensé que era del sótano —contestó ella haciendo una pausa—. ¿Tú no la viste?
—Es que no me acordaba de ella —mintió él, restregándose la pierna izquierda.
—Debe de dolerle, amigo —dijo Barney Grant mirando la contusión—. Es igual que cuando te dan una toña. Yo, que he jugado al fútbol, sé lo que es.
—Podría haberme avisado de esa trampilla.
El camarero se encogió de hombros. Felix Storey empujó a Bullen pasillo adelante y Rebus le siguió con Siobhan a la zaga. Storey cerró de golpe la trampilla.
—Buen sitio para esconder a ilegales —comentó.
Bullen lanzó un bufido.
La puerta del despacho estaba abierta y Storey empujó la hoja con el pie. El cuarto estaba tal como Rebus lo recordaba: lleno de cosas. Storey arrugó la nariz.
—Nos va a llevar mucho tiempo meter todo eso en bolsas de pruebas.
—Por Dios bendito —exclamó Bullen a modo de protesta.
La caja fuerte estaba entreabierta y Storey la abrió del todo con la punta del zapato.
—Ajá —dijo—. Creo que sí que nos harán falta bolsas de pruebas.
—¡Es falso! —gritó Bullen—. ¡Lo han puesto ustedes, hijos de puta! —añadió tratando de zafarse de Storey.
Pero el de Inmigración era diez centímetros más alto y seguramente pesaba diez kilos más. Todos miraban apiñados en la puerta, entre ellos Davidson y Young y algunas bailarinas.
Rebus se volvió hacia Siobhan, que frunció los labios. Ella también lo había visto: dentro de la caja fuerte había un montón de pasaportes sujetos con una goma elástica, tarjetas de crédito en blanco, varios sellos de goma falsificados y máquinas de franqueo. Más una serie de documentos doblados, tal vez certificados de nacimiento o de matrimonio. Todo lo necesario para crear cientos de identidades falsas.
Llevaron a Stuart Bullen al cuarto de interrogatorios número 1 de Torphichen.
—Tenemos aquí a su compinche —dijo Felix Storey, que se había quitado la chaqueta y se soltaba los gemelos para remangarse la camisa.
—¿Quién? —replicó Bullen, que ahora sin esposas se frotaba las muñecas.
—Creo que se llama Peter Hill.
—No lo conozco.
—Es un irlandés que habla pestes de usted.
Bullen miró a Storey a la cara.
—Ahora sí que veo que es un montaje.
—¿Por qué? ¿Lo dice porque confía en que Peter no hable?
—Ya le he dicho que no le conozco.
—Tenemos fotos suyas entrando y saliendo de su club.
Bullen miró a Storey como tratando de calibrar si era cierto. Rebus tampoco lo sabía; era posible que los de la cámara de vigilancia hubiesen fotografiado a Hill, pero podía ser un farol de Storey, porque no había traído para el interrogatorio ningún archivador ni carpeta. Bullen miró a Rebus.
—¿Seguro que quiere que él esté presente? —preguntó a Storey.
—¿A qué se refiere?
—Se rumorea que está al servicio de Cafferty.
—¿De quién?
—De Cafferty, el que domina Edimburgo.
—¿Y eso qué relación tiene con usted, señor Bullen?
—Cafferty odia a mi familia. —Se calló para dar mayor efecto a sus palabras—. Y alguien ha puesto eso en la caja fuerte.
—Invéntese algo mejor —replicó Storey como si lo lamentara— y aclare su relación con Peter Hill.
—Ya se lo he dicho —replicó Bullen apretando los dientes—. No hay ninguna relación.
—¿Y por eso conducía su coche?
Se hizo un silencio. Shug Davidson paseaba de arriba abajo con los brazos cruzados, Rebus seguía recostado en la pared y Bullen se miraba las uñas.
—Un BMW rojo de la serie siete —prosiguió Storey—, matriculado a su nombre.
—Me lo robaron hace meses.
—¿Lo denunció?
—No merecía la pena.
—¿Y va a ratificarse en ese cuento de que las pruebas son un montaje que se hizo en su coche? Espero que tenga un buen abogado, señor Bullen.
—A lo mejor contrato a Mo Dirwan, que parece muy bueno. Me han dicho que son ustedes buenos amigos —añadió Bullen mirando a Rebus.
—Es gracioso que diga eso —terció Shug Davidson acercándose a la mesa—, porque precisamente a su amigo Hill se le ha visto por Knoxland. Tenemos fotos de él en la manifestación el mismo día en que el señor Dirwan estuvo a punto de ser agredido.
—¿Se pasan el día tomando a escondidas fotos de la gente? —dijo Bullen mirando a su alrededor—. A los que hacen eso se les llama pervertidos.
—Ya que lo dices —añadió Rebus—, tenemos que interrogarte en relación con otro caso.
—Hay que ver qué famoso soy —replicó Bullen abriendo los brazos.
—Por eso permanecerá aquí un buen rato, señor Bullen —dijo Storey—. Así que póngase cómodo.
Al cabo de cuarenta minutos hicieron un descanso. Los mariscadores estaban detenidos en St. Leonard, única comisaría que disponía de suficientes celdas. Storey fue a un teléfono para comprobar el avance de los interrogatorios, mientras Rebus y Davidson salieron a tomar un té, seguidos al rato por Siobhan y Young.
—¿Podemos hacer el interrogatorio? —preguntó Siobhan.
—Nosotros vamos a reanudarlo ahora mismo —respondió Davidson.
—Pero en este momento él no hace nada —alegó Les Young.
Davidson lanzó un suspiro, y Rebus comprendió que era porque le complicaban la vida.
—¿Cuánto tiempo necesitan? —preguntó.
—El que nos conceda.
—De acuerdo, adelante.
Young se dio la vuelta para marcharse, pero Rebus le tocó en el codo.
—¿Te importa que os acompañe? Es por simple curiosidad.
Siobhan miró a Young para prevenirle, pero él asintió a Rebus con la cabeza. Siobhan giró sobre sus talones y echó a andar hacia el cuarto de interrogatorios para que no vieran su gesto de contrariedad.
Bullen estaba con las manos apoyadas en la nuca, y al ver el té que llevaba Rebus preguntó dónde estaba el suyo.
—En la tetera —replicó Rebus.
Siobhan y Young se presentaban.
—¿Cambio de turno? —gruñó Bullen apartando las manos de la cabeza.
—Qué bueno es este té —comentó Rebus, y por la mirada con que le obsequió Siobhan comprendió que ella no apreciaba en absoluto su intervención.
—Vamos a interrogarle a propósito de una película pornográfica casera —dijo Les Young.
—De lo sublime a lo ridículo —comentó Bullen con una carcajada.
—La encontramos en el domicilio de una persona asesinada —añadió Siobhan con incisiva frialdad—. Y puede que usted conozca a algún partícipe.
—¿Ah, sí? —replicó Bullen francamente extrañado.
—Yo reconocí a uno como mínimo —dijo Siobhan cruzando los brazos—. El día que fui a su local con el inspector Rebus estaba bailando en el mástil.
—Primera noticia —respondió Bullen encogiéndose de hombros—. Las chicas van y vienen… Son libres de hacer lo que quieran; yo no soy su abuelita. ¿Han encontrado ya a esa chica que buscaban? —añadió inclinándose sobre la mesa hacia Siobhan.
—No —contestó Siobhan.
—Pero han matado al que violó a su hermana, ¿verdad? —Como Siobhan no respondió, él volvió a encogerse de hombros—. Lo he leído en el periódico, igual que todo el mundo.
—Fue en casa de él donde encontramos la película —añadió Les Young.
—Bueno, sigo sin saber en qué puedo ayudarles yo —dijo Bullen volviéndose hacia Rebus para que se lo aclarara.
—¿Conocía a Donny Cruikshank? —preguntó Siobhan.
Bullen la miró de nuevo.
—No conocía ni su nombre hasta que leí lo del asesinato.
—¿No acudía a su club, por casualidad?
—Por supuesto que es posible. Yo no estoy allí permanentemente. Pregunten a Barney.
—¿Al camarero? —dijo Siobhan.
Bullen asintió con la cabeza.
—O pueden preguntar a Inmigración, que por lo visto vigila mucho —añadió con una sonrisa irónica—. Espero que hayan filmado mi lado bueno.
—¿Acaso lo tiene? —replicó Siobhan.
La sonrisa de Bullen se desvaneció; miró el reloj, un grueso modelo de oro.
—¿Hemos acabado? —dijo.
—Ni mucho menos —terció Les Young.
En ese momento se abrió la puerta y entró Felix Storey, seguido de Shug Davidson.
—¡El equipo al completo! —exclamó Bullen—. Si viniera tanta gente al club, podría retirarme a Gran Canaria.
—Ha pasado el tiempo —dijo Storey a Young—. Tenemos que seguir interrogándole.
Les Young miró a Siobhan, que sacó unas polaroid del bolsillo y las extendió en la mesa.
—A esta la conoce —afirmó señalando en la foto—. ¿Y a estas otras?
—No soy muy buen fisonomista. Recuerdo mucho mejor los cuerpos —respondió Bullen mirándola de arriba abajo.
—Es una de sus bailarinas.
—Pues sí —repuso Bullen al fin—. ¿Y qué?
—Me gustaría hablar con ella.
—Precisamente esta noche tiene turno —replicó él consultando de nuevo el reloj-Suponiendo que Barney pueda abrir.
Storey negó con la cabeza.
—No, hasta que hayamos registrado el local —dijo.
—En ese caso —añadió Bullen con un suspiro mirando a Siobhan— no sé qué decir.
—Tendrá su dirección o su número de teléfono…
—Las chicas quieren discreción… A lo mejor tengo su número de móvil. Pídalo educadamente y puede que él lo encuentre cuando revuelva el local —añadió mientras señalaba con la cabeza a Storey.
—No es necesario —terció Rebus, que se había acercado a la mesa para mirar las fotos y había cogido la de la bailarina—. Yo la conozco y sé dónde vive.
Siobhan lo miró sorprendida.
—Se llama Kate, ¿verdad que sí? —prosiguió Rebus mirando a Bullen.
—Pues sí, Kate —farfulló Bullen—. Y hay que ver cómo le gusta bailar —agregó casi soñador.
—Le interrogaste muy bien —dijo Rebus, que ocupaba el asiento del pasajero con Siobhan al volante.
Les Young les había dejado porque tenía que volver a Banehall. Rebus examinaba de nuevo las fotografías.
—¿Ah, sí? —inquirió ella finalmente.
—Con los tipos como Bullen hay que ir al grano porque si no, no sueltan prenda.
—No nos dijo gran cosa.
—Al joven Leslie le habría dicho menos.
—Tal vez.
—¡Por Dios, Shiv, acepta un cumplido por una vez en tu vida!
—Estoy buscando una motivación por tu parte.
—No la hay.
—Sería la primera vez…
Iban camino de Pollock Halls. Al salir del interrogatorio, Rebus le había explicado cómo había localizado a Kate.
—Tenía que haberla reconocido, por la cantidad de discos que tenía en su cuarto —dijo él meneando la cabeza.
—Vaya detective —comentó ella en broma—. Tal vez te habrías percatado si la hubieras encontrado en tanga.
Iban por Dalkeith Road, a un tiro de piedra de St. Leonard, con sus calabozos repletos de mariscadores. De momento no habían sacado nada en limpio de los interrogatorios, o algún dato que Felix Storey estuviese dispuesto a compartir. Siobhan puso el intermitente izquierdo para doblar en Holyrood Park Road y el derecho para girar hacia Pollock. Andy Edmunds seguía en la barrera y se agachó ante la ventanilla abierta.
—¿De vuelta tan pronto? —preguntó.
—Tengo que hacerle algunas preguntas más a Kate —contestó Rebus.
—Llega tarde; acabo de verla irse en la bici.
—¿Cuánto tiempo hace?
—Unos cinco minutos.
—Va camino del club —dijo Rebus volviéndose hacia Siobhan.
Ella asintió con la cabeza. Kate no podía saber que habían detenido a Stuart Bullen. Rebus dijo adiós con la mano a Edmunds mientras Siobhan daba la vuelta en redondo con el coche. En Dalkeith Road pasó el semáforo en rojo, lo cual levantó un concierto de bocinazos.
—Tengo que poner una sirena al coche —musitó—. ¿Crees que le daremos alcance?
—No, pero no importa porque se entretendrá mientras le explican la situación.
—¿Hay allí gente de Storey?
—Ni idea —dijo Rebus.
Hasta que no dejaron atrás St. Leonard e iban camino de Cowgate y Grassmarket, Rebus no comprendió por qué Siobhan tomaba aquel itinerario: era el más rápido.
Aunque con riesgo de atascos. Se oyeron de nuevo bocinazos y varios faros les dirigieron destellos por diversas maniobras prohibidas y desconsideradas.
—¿Cómo era ese túnel? —preguntó ella.
—Lúgubre.
—¿Pero no había inmigrantes?
—No.
—Yo, si montara una vigilancia, sería precisamente para localizarlos.
Rebus no dijo que no.
—Pero ¿y si Bullen no tiene contacto con ellos? Al fin y al cabo, no es imprescindible teniendo al irlandés de intermediario.
—¿Es el mismo irlandés que viste en Knoxland?
Rebus asintió con la cabeza y de inmediato comprendió a lo que se refería Siobhan.
—Es allí donde están, claro. Es el mejor sitio para concentrarlos.
—Yo creía que habían registrado de arriba abajo —añadió ella haciendo de abogado del diablo.
—Pero lo que buscábamos era un asesino, testigos… —De pronto guardó silencio.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella.
—Mo Dirwan recibió una paliza cuando husmeaba en Stevenson House —dijo sacando el móvil y marcando el número de Caro Quinn—. ¿Caro? Soy John. Quiero preguntarle una cosa: ¿dónde estaba exactamente de Knoxland cuando le amenazaron? —Tenía la vista clavada en Siobhan mientras escuchaba—. ¿Está segura? No, no, por nada… Más tarde hablamos. Adiós —añadió cortando la comunicación—. Andaba por Stevenson House —explicó a Siobhan.
—Vaya coincidencia.
Rebus miraba el móvil.
—Tengo que decírselo a Storey —comentó dando vueltas al aparato en su mano.
—¿No le llamas? —preguntó ella.
—No sé si confiar en él —dijo Rebus—. Recibe muchas delaciones anónimas. Por eso supo lo de Bullen, lo del club y el asunto de los mariscadores…
—¿Y?
Rebus se encogió de hombros.
—Y tuvo esa súbita intuición sobre el BMW. Precisamente lo que nos permitió relacionarlo con Bullen.
—¿Por otro delator anónimo? —preguntó Siobhan.
—¿Quién hará esas llamadas?
—Tiene que ser alguien cercano a Bullen.
—O puede ser simplemente uno que sabe muchas cosas sobre él. Pero si a Storey le dan esas perlas y no sospecha nada…
—¿Quieres decir que no le intriga que le informen de cosas clave? Tal vez piense que a caballo regalado…
Rebus reflexionó un instante.
—¿Caballo regalado o caballo de Troya?
—¿Es esa? —preguntó Siobhan de pronto señalando a una ciclista que venía en dirección opuesta.
La bici los rebasó y siguió cuesta abajo hacia Grassmarket.
—La verdad, no la he visto.
Siobhan se mordió el labio.
—Agárrate —dijo dando un frenazo y girando en redondo, esta vez con tráfico en ambas direcciones.
Rebus saludó y se encogió de hombros a guisa de disculpa mirando a uno que comenzó a gritarles por la ventanilla gesticulando con cara de pocos amigos, pero Siobhan continuó hacia Grassmarket con el airado conductor a la zaga, con los faros encendidos y dando bocinazos.
Rebus se volvió en el asiento y miró furioso al hombre, que no paraba de gritar esgrimiendo el puño.
—Se ha encoñado con nosotros —comentó Siobhan.
—Habla bien, por favor —dijo él asomándose por la ventanilla para gritar a pleno pulmón, aunque sabía que el hombre no podía oírle—: ¡Somos putos policías!
Siobhan soltó la carcajada al tiempo que daba un brusco golpe de volante.
—Ha parado —dijo.
La ciclista había bajado de la bicicleta y la encadenó a una farola. Estaban en medio de Grassmarket rodeados de bistrots y pubs para turistas. Siobhan detuvo el coche en raya amarilla y salió corriendo. Desde lejos Rebus reconoció a Kate. Vestía una chaqueta vaquera deshilachada, vaqueros recortados, botas negras altas y un pañuelo al cuello de seda rosa. Vio cómo se sorprendía al mostrarle Siobhan el carnet. Se quitó el cinturón de seguridad y cuando iba a abrir la portezuela un brazo se introdujo por la ventanilla y le agarró del cuello.
—¿A qué juegas, amigo? —vociferó el estrangulador—. ¿Te crees el dueño de la autopista?
Rebus tenía la boca y la nariz obstruidas por la manga acolchada del impermeable de su agresor. Buscó a tientas la manivela y empujó la portezuela con todas sus fuerzas. Cayó de rodillas fuera del coche sobre el asfalto con un latigazo de dolor. El hombre seguía al otro lado de la portezuela sin la menor intención de soltarle, pues la portezuela hacía de escudo contra los golpes de Rebus.
—Te has creído que a mí puedes hacerme la higa impunemente, ¿eh?
—Sí que puede —oyó Rebus decir a Siobhan—. Es policía; igual que yo. Suéltele.
—Es… ¿qué?
—¡Que le suelte!
Cesó la presión en el cuello y Rebus se puso en pie sintiendo vahídos y palpitaciones en las sienes. Siobhan retorcía hacia atrás el otro brazo del iracundo conductor y le obligaba a arrodillarse con la cabeza gacha. Rebus sacó el carnet y se lo puso al hombre justo delante de las narices.
—Inténtalo otra vez y te mato —dijo con voz entrecortada.
Siobhan soltó al hombre y dio un paso atrás. Ella también tenía el carnet en la mano cuando el hombre se incorporó.
—¿Cómo iba yo a saberlo? —se lamentó el hombre.
Pero Siobhan ya se dirigía hacia Kate, que miraba la escena con ojos muy abiertos. Rebus fingió apuntar la matrícula del coche del energúmeno mientras este volvía al volante, y a continuación se acercó a Siobhan y Kate.
—Kate ha hecho un alto para tomar algo —dijo Siobhan— y le he preguntado si podemos acompañarla.
A Rebus no se le ocurría nada mejor.
—Pero tengo una cita dentro de media hora —les advirtió Kate.
—Con media hora tenemos de sobra —repuso Rebus.
Fueron al primer bar que encontraron y había mesa. La máquina de discos sonaba a todo volumen, pero Rebus hizo que el camarero lo bajara y pidió una jarra de cerveza para él y refrescos para Siobhan y la joven.
—Le decía a Kate que es muy buena bailarina —dijo Siobhan.
Rebus sintió un latigazo de dolor en el cuello al asentir con la cabeza.
—Lo advertí la primera vez que te vi en The Nook —prosiguió Siobhan, pronunciando en tono admirativo el nombre del club como si fuera una discoteca de moda.
«Es lista, no moraliza y así no pone nerviosa ni avergüenza a la testigo», pensó Rebus dando un trago de cerveza.
—Es lo que hago, bailar… —comentó la joven mirando sucesivamente a Rebus y a Siobhan—. De todas esas cosas que la gente dice de Stuart, de que trafica con inmigrantes, yo no sabía nada —añadió, haciendo una pausa como si fuera a decir algo más, pero optó por dar un sorbo a su bebida.
—¿Te pagas tú la universidad? —preguntó Rebus, y ella asintió con la cabeza.
—Vi en el periódico un anuncio solicitando bailarinas —añadió ella sonriendo—. No soy tonta y comprendí enseguida la clase de local que era The Nook, pero las chicas son estupendas… y yo lo único que hago es bailar.
—Pero sin ropa —comentó Rebus casi sin pensar, para irritación de Siobhan, que le fulminó con la mirada.
El rostro de Kate se endureció.
—¿Es que no me ha oído que, de lo otro, yo nada?
—Lo sabemos, Kate —se apresuró a decir Siobhan—. Hemos visto el vídeo.
—¿Qué vídeo? —preguntó ella mirando a Siobhan.
—Uno en que apareces bailando junto a una chimenea —contestó Siobhan poniendo sobre la mesa la foto polaroid.
Kate la arrebató sin querer mirarla.
—Eso fue una vez —replicó sin mirarle a la cara—. Una de las chicas me contó que podía ganarme un dinero con facilidad y acepté, diciéndole que yo sólo bailaría…
—Efectivamente —dijo Siobhan—. Hemos visto el vídeo y sabemos que es cierto. Se te ve poniendo música y bailando.
—Sí, y luego no me pagaron. Alberta quiso darme parte de su dinero, pero yo no acepté porque se lo había ganado ella —explicó dando otro sorbo al vaso.
Siobhan la secundó y dejaron las dos la bebida en la mesa al mismo tiempo.
—¿Conocías al hombre que manejaba la cámara? —preguntó Siobhan.
—No le había visto nunca hasta que llegamos a esa casa.
—¿Dónde estaba la casa?
Kate se encogió de hombros.
—Fuera de Edimburgo. Alberta me llevó en coche y yo no me fijé. ¿Quién más ha visto esa película? —preguntó mirando a Siobhan.
—Sólo yo —mintió Siobhan.
La joven miró a Rebus, quien negó con la cabeza para tranquilizarla.
—Estoy investigando un homicidio —prosiguió Siobhan.
—Ya lo sé. El de ese inmigrante de Knoxland.
—En realidad, es un caso que lleva el inspector Rebus. El que yo investigo tuvo lugar en un pueblo llamado Banehall. ¿No sabes el nombre del hombre de la cámara? —espetó de repente.
Kate reflexionó un instante.
—Quizá Mark —dijo finalmente.
Siobhan asintió despacio con la cabeza.
—¿Y el apellido?
—Tenía un gran tatuaje en el cuello…
—Una tela de araña —añadió Siobhan—. Después vino otro hombre y Mark le pasó la cámara —dijo Siobhan mostrando otra foto con la imagen borrosa de Donny Cruikshank—. ¿Recuerdas su aspecto?
—Si le digo la verdad, casi todo el tiempo estuve con los ojos cerrados abstraída en la música… Es mi forma de trabajar. Sólo pienso en la música.
Siobhan asintió otra vez con la cabeza para que viera que lo entendía.
—Es el hombre que asesinaron, Kate. ¿No puedes decirme algo de él?
La bailarina negó con la cabeza.
—Me dio la impresión de que ellos dos se lo pasaban bien. Como colegiales, ¿me entiende? Miraban como enfebrecidos.
—¿Enfebrecidos?
—Casi como temblando de estar en un cuarto con tres mujeres desnudas. Me dio la impresión de que era para ellos algo nuevo y excitante…
—¿No sentiste miedo en algún momento?
Ella negó con la cabeza. Rebus advirtió que rememoraba la escena con cierto disgusto, y terció en el diálogo con un carraspeo:
—Dices que fue otra bailarina quien te llevó a la casa donde filmaron el vídeo.
—Sí.
—¿Estaba Stuart Bullen al corriente?
—No creo.
—Pero no puedes asegurarlo.
Kate se encogió de hombros.
—Stuart se porta bien con las chicas. Sabe que hay muchos clubs que buscan bailarinas y que si no nos gusta podemos marcharnos.
—Alberta debía de conocer al hombre del tatuaje —dijo Siobhan.
—Supongo —contestó Kate encogiéndose de hombros.
—¿Sabes de qué le conocía?
—A lo mejor de ir al club. Era el modo de conocer hombres de Alberta —explicó agitando el hielo del vaso.
—¿Quieres otra? —preguntó Rebus.
Ella miró el reloj y negó con la cabeza.
—Barney no tardará en venir —dijo.
—¿Barney Grant? —preguntó Siobhan.
Kate asintió con la cabeza.
—Va a hablar con las chicas porque sabe que si estamos un día o dos sin trabajar nos vamos.
—¿Quieres decir que va a mantener abierto el club? —preguntó Rebus.
—Hasta que vuelva Stuart. —Hizo una pausa—. ¿Va a volver?
Rebus, sin contestar, apuró la cerveza.
—Bueno, te dejamos —dijo Siobhan—. Gracias por hablar con nosotros —añadió levantándose.
—Siento no haber podido ayudarles más.
—Si recuerdas algo de esos dos hombres…
Kate asintió con la cabeza.
—Se lo comunicaré. —Se calló un momento—. Esa película en que aparezco…
—¿Qué?
—¿Cuántos ejemplares cree que habrá?
—No podría decírtelo. ¿Tu amiga Alberta sigue bailando en The Nook?
Kate negó con la cabeza.
—Se marchó poco después.
—¿Después de filmar el vídeo?
—Sí.
—¿Cuánto tiempo hace de eso?
—Dos o tres semanas.
Dieron de nuevo gracias a la bailarina y salieron del bar. En la calle se miraron uno a otro y fue Siobhan la primera en hablar.
—Debió de ser al poco de salir de la cárcel Donny Cruikshank. —No es de extrañar que estuviera febril. ¿Vas a intentar localizar a Alberta?
Siobhan suspiró.
—No lo sé… Ha sido una larga jornada.
—¿Te apetece una copa en otro sitio?
Ella negó con la cabeza.
—¿Tienes cita con Les Young?
—¿Por qué? ¿La tienes tú con Caro Quinn?
—Era una simple pregunta —replicó Rebus mientras sacaba los cigarrillos.
—¿Te llevo a algún sitio? —añadió Siobhan.
—Creo que iré a pie… pero gracias.
—Bien, entonces… —dijo ella indecisa.
Le vio encender el pitillo, y como no decía nada más, dio media vuelta y se dirigió al coche.
Él la vio marcharse y se concentró en el tabaco un instante, luego cruzó la calle hacia un hotel delante del cual se detuvo a acabar el cigarrillo, pero apenas lo había hecho cuando vio a Barney Grant que venía desde el club con las manos en los bolsillos silbando sin asomo alguno de estar preocupado por su empleo ni por el jefe. Entró en el bar y Rebus instintivamente consultó el reloj y anotó la hora.
Permaneció allí delante del hotel. A través de las ventanas observó el restaurante. Era blanco y esterilizado, la clase de local donde cada plato está en proporción inversa a la cantidad de comida. Sólo había algunas mesas ocupadas y más camareros que comensales. Un camarero le dirigió una mirada como para ahuyentarle, pero Rebus le hizo un guiño. Finalmente, cuando ya comenzaba a aburrirse y se disponía a marcharse, aparcó un coche delante del bar y el conductor efectuó unos acelerones. El pasajero hablaba por un móvil. Se abrió la puerta del bar y salió Barney Grant guardándose el móvil en el bolsillo en el momento en que el pasajero cerraba el suyo. Grant subió al asiento de atrás y el coche volvió a arrancar con la portezuela a medio cerrar; Rebus vio cómo subía la cuesta y continuó caminando.
Cinco minutos después llegaba a The Nook, justo cuando el coche volvía a arrancar. Miró la puerta cerrada y luego al otro lado de la calle, hacia la tienda vacía: se había acabado la vigilancia, porque no había furgoneta. Probó la puerta del club, pero estaba bien cerrada. En cualquier caso, Barney Grant había entrado por algún motivo mientras le esperaban con el coche. Rebus no había reconocido al conductor, aunque sí conocía la cara del pasajero: la del que había gritado de dolor cuando él le retorció el brazo obligándole a caer de rodillas, escena captada por las cámaras para la posteridad en los tabloides: Howie Slowther, el chico de Knoxland, el racista del tatuaje paramilitar.
Amigo del camarero. O del dueño.