22

Lunes por la mañana: biblioteca de Banehall; tazas de café de sobre y Donuts azucarados de una panadería. Les Young llegó vestido de traje con camisa blanca y corbata azul marino. Olía levemente al betún de los zapatos. Su equipo estaba sentado a las mesas y, en ellas, unos rascándose las caras cansadas, otros saboreando el café amargo como si fuera elixir. Había carteles en las paredes anunciando autores infantiles: Michael Morpurgo, Francesca Simon, Eoin Colfer, y otro cartel con un protagonista de cómic llamado Capitán Calzoncillos, que por algún motivo se había convertido en el apodo de Young, según había captado Siobhan en una conversación. Y no pensaba que le hiciera mucha gracia.

Ella, había sustituido los pantalones por una falda con leotardos, atavío extraño a sus costumbres. La falda le llegaba hasta las rodillas, pero ella se la estiraba continuamente como si por arte de magia fuera a alargarla unos centímetros. No sabía si tenía piernas bonitas o feas, pero no le gustaba que se las mirasen ni que la juzgasen en función de las mismas. Además, sabía que antes de que acabara el día las mallas estarían arrugadas, en previsión de lo cual llevaba un repuesto en el bolso.

Aquel fin de semana no había hecho la colada. El sábado fue a Dundee y pasó el día con Liz Hetherington contándose historias del trabajo en un bar especializado en vinos, luego fue a un restaurante, al cine y a un par de clubs. Había dormido en el sofá de Liz y volvió a Edimburgo por la tarde, todavía con algo de resaca.

Ahora iba por la tercera taza de café.

Uno de los motivos por los que había estado en Dundee era escapar de Edimburgo y evitar la posibilidad de tropezarse con Rebus. No estaba tan borracha el viernes, y no se arrepentía de su actitud ni de la discusión. Eran discusiones de bar y nada más. Pero, a pesar de todo, dudaba que Rebus lo hubiese olvidado y le constaba por quién tomaría partido. También era consciente de que Whitemire estaba a menos de tres kilómetros de allí y de que Caro Quinn probablemente montaría guardia de nuevo ante el centro de detención en su esfuerzo por ser la conciencia del lugar.

El domingo por la tarde había paseado por el centro, caminando por Cockburn Street y pasando por el callejón Fleshmarket. En High Street vio a un grupo de turistas haciendo corrillo alrededor de su guía, a quien reconoció por la voz y la melena: Judith Lennox.

—… en la época de Knox, las reglas eran más severas, evidentemente. Existían castigos por desplumar un pollo en sábado y estaban prohibidos los bailes, el teatro y el juego. El adulterio se penaba con la muerte y se castigaban también otros delitos con la muerte o con el casco, un casco con candado que clavaba una barra de metal en la boca de los mentirosos y los blasfemos… Al final del recorrido podrán disfrutar de un trago en The Warlock, una posada antigua dedicada al fin horripilante del mayor Weir.

Siobhan pensó si Lennox cobraría por el anuncio.

—… en conclusión —decía Les Young leyendo las notas sobre la autopsia—, se trata de un trauma provocado por un instrumento contundente. Un par de golpes enérgicos que han causado fractura del cráneo con hemorragia cerebral y muerte prácticamente instantánea y, según el patólogo, los impactos circulares demuestran que son obra de algo semejante a un martillo como el que puede adquirirse en cualquier tienda de bricolaje, de un diámetro de dos coma nueve centímetros.

—¿Con qué fuerza de golpe, señor? —preguntó uno. Young le dirigió una sonrisa irónica.

—Las notas son un tanto escuetas, pero leyendo entre líneas creo que puede decirse sin temor a equivocarse que se trata de un agresor masculino… y muy probablemente no zurdo. La forma de las marcas del impacto da a entender que la víctima sufrió la agresión por detrás. —Young se acercó a una mampara que hacía las veces de tablero de anuncios con fotos del escenario del crimen sujetas con chinchetas—. Más tarde recibiremos primeros planos de la autopsia, pero la parte posterior del cráneo —añadió señalando una foto hecha en el dormitorio de la cabeza ensangrentada de Cruikshank— fue la más dañada… Lo cual resulta difícil si el agresor está frente a la víctima.

—¿Se ha confirmado que tuvo lugar en el dormitorio? —preguntó otro—. ¿No trasladaron el cadáver?

—Podemos decir que murió donde cayó. ¿Alguna pregunta más? —dijo Young mirándolos. Nadie habló—. Muy bien —continuó volviéndose hacia la lista de servicio del día.

El núcleo de las indagaciones era la colección de pornografía de Cruikshank, su procedencia y los implicados. Enviaron agentes a la cárcel de Barlinnie para que preguntaran a los guardianes qué amigos había hecho Cruikshank durante su estancia.

Siobhan sabía que a los delincuentes sexuales los confinaban en una sección aparte, lo que impedía que sufrieran agresiones a diario, pero ello a su vez implicaba que hicieran amistad entre sí y era peor, pues cuando salían de la cárcel, muchas veces lo hacían incorporados a alguna red de individuos de mentalidad afín, cerrándose el círculo con nuevos delitos y enfrentamientos con la ley.

—¡Siobhan!

Miró a Young y comprendió que le había estado hablando a ella.

—¿Sí? —respondió bajando los ojos y, al ver que la taza estaba vacía, se le antojó otro café.

—¿Interrogó al novio de Ishbel Jardine?

—¿Se refiere al ex? No, aún no —contestó con un carraspeo.

—¿No cree que él pueda saber algo?

—Rompieron amigablemente.

—Sí, pero en cualquier caso…

Siobhan notó que se ruborizaba. Ella había estado ocupada en otra cosa; concentrando sus esfuerzos en Donny Cruikshank.

—Lo tengo en la lista —fue lo único que acertó a decir.

—Bien, ¿quiere interrogarle ahora? —Young consultó el reloj—. Quiero hablar con él cuando terminemos aquí.

Siobhan asintió con la cabeza. Notaba su vista clavada en ella y sabía que habría alguna risita mal disimulada. Acababan de vincularla a Young: el inspector locamente enamorado de la nueva.

El Capitán Calzoncillos tenía una favorita.

—Se llama Roy Brinkley. Lo único que sé es que salió con Ishbel siete u ocho meses y que hace un par de meses rompieron —le dijo Young.

Se habían quedado solos en la sala de indagación del caso porque los demás agentes habían partido a cumplir sus respectivas tareas.

—¿Le considera sospechoso?

—Tuvieron una relación y hay que interrogarle. Cruikshank purga cárcel por agresión a Tracy Jardine… Tracy se suicida y su hermana se escapa de casa —respondió Young encogiéndose de hombros y cruzando los brazos.

—Pero él fue novio de Ishbel, no de Tracy… Más probable es que agrediera a Cruikshank un novio de Tracy y no de Ishbel… —replicó Siobhan mirando a Young cara a cara—. Sobre Roy Brinkley no recaen sospechas, ¿no le parece? ¿O es que piensa que puede saber algo sobre la desaparición de Ishbel…? ¡Sospecha que ella es la asesina!

—No recuerdo haber dicho eso.

—Pero es lo que piensa. ¿Pues no ha dicho que los golpes fueron obra de un hombre?

—Y no dejaré de decirlo.

Siobhan asintió despacio con la cabeza.

—Claro, no quiere que ella recele y sea más difícil encontrarla —Siobhan hizo una pausa—. Cree que no anda lejos, ¿verdad?

—No tengo ninguna prueba.

—¿Es en lo que ha estado pensando todo el fin de semana?

—En realidad se me ocurrió el viernes por la noche —respondió él bajando los brazos.

Echó a andar hacia la puerta seguido por Siobhan.

—¿Mientras jugaba al bridge?

Young asintió con la cabeza.

—Mal asunto para mi compañero porque apenas ganamos una mano.

Ahora caminaban por la biblioteca y Siobhan le recordó que no había echado la llave del cuarto de investigación.

—No es necesario —dijo él con una sonrisa a medias.

—Pensé que íbamos a hablar con Roy Brinkley.

Young hizo una leve inclinación de cabeza al pasar por el mostrador de recepción, donde el bibliotecario deslizaba por el escáner las primeras devoluciones del día. Siobhan continuó caminando hasta que advirtió que Young se había detenido delante del muchacho.

—¿Roy Brinkley? —preguntó, y el joven levantó la vista.

—Sí.

—¿Podríamos hablar? —añadió Young señalando hacia el cuarto de investigación.

—¿Por qué? ¿Qué sucede?

—No te preocupes, Roy. Sólo es para recopilar datos.

Al salir Brinkley de detrás del mostrador, Siobhan se acercó a Les Young y le dio con el dedo en el costado.

—Lo siento —dijo Young disculpándose—. No disponemos de otro sitio.

Corrió una silla hacia Brinkley de modo que quedase frente a las fotos del escenario del crimen. Siobhan sabía que era mentira: le interrogaba precisamente allí por las fotos. El joven, por más que trató de ignorarlas, no podía apartar los ojos de ellas y el gesto de horror de su rostro habría bastado como prueba de inocencia a cualquier jurado.

Roy Brinkley tenía poco más de veinte años. Llevaba una camisa vaquera abierta y la melena de pelo negro le llegaba al cuello. En sus muñecas lucía pulseras de hebras trenzadas, pero no llevaba reloj. Siobhan le habría calificado de niño bonito más que de guapo, por su aspecto de muchacho de diecisiete o dieciocho años. Entendía su atracción por Ishbel, aunque se preguntaba cómo habría podido aguantar a aquellas amigas suyas que actuaban como chicos.

—¿Tú le conocías? —preguntó Young.

Como Siobhan, permanecía de pie. Se recostó en una mesa y cruzó los brazos y las piernas por los tobillos, mientras ella se situaba a la izquierda de Brinkley para observarlo de reojo.

—Conocerle, no tanto. Sabía quién era.

—¿Fuisteis juntos al colegio?

—Estábamos en cursos distintos. Él, más que matón era el gracioso de la clase. Me da la impresión de que siempre andaba descolocado.

Siobhan recordó un instante a Alf McAteer haciendo de bufón de Alexis Cater.

—Pero el pueblo es pequeño —replicó Young—. Habrás hablado con él, cuando menos.

—Si hemos coincidido, me imagino que nos saludaríamos.

—Tú tal vez estabas enfrascado en un libro, ¿no?

—Me gusta leer.

—Bien, ¿cómo empezaste a salir con Ishbel Jardine?

—Nos conocimos en la discoteca.

—¿No os conocíais del colegio?

Brinkley se encogió de hombros.

—Ella tenía tres años menos que yo.

—¿Y tras conoceros en la disco empezasteis a salir juntos?

—No inmediatamente… Bailamos unas cuantas veces, pero con sus amigas bailaba también.

—¿Y quiénes eran sus amigas, Roy? —preguntó Siobhan.

El joven miró sucesivamente a uno y a otro.

—Yo pensaba que iban a interrogarme sobre Donny Cruikshank.

—Son datos previos, Roy —dijo Young con un gesto ambiguo.

Brinkley se volvió hacia Siobhan.

—Tenía dos: Janet y Susie.

—¿Janet, la que trabaja en Whitemire, y Susie, la de la peluquería? —preguntó Siobhan.

El joven asintió con la cabeza.

—¿Y a qué discoteca ibais?

—A una de Falkirk… Creo que cerró —añadió frunciendo el ceño, concentrado.

—¿El Albatros? —aventuró Siobhan.

—Esa —contestó Brinkley asintiendo repetidamente con la cabeza.

—¿La conoce? —preguntó Les Young a Siobhan.

—Surgió en relación con un caso reciente —respondió ella.

—¿Ah, sí?

—Después —replicó ella mirando a Brinkley para que entendiera que no era el momento de explicaciones.

Young asintió levemente con la cabeza.

—Roy, Ishbel y sus amigas estaban muy unidas, ¿verdad? —preguntó ella.

—Sí.

—¿Por qué se iría sin decirles una palabra a ninguna de las dos?

El joven se encogió de hombros.

—¿Se lo ha preguntado a ellas?

—Te lo pregunto a ti.

—No sé la respuesta.

—Bien, a ver, entonces, esto: ¿por qué rompisteis?

—Me imagino que nos fuimos distanciando.

—Pero tuvo que haber un motivo —añadió Les Young dando un paso hacia Brinkley—. Vamos a ver, ¿te dejó ella o fue al revés?

—Fue más bien de mutuo acuerdo.

—¿Y por eso seguisteis siendo amigos? —aventuró Siobhan—. ¿Qué es lo primero que pensaste al enterarte de que se había marchado?

El joven se rebulló en la silla, haciéndola crujir.

—Sus padres vinieron a casa a preguntarme si la había visto. Pero la verdad…

—¿Qué?

—Yo pensé que era culpa suya. Porque nunca superaron lo del suicidio de Tracy; siempre estaban hablando de ella y de cosas del pasado.

—Mientras que Ishbel… ¿quieres decir que lo había superado?

—Yo creo que sí.

—¿Y por qué se teñía el pelo y se peinaba como Tracy?

—Escuchen, yo no digo que sean mala gente… —alegó apretando las manos.

—¿Quién? ¿John y Alice?

Él asintió con la cabeza.

—Lo que sucedió es que Ishbel comenzó a pensar… que querían que volviera Tracy. Quiero decir que preferían a Tracy más que a ella.

—¿Y por eso empezó a imitar a Tracy? El joven volvió a asentir con la cabeza.

—Es que es difícil de sobrellevar, ¿no? A lo mejor se marchó por eso… —añadió bajando la vista desconsolado.

Siobhan miró a Les Young, quien frunció los labios reflexionando. El silencio duró casi un minuto hasta que lo rompió Siobhan.

—¿Sabes dónde está Ishbel, Roy?

—No.

—¿Mataste a Donny Cruikshank?

—Una parte de mí lo habría deseado.

—¿Quién crees que lo mató? ¿Has pensado en el padre de Ishbel?

Brinkley alzó la cabeza.

—Pensado… sí; de pasada.

Siobhan asintió con la cabeza.

Les Young hizo una pregunta:

—Roy, ¿viste a Cruikshank después de salir de la cárcel?

—Lo vi.

—¿Hablasteis?

El joven negó con la cabeza.

—Lo vi un par de veces con otro tipo.

—¿Quién?

—Sería un amigo suyo.

—¿Tú no le conocías?

—No.

—Entonces, no sería del pueblo.

—A lo mejor sí… Yo no conozco a todo el mundo en Banehall. Como usted ha dicho, siempre estoy enfrascado en un libro.

—¿Podrías describirlo?

—Una vez visto no se olvida —respondió Brinkley esbozando una especie de sonrisa.

—¿Por qué?

—Es que tenía un tatuaje que le cubría todo el cuello. Una tela de araña —dijo el joven señalando con la mano su garganta.

Para que no pudiera oírles Roy Brinkley se sentó en el coche de Siobhan.

—Un tatuaje en forma de tela de araña —comentó ella.

—No es la primera vez que surge ese detalle —dijo Les Young—. Lo mencionó uno de los clientes de The Bane, y el camarero confesó que en una ocasión había servido a ese individuo y que tenía mala catadura.

—¿Sabemos el nombre?

Young negó con la cabeza.

—Aún no, pero lo averiguaremos.

—¿Sería alguien a quien conoció en la cárcel?

Young, en vez de contestar, le preguntó:

—¿Qué era lo del Albatros?

—No me diga que también lo conoce.

—Cuando yo era adolescente y vivía en Livingston, si no iba uno a Lothian Road para eso, se probaba suerte en el Albatros.

—¿Ya tenía fama entonces?

—De mal sonido, de cerveza aguada y de pista de baile pegajosa.

—¿Y la gente seguía yendo?

—Durante cierto tiempo fue lo único que había, y algunas noches acudían más mujeres que hombres, mujeres de cierta edad.

—O sea, ¿que era un burdel?

Él se encogió de hombros.

—No llegué a comprobarlo.

—Estaría demasiado ocupado jugando al bridge —dijo ella en broma.

Young no se dio por aludido.

—Lo que me extrañó es que usted supiera de su existencia —dijo.

—¿Ha leído en los periódicos el caso de los esqueletos?

—No hace falta —dijo él sonriendo—. Se ha comentado bastante en la comisaría. No es frecuente que el doctor Curt meta la pata.

—No metió la pata —replicó ella haciendo una pausa—. De todos modos, yo también me equivoqué.

—¿Cómo?

—Tapé el esqueleto infantil con mi chaqueta.

—¿El de plástico?

—Estaba cubierto de tierra y cemento.

Él alzó una mano para dar por zanjado el tema.

—De todos modos, no acabo de ver la relación.

—No hay mucha —admitió ella—. Es que el gerente del pub fue dueño del Albatros.

—¿Es una coincidencia?

—Supongo.

—¿Pero va a hablar con él para ver si conocía a Ishbel?

—Probablemente.

Young suspiró.

—Así que nos queda el del tatuaje y poco más.

—Es más de lo que teníamos hace una hora.

—Pues sí —añadió él mirando al aparcamiento—. ¿No hay un café decente en Banehall?

—Podríamos ir por la M8 a Harthill.

—¿Por qué? ¿Qué hay en Harthill?

—La cafetería de la autopista.

—He dicho un café decente, Siobhan.

—Es sólo una sugerencia —dijo Siobhan mirando también por el parabrisas.

—De acuerdo, usted conduce y yo invito —accedió Young finalmente.

—Vale —contestó ella dándole al contacto.